El día después en la zona cero del incendio en Valencia: «Nadie entiende nada»

Los vecinos del barrio de Campanar observan atónitos el esqueleto del inmueble calcinado por las llamas

El edificio incendiado en Valencia: polvorín en un residencial de lujo de 6.000 euros por metro cuadrado y placas de poliuretano

Sigue en directo la evolución del incendio de un complejo de viviendas en Valencia

Un hombre observa la estructura del edificio incendiado en Valencia EP

El silencio reina en la calle, fruto del desconcierto. Los vecinos de Campanar, en la ciudad de Valencia, recuerdan el olor a plástico quemado que la columna de humo dejaba a su paso. Se siguen acercando a primera hora de este viernes a la ... zona acordonada en la que se sitúa lo que hace menos de 24 horas eran dos edificios de viviendas y ahora es un esqueleto calcinado.

«Da escalofríos verlo». Es la frase más repetida entre todos los que se acercan y se quedan mirando hacia arriba con los ojos vidriosos. «Nadie entiende nada», señala una mujer que pasea a su perro por un parque, con un espacio reservado para mascotas, desde el que se levanta el residencial siniestrado.

El impacto del brutal incendio que en cuestión de media hora devoró un complejo de 138 viviendas se puede ver en los rostros de los transeúntes. La incertidumbre de los primeros momentos ha dado paso a la rabia y a la preocupación por las familias que todavía no saben nada de los catorce desaparecidos. De momento, solo se han confirmado cuatro muertos.

A primera hora, el corte de la avenida General Avilés provoca algunas complicaciones en una zona obligada a recuperar la normalidad ante una tragedia casi sin precedentes. Los semáforos siguen su circuito, pero no ordenan un tráfico cortado, mientras los escolares emprenden el camino hacia los colegios. En esta parte del barrio Campanar, surgida del boom inmobiliario de los 2000, se levantaron fincas modernas frente a otras más antiguas y a una distribución de calles que todavía da cuenta de lo que antaño fue un pueblo.

Hoy es complicado moverse, incluso a pie, por las calles aledañas a la zona cero. El supermercado más cercano está cerrado al público, pero alberga víveres para que los efectivos y los periodistas cojan fuerzas. Mientras, un goteo constante de personas se congregan en las esquinas para tomar imágenes del desastre.

Los vecinos se siguen acercando a la Policía para preguntar si hace falta ropa o cualquier producto de primera necesidad. «Bueno, pues me avisáis. Tengo hasta pañales de sobra en casa», incide una joven ante la respuesta de una agente, que la tranquiliza y le confirma que todos los afectados están bien atendidos. «La ciudad está para pocas fiestas», comenta otro vecino sobre los tres días de luto oficial que se han decretado.

A media mañana, mientras la Policía Nacional prepara la llegada del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, dos bomberos en una grúa similar a la utilizada ayer en el heroico rescate de una pareja atrapada, intentan observar el interior de la mole negra que todavía emana algo de humo. Inspeccionan la estructura del inmueble siniestrado para asegurarse de que, en caso de entrar a por los cadáveres, no colapsará. Hechas las comprobaciones, proceden. El viento que ayer avivó las llamas vuelve a soplar, esta vez más frío.

Más allá de la seguridad, uno de los objetivos últimos es proteger la intimidad de las víctimas. Los fotógrafos, de hecho, no pueden acceder a las terrazas para tomas imágenes desde otros ángulos. Corresponsales de otras partes del mundo cuentan las claves del suceso. Entre la nube de cámaras y televisiones y radios cerrando conexiones en directo, un padre y un hijo observan el destrozo que dejó el fuego a su paso. Fueron de los primeros en ver las llamas desde su casa, en el edificio de enfrente.

A su lado, aunque no se conocen, Pepe, un hombre mayor, fija su mirada en el inmueble calcinado. Su hija, a punto de dar a luz, vivía allí. De momento, se ha trasladado a su casa, cuenta. «Estamos digiriendo lo que ha pasado», llega a comentar muy emocionado, hasta que una familiar se lo lleva del brazo.

Entre relevos de bomberos y policías a la hora de comer, algunos periodistas somos testigos sin buscarlo del reencuentro íntimo de una familia, cargada con bolsas y un carro de paseo infantil, que se abraza con otros seres queridos. «Hay que estar agradecidos de que estamos vivos», se limitan a decir. Necesitan unos días para mentalizarse de lo ocurrido.

El flujo de gente se mantiene en varios puntos durante la tarde. Una televisión nacional empieza a montar un set para retransmitir un programa en directo. Las autoridades confirman la aparición de diez cadáveres. En un local de la calle de detrás del edificio, decenas de personas organizan rápidamente en cajas los enseres, la ropa o los zapatos donados por los vecinos para aquellos que lo han perdido todo. Un hombre y una mujer cruzan la avenida General Avilés. Llevan entre los dos, cada uno de un asa, una pesada bolsa de la que sobresalen sudaderas.

La noche cae. El balance de víctimas se rebaja a nueve, pues una persona continúa desaparecida. El trasiego de gente con productos de primera necesidad no cesa. Y pese a todo, en las calles de Campanar sigue reinando el silencio.

Galería.

«No pudieron hacer nada»

Los bomberos, tras recibir la alerta a las cinco y media de la tarde, llegaron a subir hasta la planta 12 del edificio. El fuego les piló en las escaleras y les desbordó. «Había gente llamando por teléfono pidiendo ayuda. Ha habido rescates con arnés que no se han visto», comenta Faustino Yanguas, cabo de bomberos y representante del Sindicato de Policía Local y Bomberos (SPPLB) de Valencia. La información llega a cuentagotas, mientras los psicólogos siguen atendiendo a los afectados, tanto a los que se han quedado sin nada, como a los que desconocen el paradero de sus seres queridos con las esperanzas agotadas.

Otros vecinos, lamentados por su «impotencia», relatan que «no pudieron hacer nada», simplemente «salir corriendo» con lo puesto, en pijama, porque el fuego se propagó en cuestión de minutos. Vicente, que vive en uno de los edificios afectados, asevera que «hay gente que lo ha perdido todo» y que «familias enteras se han quedado con lo puesto».

«Salimos unos con otros como pudimos y hasta que en cuestión de minutos. Nos hemos quedado sin nada»

Miguel, uno de los residentes del edificio

Miguel, que reside en el primer piso desde hace siete años, ha contado en que el fuego «se propagó por la séptima planta» y a partir de ahí lo hizo «por toda la fachada». Los vecinos «salimos unos con otros como pudimos y hasta que en cuestión de minutos» las llamas se extendieron por «todo el edificio». «Nos hemos quedado sin nada», ha añadido.

Destaca también que el conserje del edificio fue «el primero que se puso a trabajar»: «Empezamos a salir, la gente mayor, los que pudimos, y así fue todo. Salimos porque detectamos el olor, vimos que caían todas las placas con fuego, la parte de la lana de roca que había en la fachada del aislante. Mi mujer se vistió, salió corriendo hacia abajo, yo también salí, sin nada, con toda la documentación en casa. No tenemos absolutamente nada porque se ha pegado fuego todo».

«En principio los bomberos creían que lo iban a poder sofocar, porque era un séptimo, pero el aire que soplaba era imparable, Entonces, no les dio tiempo, empezaron a subir y la gente mayor fuimos ayudándonos los unos a los otros», recuerda.

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