El otro Garzón es valenciano
MIENTRAS el más conocido de los garzones, Baltasar de nombre de pila, compartía su tiempo a alguna de sus muchas aficiones y obligaciones profesionales: organizar y cobrar conferencias aquí y allende los mares; disparar junto con Bermejo a todo lo que se moviese delante de sus narices y escopetas; instruir y/o demorar sumarios varios; y tratar de dar carpetazo al pestilente caso Faisán, otro Garzón, de nombre José Antonio, seguía a lo suyo, esto es, investigar concienzudamente en los ratos libres que le deja su actividad periodística, con el fin de recopilar nuevos datos de vengan a ratificar, aún más si cabe, su contrastada tesis de la valencianía del moderno juego del ajedrez.
Nuestro José Antonio Garzón Roger ya tiene mucho y bueno publicado al respecto. Recuérdese su apuesta por el paisano Francesch Vicent, autor del primer texto -el incunable perdido- que habría visto la luz en la ciudad de Valencia en 1495, y al que le correspondería el título de ser el primer libro editado en todo el mundo sobre el ajedrez moderno. Hablamos del Llibre dels jochs partitis dels schachs que, Deo volente, habrá de ser hallado por quien con tanto ahínco lo busca y sueña encontrarlo por más recóndita que sea la estantería en que se hallare de la más olvidada biblioteca. Posteriores investigaciones, a través de la consulta directa de todas las obras sobre el ajedrez publicadas en el periodo comprendido entre 1450-1530, le han permitido confirmar que, en efecto, fue Valencia el tablero sobre el que se reinventaron los escaques.
La personalidad de José Antonio Garzón Roger son varias a la vez: ajedrecista, pero sobre todo investigador e historiador del ajedrez, periodista, conversador... Fruto de sus últimas investigaciones es la publicación que ahora verá la luz coincidiendo con la 41 Feria del Libro de Valencia. Se trata de «Luces sobre el «Ingenio», el pionero libro del juego llamado marro de punta, de Juan Timoneda», una monografía editada por la UNED, sobre un desconocido libro de Timoneda, aparecido en Valencia en 1547, en el que también queda constatada la valencianía del ajedrez moderno, así como la del juego de damas, entonces conocido como «marro de punta».
Al ya apuntado mérito ajedrecístico de José Antonio Garzón hay que añadir el de haber deshecho el histórico entuerto que atribuía a Antonio de Torquemada (que nada tiene que ver con el inquisidor de igual apellido) la autoría de ese texto que, en realidad y tal como demuestra, era del valenciano Juan Timoneda, pero que se vio despojado de su paternidad por culpa del error de un archivero-bibliotecario, una pifia ratificada por todos aquellos que dieron por buena la errónea clasificación.
Mientras nuestro valenciano Garzón sigue en lo suyo, el otro Garzón sigue en lo otro: consintiendo actos de adhesión inquebrantable en los que se pretende dar jaque mate al Estado de Derecho. Ayer en el Paraninfo de la Universidad de Barcelona fue el ex fiscal José María Mena quien hizo de Jiménez Villarejo. Mientras todo eso y más pasa como si nada pasase, el Gobierno sigue tapado por una nube de ceniza.
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