El drama de unos represaliados de la República que se fueron a otra guerra que no podían ni debían ganar

La obra recopila minuciosamente nombres y apellidos, documentos oficiales y fotografías de la época, cuando en nombre de la República y acusados de colaboracionismo con los golpistas de Franco o con un pasado vinculado a la dictadura de Primo de Rivera, entre otras muchas razones, se mató con apariencia legal a familiares de estos voluntarios que se rebelaron marchándose desde Elche al frente ruso contra el comunismo.

Esos valores destaca el editor, Vicente J. Sanjuán, de La Biblioteca del Guripa, satisfecho por el rico caudal de información que atesora este trabajo ingente y revelador del autor.

Triste paradoja, que los protagonistas fueron a alinearse con otros farsantes que en nombre de sus ideales tenían poco que envidiar a sus represores. Menos mal que no vencieron en aquella II Guerra Mundial, porque sus paisanos ilicitanos habrían probado el mismo jarabe amargo de la intolerancia. De hecho, así ocurrió, aunque de haber vencido el gigante alemán, seguramente habría 'mejorado' al caudillo en su fascismo.

«Este libro demuestra, una vez y a quien lo quiera entender sin anteojeras ideológicas, que muchos divisionarios o sus familiares sufrieron represión política entre 1936-1939 y se adhirieron voluntariamente a la lucha contra el país del que había surgido la ideología que había llevado a la muerte a sus casas durante la Guerra Civil: el materialismo comunista de la URSS de Stalin». Esta afirmación en la contraportada de esta obra contiene tanta verdad como si se cambiara el color de las banderas para sustituirlo por el «Glorioso Alzamiento». Es lo que tiene la violencia, se parece tanto con independencia de los adornos que se le pongan. Siempre y cuando se desechen esas mismas «anteojeras ideológicas», claro.

De hecho, en honor a la verdad, el mismo autor -Jesús A. Rueda Cuenca- deja claro de entrada que no pretende hacer apología del franquismo ni denostar la II República, sino desmontar algunos mitos, sobre todo, que los divisionarios se habían movilizado de forma forzosa por el bando nacional o para lavar su pasado.

Además, tuvieron que enfrentarse incluso al desprecio de militares profesionales que no los querían en la misma trinchera. Redondea su intención al citar al general francés De Gaulle cuando afirmó que todas las guerras civiles son malas y las civiles imperdonables porque la paz no nace cuando termina la guerra. «Por eso, ¿me permiten un último deseo?: que esto nos sirva de experiencia y aprendizaje para no volver a caer en los mismos errores del pasado; que nunca nadie ni nada nos vuelva a dividir ni enfrentar».

No se puede resumir mejor, aunque en el prólogo de Carlos Caballero Jurado el enfoque se aleja bastante de ese espíritu pacifista y ecuánime, y centra el foco en su análisis personal de la historia de Europa en ese periodo olvidando que si Occidente recurrió a un tirano sin perdón como Stalin fue para frenar a otro que no le iba a la zaga: Hitler. Puestos a elegir, ninguno.