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Adictos al cibersexo y confundidos por el porno: «Hay chicos que creen que tienen eyaculación precoz porque no distinguen la ficción»

Una innovadora terapia dirigida por profesionales valencianos pone coto a la dependencia erótica de las pantallas, mientras los expertos advierten del peligro de dejar la educación sexual en manos de la pornografía

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Toni Jiménez

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La Real Academia Española define la pornografía como una «presentación abierta y cruda del sexo que busca producir excitación». Internet está plagado de ella. Una simple búsqueda permite acceder a un sinfín de ficciones disfrazadas de realidad que se visualizan sin contrapuntos y en la intimidad. Llevar al extremo la dependencia a ellas tiene consecuencias y, desde hace un tiempo, también tratamiento.

Un estudio realizado por la ONG Save The Children en 2020 situó a los 12 años el momento en el que los jóvenes visionan por primera vez vídeos eróticos en internet. Casi siete de cada diez los consumían frecuentemente en el móvil y para un tercio de los adolescentes encuestados eran su única fuente de información sexual. Seis años antes, un grupo de investigadores de la Universidad Jaume I de Castellón y la Universidad de Valencia ya había puesto sobre la mesa la primera investigación nacional a gran escala sobre el consumo de cibersexo.

El trabajo de la Unidad de Investigación en Sexualidad y Sida (Salusex-Unisexsida), que comparten ambos centros, reveló que más del 90% de los hombres de entre 14 y 70 años realizaba algún tipo de actividad online buscando una gratificación sexual, incluyendo también los chats y las app de contactos. En las mujeres, el porcentaje se situaba veinte puntos por debajo. Una brecha de género que tiene explicación. «Un hombre que tiene más necesidad de actividad sexual no está mal visto, pero una mujer sí. Además, la pornografía es un producto muy machista en el que ellas aparecen como un objeto. La excitación femenina está más relacionada con lo sensual, no tiene tanto que ver con una imagen estática», señala el profesor Rafael Ballester, coordinador de esta unidad y del grupo de investigación Psicología de la Salud: Prevención y Tratamiento de la UJI.

Fue entonces cuando descubrieron que había personas en las que ese consumo se volvía frecuente e intenso -como ocurre con cualquier sustancia tóxica- y perdían el control, exponiéndose a comportamientos de riesgo como chantajes al intercambiar imágenes íntimas o conductas ilegales, al descargar material de menores. Para ellas, además, no existían programas de tratamiento validados. De ahí nació Adisex, la primera plataforma digital hispana para evaluar y tratar la adicción al cibersexo.

Una adicción que destroza vidas

«Prefieren el cibersexo a tener relaciones con la pareja o a ligar por ahí. Sacian ese impulso y las pantallas acaban por desconectarlos de la realidad»

El perfil de los pacientes es diverso, pero son en su mayoría hombres de entre 30 y 50 años, aunque existen casos desde los 18, pues se calcula que un 10% por ciento de los adolescentes presenta niveles de riesgo. La pandemia fue un punto de inflexión. «Hemos encontrado un incremento importante de la adicción al cibersexo en aquella época. Estuvimos todos muchas horas delante de las pantallas, con dificultades para relacionarnos. La gente buscó más pornografía, las parejas se intercambiaban más imágenes o tenían relaciones a través de la webcam. Desde entonces empezamos a tener más pacientes que nos pedían ayuda», explica Ballester.

¿Un adicto al cibersexo es también un adicto al sexo? En base a lo publicado por diversos autores, no hay una sola respuesta a esa pregunta, pero el experto responde con firmeza. «Un adicto al cibersexo suelen tener poca actividad sexual fuera de internet. Prefieren eso a tener relaciones con la pareja o a ligar por ahí. Sacian ese impulso con las pantallas, que acaban por desconectarlos de la realidad. Es un problema que empieza de forma tonta, a escondidas, y acaba siendo devastador para las relaciones afectivas porque pierden el apetito sexual y les da hasta pereza acariciar a su pareja», asevera. «Dedicas una cantidad de horas que limita tu dedicación a la familia, a los amigos, al estudio o al trabajo. Eso se traduce en más infidelidades, en ruptura de familias con el sufrimiento que supone, en problemas económicos -por las suscripciones a páginas o la compra de productos- y en infecciones de transmisión sexual», agrega.

«Siempre decimos que masturbarse es saludable a todos los niveles. Pero si asocias el placer sexual a un tipo concreto de contenido, llega un momento que solo eso va a tener la capacidad de excitarte y desarrollas una parafilia, gustos que antes no tenías. Es algo que puede ocurrir en apenas un mes», advierte el catedrático.

Una terapia grupal, online y gratuita

Adisex permite que cualquier persona puede realizar un cuestionario anónimo que da una respuesta inmediata sobre el nivel de dependencia del usuario. Si detecta un perfil de riesgo, ofrece la posibilidad de contactar con un profesional para realizar una valoración más profunda y, en caso de que así lo estime, acceder a la terapia gratuita. El proyecto empezó atendiendo a los pacientes de forma individual, pero ahora lo hace en grupos de una decena de personas, de forma gratuita, ante la falta de especialización de las consultas psicológicas.

ADISEX 964 72 97 19 salusex@uji.es

Terapia online gratuita

«Se producen un par de abandonos por asuntos laborales o porque no encuentran el lugar en el que conectarse a las sesiones -doce, con periodicidad semanal-. En muchos casos sus familias no lo saben y lo hacen a escondidas, en el sótano o en el coche», indica Rafael Ballester. No obstante, los resultados son muy satisfactorios y en septiembre iniciarán el tercer grupo: «Las terapias grupales para problemas muy estigmatizados tienen la ventaja de que conoces a otros iguales que tú y ya no te sientes un degenerado o un pervertido».

Los terapeutas hacen pedagogía para que los asistentes comprendan el problema que tienen, detecten las situaciones de riesgo y aumenten el control sobre sus impulsos. «Dificultamos que físicamente esa persona pueda realizar esos comportamientos. A veces hay que poner el ordenador de cara a los demás miembros de la familia, o quitárselo directamente; desinstalarse ciertas aplicaciones, o que el padre se lleve el router», describe el experto.

«Tras ese entrenamiento, se le acompaña en el proceso de volver a conectarse a a internet o de tener de nuevo el móvil él solo y se analiza si hay o no recaída», comenta. Además, se reservan algunas sesiones para trabajar sobre casos más concretos que no son comunes al resto o son mucho más íntimos todavía. Entre ellos, por ejemplo, una persona que ha sufrido abusos sexuales o extorsión; que tiene otras adicciones; que lleva 11 años siéndole infiel a su pareja porque no puede contenerse; o un hombre gay que reside en un país en el que la homosexualidad está castigada por ley y necesita las app para contactar con otros chicos.

Una educación sexual nula

Más allá de los peligros de la adicción y de los beneficios para la salud sexual que puede generar el sexo online en la exploración y el aprendizaje, los investigadores están observando un aumento de las conductas de riesgo en los más jóvenes a la hora de mantener relaciones sexuales tras la proliferación de las aplicaciones para ligar. Y en ellas, el modelado de la realidad que ofrece la pornografía juega un papel crucial.

«Los cuerpos que aparecen son de todo menos realistas y el funcionamiento sexual carece de respeto y de consentimiento. Cada vez más chicos vienen y nos dicen que tienen eyaculación precoz, pero en realidad no tienen ningún problema. Se han creído lo que han visto y no distinguen lo que es ficción», resume Rafael Ballester.

En ese sentido, el grupo Salusex -que también está encabezado por la profesora María Dolores Gil por parte de la UV- colabora con centros educativos y ayuntamientos para promover campañas sobre el 'sexting' o contra las prácticas que comportan un aumento de las infecciones de transmisión sexual, a las que se ha perdido el miedo.

Las campañas para el uso de protección -el 'Póntelo, pónselo' que impactó en los 90 en la lucha contra el VHI- brillan por su ausencia. Tampoco existe una buena formación, más allá de un par de charlas en los institutos sobre anticonceptivos: «La educación sexual tiene que acompañarnos a lo largo de toda la vida, porque conforme vas creciendo tiene inquietudes diferentes. Más aún si eres una persona LGTBI y a la incertidumbre le sumas el miedo al estigma. Te dejan solo».

«Desde el momento que tienes un móvil a los 9 años, puedes acceder a cualquier cosa sin supervisión paterna. Si no les das un marco que les proteja y no les adviertes de que lo que pueden ver es mentira, creen que es lo normal», lamenta Ballester. «Si no les hablamos nosotros de sexo a los adolescentes, lo va a hacer la pornografía. Y esa violencia sexual luego se traslada a la vida real».

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