Vida eterna futbolera
A PUNTONO dispongo de más datos biográficos que cuantos aparecen reflejados en su esquela, publicada en «La Vanguardia» el pasado día 23 de este mes de noviembre. Se llamaba José Luis Massó Tarruella
A PUNTO
NO dispongo de más datos biográficos que cuantos aparecen reflejados en su esquela, publicada en «La Vanguardia» el pasado día 23 de este mes de noviembre. Se llamaba José Luis Massó Tarruella y debía ser muy conocido por su apodo de «El Fósil», ... puesto que él mismo, o su familia, dispuso que apareciese reflejado junto a su nombre, por delante incluso de los dos títulos que orlaron en vida su actividad profesional y su pasión futbolera: los de químico y socio nº 45 del RCD Español.
El señor Massó, que según se nos dice fue enterrado en la intimidad, no tuvo la posibilidad de pasar el largo rato que supone la eternidad descansando en un estadio de fútbol, como bien pudo ser deseo a la vista de sus públicas y notorias inquietudes balompédicas. El estadio «Lluís Companys», antiguo Montjuic, que es donde juega el Español, no cuenta con un servicio de columbarios, del que sí dispondrá el futuro y futurista estadio del Valencia.
No es ninguna tontería ésa de reservar un espacio para que las cenizas de valencianistas, que sienten los colores más allá de la propia vida, puedan tener un huequito cerca del rectángulo de juego. Lo que a unos parecerá frivolidad para otros será prueba irrefutable de amor eterno a unos colores. Si las empresas funerarias contasen las cosas tan raras que en vida dejan encargadas los finados, lo de terminar en el columbario de un estadio de fútbol nos parecería de lo más normal. Este pasado verano, sin ir más lejos, un coche fúnebre, con su muerto dentro y sus coronas a ambos lados, estuvo durante más de una hora dando vueltas por Les Rotes de Denia, porque así lo había dejado establecido el difunto.
Cómo no recordar las peripecias vividas por el hijo de un bético hasta el tuétano, que dispuso que sus cenizas fuesen llevadas a su asiento en el Benito Villamarín cada domingo que jugase su Betis querido del alma. Cuando el ya huérfano, urna en mano, trató de acceder al estadio se encontró con la oposición de los seguratas: «Nada de botellas», le dijeron, sin reparar que nadie, por lo general, acude a un campo de fútbol con las cenizas paternas dispuesto a lanzárselas al linier a poco que pite un fuera de juego inexistente.
Superado el acceso, el aficionado se las arregló para que un directivo de su equipo le autorizase a depositar en un cuarto de la limpieza la urna, de modo que así se evitaba cada quince días tener que superar el férreo control de seguridad. Durante varios meses, el hijo del bético hasta y después de la muerte, hizo el recorrido entre el cuarto de la limpieza y su localidad en el estadio, hasta que un día uno de los empleados del club, supersticioso a más no poder serlo, enterado del contenido del recipiente se negó a seguir prestando servicio si no era retirado de inmediato.
Devueltas las cenizas al domicilio familiar, el hijo, dispuesto a cumplir el deseo paterno a todo trance, optó por una solución que a muchos puede parecer de lo más prosaica, pero que para él resultó ser de una apabullante efectividad: depositó las cenizas en un tetra-brick, y ya no encontró mayores problemas para su quincenal traslado.
Nada de eso les ocurrirá a los valencianistas que, si es su deseo dispondrán de lugar reservado en el que será un magnífico estadio. Allí descansarán en paz. Eso sí, siempre que la bronca entre Quique y Carboni no vaya a más y termine por interrumpir hasta el más profundo de los sueños que es el eterno.
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