EL ÚLTIMO LIBERAL
Los 'whatsapps' de los diez negritos
«Si Mazón ya estaba bajo fuego enemigo, su dimisión ha permitido que el fuego amigo avance sin reparos»
Juanfran Pérez Llorca tras Teotoburgo
Valencia
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Iniciar sesión'Diez negritos' es, quizá, la novela más célebre de Agatha Christie. Relata como diez personas, reunidas en una isla tras una invitación tan enigmática como su propio anfitrión ausente, empiezan a caer una tras otra sin que nadie pueda evitarlo. Para dificultar la investigación ... de lo sucedido en aquella isla, en aquel tiempo no había WhatsApp, ni hilos de conversación, ni pantallazos salvadores: solo la tinta y el papel como testigos mudos de lo ocurrido.
Hoy, en cambio, las conversaciones digitales son un rastro inevitable. Salvo que se activen las opciones de autodestrucción, los mensajes quedan tatuados en una memoria que no es del todo nuestra. Podemos borrar en nuestro teléfono, sí, pero no en el del interlocutor. Y es ahí donde, cuatrocientos días después del desastre de la dana, la ex consellera de emergencias Salomé Pradas ha decidido arrojar luz, o gasolina, sobre la historia, desvelando los mensajes que intercambió con el entonces presidente Carlos Mazón y con su hombre de confianza, José Manuel Cuenca.
La publicación ha coincidido, casi como en un golpe de guion, con la declaración ante la jueza de Catarroja del técnico de mayor rango en Emergencias, Jorge Suárez. Sí, cuatrocientos días después del desastre; y muchos más después de que declarara el dueño del célebre restaurante El Ventorro. Al fin habló quién podía ofrecer una visión más técnica y, quizá, más incómoda. El señor Suárez aseguró que propuso enviar el ES-Alert, mensaje masivo de aviso a través del móvil, mucho antes de que se hiciera.
La instrucción judicial, que parece girar obsesivamente en torno a ese aviso tardío, encontró en su testimonio un nuevo eje. Aunque no deja de ser curioso: aquel mensaje iba a mandarse por el riesgo de rotura de una presa, no por el desbordamiento del barranco del Poyo que terminó causando la mayor parte de las víctimas. La Confederación Hidrográfica del Júcar o los bomberos que tenían que avisar del previsible desastre se habían quedado mudos durante los momentos más críticos.
El Cecopi del 29 de octubre fue, salvando las distancias, una pequeña isla de diez negritos. Allí, en presencial, se reunieron cargos políticos de la Generalitat y de la Diputación de Valencia, además de técnicos de emergencias, bomberos y protección civil. A distancia, y quizá a desinteresada distancia, la delegada del Gobierno Pilar Bernabé y el presidente de la Confederación Hidrográfica, Miguel Polo. También desde la lejanía seguían los acontecimientos el presidente Mazón y la ministra de Transición Hidrológica. Mientras tanto, tal como asegura Suárez, varios alcaldes optaron por no convocar sus Cecopal, los Cecopi municipales que podrían haber mitigado males mayores, y quedaron inevitablemente salpicados.
En esta versión contemporánea del misterio, ya han caído los negritos Mazón, Pradas, el secretario autonómico Argüeso y, de rebote, otra consellera que eligió mal sus palabras en un momento de máxima tensión. El jefe de bomberos que, según parece, desaconsejó el envío del ES-Alert, y quizá tuvo algo que ver con la desconcertante retirada de los bomberos del Poyo, se ha jubilado discretamente, como quien abandona el escenario sin esperar aplausos.
Pero los mensajes de Pradas han vuelto a situar el foco, implacable, sobre Mazón. Si ya estaba bajo fuego enemigo, su dimisión ha permitido que el fuego amigo avance sin reparos. Todo apunta a que ni él ni su círculo supieron interpretar los avisos que les llegaban aquel día. Y ahora pagan con sus cargos y con lo que fue, en algún momento, un «futuro político prometedor».
Pero lo importante es que la desorganización del servicio de emergencias ha quedado al descubierto: protocolos inexistentes, canales de comunicación improvisados, mandos que no se entienden ni siquiera en el idioma en que deben trabajar. La discusión sobre el contenido de los mensajes y sobre su traducción al valenciano roza lo caricaturesco; parece más una escena de 'La vida de Brian' que un episodio de gestión pública.
Resulta evidente que Pradas no estaba preparada para afrontar una tragedia como aquella, y quizá nadie lo está, pero cargar sobre ella toda la culpa sería ignorar el largo historial de improvisaciones y ausencias técnicas que venía de antes. Una emergencia no se improvisa en una tarde; tampoco los protocolos que nunca existieron.
Y, sin embargo, flota la sensación de que todo quiere resolverse con la cabeza de Mazón servida en bandeja de plata. Los esfuerzos del presidente Juanfran Pérez Llorca por recomponer puentes con las asociaciones de víctimas se estrellan contra un relato que reclama esa misma bandeja, como si fuera el final de un ritual necesario. Se olvida, por ejemplo, que el presidente Sánchez no ha vuelto a pisar la zona de la dana desde su salida precipitada de Paiporta, ni parece preocupar la inacción de la delegada del Gobierno en los días posteriores al desastre. A ella se le atribuye una larga experiencia en «no hacer nada»: quizá lo de la dana no le pasó factura, pero su inacción ante las denuncias por acoso en su partido podría hacerlo. Y como en la novela de Christie, nadie sabe cuándo caerá el siguiente negrito, ni cómo.
Coda. Me gustaría poder decir que hemos aprendido algo, que se han iniciado las obras necesarias y actualizado los protocolos para evitar que otra desgracia vuelva a desbordarnos. Pero no lo veo claro. Nadie habla del futuro; solo se sigue diseccionando lo que hizo o dejó de hacer Mazón después de comer aquel día. Y luego nos sorprendemos de cómo nos va.
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