Píldoras de educación
La escuela de mis padres
«La escuela de mis padres me enseñó a respetar a todas las personas, a ser empático y a no poner el grito en el cielo por una palabra malsonante si ésta era aislada y venía sin compañía de golpes»
El Defensor del Pueblo valenciano investiga a la Generalitat por los casos graves de salud mental en un instituto de Mislata
Francesc Nogales
La escuela de mis padres tiene más de 40 años, y hace ya algunos que debió jubilarse porque ahora es difícil encontrarla entre las aulas. La escuela de mis padres era una escuela en la que el esfuerzo se valoraba y se enseñaba a ... tener mimo y cuidado en cada cosa que se escribía. No existían los bolígrafos borrables y el típex era un elemento prohibido, seguramente porque se aplicaba con la brocha del tapón.
La escuela de mis padres me enseñó a respetar a todas las personas, a ser empático y a no poner el grito en el cielo por una palabra malsonante si ésta era aislada y venía sin compañía de golpes. Era una escuela en la que se respetaba a cualquier persona sin importar si era hombre o mujer, sin necesidad de hablar de padres y madres, porque todos estaban incluidos. No nos planteábamos que hablar de niños excluía a las niñas porque ni ellas ni ellos se sentían raros ante esas omisiones. La escuela de mis padres eran colegios donde todos podíamos estar. No me refiero a la escuela física en la que ellos estudiaron, sino a la escuela que me ofrecieron a mí, la escuela que eligieron para que yo aprendiese a ser.
Aquella escuela no sabía que el futuro sería digital, no sabía que hoy tendríamos internet, ni GPS, ni smartphone, ni tampoco lo que sería un community manager, pero aquella escuela debió hacer algunas cosas bien para que 40 años después nuestra generación se desenvuelva bien. Era una escuela que no discutía por hacer o no hacer un regalo para el día del padre o el día de la madre, simplemente se hacía un detalle, sin coste material, una tarjeta, y en ocasiones no se hacía nada porque ya con hacer una falla había bastante. Era una escuela en la que aprendíamos que valorar a nuestros padres está por encima del dibujo con un «Felizidades» que focaliza todas las miradas.
MÁS INFORMACIÓN
La escuela de mis padres también se ejercía en casa, pero no sólo en los momentos de hacer deberes, los cuales no debían ser tantos porque daba tiempo a ver Barrio Sésamo sin problemas. La escuela de mis padres en casa se centraba más en vivencias, en visitar un lugar paisajístico, un monumento, en salir a pasear, en andar por el campo, en visitar a la familia… En crear unión. Quizás también ayude recordar que en la escuela de mis padres ellos no estaban secuestrados por una pantalla, y que sus secuestros (llámese hogar) eran compartidos con nosotros.
Era una escuela que cocinaba a fuego lento, una escuela que generaba momentos para reír y otros momentos para trabajar, que no corría intentando que fuésemos ya casi adultos, y que no penalizaba por no citar una bibliografía cuando uno tiene 9 años.
Hoy aquella escuela es un unicornio de purpurina, una quimera. Ahora los padres ya no son padres sino una retahíla de vocablos para que nadie se sienta olvidado. Ahora es una escuela en la que unos se enfadan por no recibir un detalle en un día señalado, y es una escuela en la que todo se mide, todo se controla y todo se juzga mientras olvidamos lo que es importante, algo tan sencillo y complejo como aprender a ser, y aprender a querer. Pero tranquilos, que nadie se ponga nervioso, la escuela de mis padres podemos recuperarla y rediseñarla en la nueva escuela de nuestros hijos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete