«Historia de Valencia en pildoritas»: el tratamiento de José Vilaseca para los amantes de la ciudad

Estas líneas van dedicadas a recomendar los dos últimos: «Historia de Valencia en pildoritas» e «Historia del Reino de Valencia en pildoritas» , ambos publicados por la Editorial Sargantana .

En el segundo, mi querido amigo Pepe ha recopilado anécdotas desde Ademuz a Zucaina y de Vinaroz a Orihuela . El autor de «Padre Muerte», «Sidi: mi señor» y «Tierra Muda» , lo mismo cuenta la historia del «sanatorio maldito» de Cheste que encuentra una calle dedicada a Antonio Ozores en Burjassot . Por cuestiones personales derivadas de un cuarto de siglo de veraneos me quedo con la «pildorita» dedicada a Navajas y su «Salto de la novia».

De que a Vilaseca le ha gustado de siempre la historia puede dar fe su tocayo José Montañana . Ahora se dedica a plasmarla negro sobre blanco. En «Historia de Valencia en pildoritas» empieza en el año 138. a. C. y acaba con una anécdota de la visita del Papa Benedicto XVI a Valencia en 2006. Vilaseca nos cuenta que el primer teléfono de España se instaló en la redacción del periódico «Las Provincias» o que en 1886 no se plantaron fallas en la ciudad.

Pepe y yo siempre estuvimos enfrentados en el patio del colegio cuando había una pelota de por medio. Él, en el bando del Levante. Yo, con el Valencia. Las «pildoritas» de los dos equipos de la ciudad no han faltado. La del mío narra la historia de cuando el portero Quique se subió al larguero de la portería para celebrar el triunfo en la Copa de 1954. Ese «Amunt Valencia» llega al alma viniendo de un «granota» del Canyamelar que ganó por méritos propios el I Certamen de Relato Salvador Regües del Levante Unión Deportiva .

Bajo el título de «El gato subió a la palmera» , Vilaseca narra cómo fue el primer ascenso del equipo de sus amores a Primera División, que remata con un «Macho Levante» que suscribo, al tiempo que recomiendo a todo valenciano interesado en conocer historias de su ciudad, contadas de forma amena y nada pretenciosa, tome una dosis doble de las «pildoritas» de mi amigo Pepe.