VERLAS VENIR
Un poco de spam
SE levantó a las ocho. Como venía haciendo durante el último año. Un café, una ducha y para las nueve, puntual como un reloj en hora, ante el ordenador. Revisó su correo. Como siempre, poco más que un poco de spam. Resultaba incómodo. Pero al ... final, uno se acostumbra a todo.
Toni estaba en el paro. Desde hacía ahora año y medio. Su mujer, de milagro, mantenía su empleo tras dos expedientes de regulación en su empresa. De eso, apenas 1.200 al mes, vivían.
Toni realizaba un curso «on line» de diseño gráfico para ver si podía abrir alguna nueva puerta que le permitiera volver a la actividad laboral. Y, en paralelo, se había dado de alta en un buen número de páginas web que se suponía que le ayudan a buscar empleo.
A media mañana, un sonido que simulaba una sirena de barco le advirtió que había recibido un nuevo mail. Dejó el curso y abrió la ventana del correo.
Hacía semanas que no recibía una oferta «on line». Empresa del sector servicios requiere una persona con capacidad de comunicación, capaz de escribir y hablar en castellano y valenciano, resolutiva en la toma de decisiones, excelente relaciones públicas. Preferiblemente titulado universitario. Ni hecho a medida, pensó Toni, justo un minuto antes de darse cuenta de que era un trabajo a media jornada, algo que no le entusiasmaba aunque tampoco le iba a hacer ascos a la oferta. Salvo por un lamentable detalle. En la última línea el anuncio marcaba el salario 5,50 euros la hora.
Un poco más de spam, se lamentó mientras tiraba el correo a la papelera. Finalizó la sesión 143 de su curso «on line». Y ahí, sobre las dos de la tarde, se puso a preparar la comida. Carmen llegaba a las tres menos cuarto y a él le encantaba esperarla con la comida recién hecha.
Ensalada, pasta con jamón y fruta. Mientras lavaba la lechuga y cocía las espirales puso la radio. Su emisora de siempre. Pero era jueves, ese maldito día en que en la radio dedicaban la hora entre las dos y las tres a la actualidad del futbol local. Toni soportó otra dosis de spam hasta que, harto de mensajes que no le interesaban, cambió a una radio fórmula. La cosa apenas mejoró.
La comida se convirtió, como siempre, en lo mejor del día. Carmen le contó un par de cosas de la oficina —el mundo exterior existe, pensó Toni— y él le hizo un par de bromas sobre su vida de ermitaño.
Ella volvió a trabajar. Y él también. De nuevo ante el ordenador inició una pelea infinita contra Freehand y Photoshop. Recordó sus inicios con los videojuegos. De pronto, sonó el teléfono. La vida exterior, se alegró y cogió el móvil con cierta ansiedad. ¿Sí? Le costó casi cinco minutos deshacerse de la teleoperadora empeñada en venderle no sé qué. Una dosis más de spam, se dijo.
Carmen volvió de trabajar. Dieron un paseo. Cenaron y se sentaron a ver la televisión. En el informativo de las nueve de la noche, una sucesión de presuntos representantes de la sociedad encadenaron una suerte de descalificaciones y agresiones verbales ante la inminente cita electoral. Ya tengo mi cupo completo de spam para hoy, lamentó Toni. Y se fue a la cama.
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