El último liberal
Médicos, pacientes y el último ascensorista
«Si estuviéramos hablando de un ejército, diríamos que los médicos son las fuerzas de élite. Pero en España, en lugar de tratarlos así, se han convertido en el blanco fácil de unos y otros»
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Iniciar sesiónEn 1945 los ascensoristas de Nueva York iniciaron una huelga que impidió que miles de personas accedieran a sus puestos de trabajo en los altos edificios de la ciudad. El motivo era que una empresa había empezado a instalar ascensores que no requerían de ... un operario para su funcionamiento. Hasta entonces, los ascensoristas eran fundamentales tanto para la gestión del ascensor como para la seguridad de los pasajeros. Por ello, el gobernador de Nueva York paralizó inicialmente la instalación de esos nuevos dispositivos. Sin embargo, el progreso siguió su camino y, con la llegada de ascensores más modernos en otras ciudades, las siguientes huelgas apenas tuvieron repercusión.
Si en aquellos momentos y lugares era crítico el uso del ascensor, nuestro sistema sanitario público lo es aún más, según todas las encuestas de opinión. Es un motivo de orgullo, pero también de especial crítica. Se insiste en que todo debe girar en torno al paciente, pero paralelamente se han producido dos fenómenos que refuerzan la insatisfacción: por un lado, una mayor exigencia por parte del usuario; por otro, un deterioro del sistema que nuestros dirigentes, nacionales y autonómicos, no han sabido frenar.
Dentro del sistema sanitario, la mayor parte de las miradas se centran en el colectivo médico, que es al que se dirigen fundamentalmente todas las visitas. En España somos especialmente exigentes con su formación: acceden a la carrera los estudiantes con mejores calificaciones, deben superar un grado de seis años (cuando la mayoría de las titulaciones duran cuatro) y, tras ello, aprobar un examen de acceso para formarse en una especialidad, lo que les lleva entre cuatro y cinco años más.
Si estuviéramos hablando de un ejército, diríamos que los médicos son las fuerzas de élite. Pero en España, en lugar de tratarlos así, se han convertido en el blanco fácil de unos y otros: del Gobierno central y también de varias comunidades autónomas. La ministra de Sanidad, Mónica García, parece empeñada en igualarlos al resto del personal sanitario, negándose a dotarlos de un estatuto propio que reconozca su especificidad. Además, para asegurarse los apoyos de los partidos nacionalistas, recurre al tradicional comodín de las lenguas. Sin explicar bien cómo, pretende imponer que los médicos atiendan al paciente en la lengua que este elija, pero sin aclarar de qué manera se va a lograr. Tampoco parece haber reparado en que, pese a las presiones de algunos sectores, ni hay suficientes médicos que dominen la lengua de la comunidad autónoma donde trabajan ni los pacientes lo demandan mayoritariamente.
En nuestra comunidad, el conseller Marciano Gómez ha puesto en pie de guerra a los médicos de atención primaria con su nuevo sistema de objetivos y productividad. Es comprensible su preocupación por reducir los insufribles tiempos de espera en los consultorios, pero sería necesario estudiar con mayor profundidad las causas de la demora. No todas son responsabilidad del médico: influyen el exceso de cupos, la falta de sustituciones por bajas o vacaciones y la sobrecarga administrativa. También habría que señalar (aunque pocos se atrevan a hacerlo) que algunos pacientes abusan de las citas o directamente olvidan acudir a las que tenían reservadas.
En tiempos de Big Data resulta llamativo que la sanidad privada analice al detalle todos los parámetros que afectan a su eficacia, mientras que en la sanidad pública seguimos con indicadores muy básicos.
Lo que sí parece evidente es que se sigue cargando al personal sanitario en general, y al médico en particular, con jornadas maratonianas, horas no reconocidas y salarios en ocasiones insultantes. Basta ver lo que percibe un médico MIR de primer año para comprobarlo.
Quizá ministras y consellers se sientan tranquilos porque los médicos no son un colectivo muy proclive a la huelga, como lo fueron los ascensoristas de Nueva York. Un diputado me dijo en cierta ocasión: «estos fachas no saben hacer huelgas». Puede que tuviera razón, pero los médicos tienen otra salida, y muchos ya la están tomando: aceptar mejores condiciones laborales en la sanidad privada o en otros países que sí saben valorar la formación de los cuerpos de élite de la sanidad española. Así, nuestra atención primaria se ve cubierta por médicos formados en el extranjero, en ocasiones sin especialidad, mientras los formados aquí emigran a destinos más atractivos. Y, con el trato actual, resulta difícil reprochárselo.
El progreso avanza, y es posible que la inteligencia artificial llegue a sustituir algunas especialidades. Pero ni a corto ni a medio plazo parece viable que los médicos puedan ser reemplazados como lo fueron los ascensoristas. Por eso, como decía la filósofa Ayn Rand, los dirigentes políticos pueden ignorar la realidad, pero no deberían ignorar las consecuencias de hacerlo. Y la consecuencia más clara es que, sin médicos motivados y reconocidos, el sistema sanitario público no se va a sostener.
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