El pederasta de Lardero echa la culpa al pequeño Álex: «Yo no le forcé. Fue todo colaboración»
Habla por primera vez Francisco Javier Almeida, el presunto asesino del menor de nueve años: «No era mi intención ni agredirle ni matarle».
La Fiscalía le acusa de vejar y estrangular al niño con el único fin de «saciar su lascivia» el 28 de octubre de 2021. El juicio comienza este lunes en la Audiencia Provincial de La Rioja y se prolongará hasta el próximo 31 de marzo
El Ministerio Fiscal y la acusación particular y popular piden para el acusado prisión permanente revisable por asesinato y otros 15 años más por agresión sexual (violación)
Cruz Morcillo y Patricia Romero
Madrid
- ¿Usted violó al niño?
- No
- ¿No le metió el pene en la boca?
- Yo no le forcé. Fue todo colaboración.
Francisco Javier Almeida es un violador y asesino condenado. Se enfrenta a prisión permanente por hacer lo mismo a Álex, ... de nueve años, pero ayer se presentó ante la Audiencia de La Rioja como una víctima, como un cobarde, sin un asomo de piedad, jactándose de que el niño aceptó, escudándose en «una nebulosa» y en el alcohol. El fiscal Enrique Stern lo colocó en su lugar al dirigirse al Jurado: «Almeida está perfectamente, hace lo que quiere, puede evitarlo pero no quiere, lo que ocurre es que la maldad existe».
La maldad ayer tenía la cara de Almeida que, contra todo pronóstico, declaró por primera vez sobre lo que ocurrió el 28 de octubre de 2021 en Lardero (La Rioja), cuando consiguió con engaño que Álex le acompañara desde el parque en el que celebraba Halloween con sus amigos al piso en el que lo vejó y mató.
Sus respuestas, evasivas y exculpatorias, se resumen en una frase demoledora: «No tenía malas intenciones». En su relato, la víctima es él aunque el Jurado pudo ver las imágenes de las cámaras del edificio y a la criatura conducida hacia su final.
El pederasta de Lardero vejó y estranguló al pequeño Álex para «saciar su lascivia», según el fiscal
Cruz MorcilloPide prisión permanente para Almeida en el juicio que empieza el lunes
A preguntas del fiscal, admitió que el niño estuvo en su dormitorio aquel día «según dicen», pero ninguno de los dos se desnudó. No hizo falta, dijo sin inmutarse, porque el pequeño Álex «se bajó él solo los pantalones». Él no necesitó ejercer violencia alguna. No le forzó para vejarlo porque «fue todo colaboración» y, por supuesto, negó la agresión sexual pese a los restos biológicos evidentes que se recogieron en la inspección ocular y durante la autopsia y que se expondrán en las próximas sesiones del juicio.
Se llama igual que él, vive en el mismo sitio y vestía la misma ropa, pero no es él quien actuó, sino «otra persona totalmente diferente». Más surrealismo en la declaración. «No puedo decir qué fue exactamente lo que pasó. Fue todo muy deprisa. Tengo como un lapsus». El lapsus y la niebla fueron recurrentes en sus respuestas. Pero ni uno ni otro los han detectado los psiquiatras forenses, como dejó claro en su exposición el fiscal: «Está perfectamente (...) Pero la maldad existe».
«Yo no tenía intención ni de agredirle ni de matarle». Todo se debió -otro pretexto reiterado- a que «ese día había bebido un montón, pero un montón» y sobre todo, a una supuesta «nebulosa», que le provoca ausencia de memoria. Pero sólo en determinados casos. Por eso, no sabe «a ciencia cierta» cómo pudo convencerle de subir a su domicilio, por qué le pidió que se bajara los pantalones o cómo le estaba asfixiando cuando el niño comenzó a gritar.
Dos guardias civiles concretan la «elevada violencia» con la que estranguló al niño y le provocó heridas en la boca
El instante posterior a la agresión sexual sí que lo recuerda: «Se puso a chillar y yo le eché las manos. Le puse las manos encima». Y entonces, «sí le tapé la boca», pero «no es que le asfixiase, sino que perdió el conocimiento». Las pruebas indican que estranguló a la criatura por la espalda, haciendo pinza con su brazo.
Lo detuvieron cuando bajaba por las escaleras con Álex en brazos a punto de coger el ascensor para dirigirse a su coche aparcado en el garaje del edificio de la calle Río Linares. Almeida se justificó ayer asegurando que no iba a deshacerse del cadáver ni a esconderlo, sino a «pedir ayuda» o «llevarlo al hospital».
Estaba en libertad
Estaba en libertad condicional cuando mató al niño y había sido condenado en dos ocasiones: en 1993 por una agresión sexual a una menor de 13 años, y en 2001, a 30 por la agresión y asesinato de la empleada de una inmobiliaria de Logroño. Había cumplido 22 cuando quedó en libertad un año antes del crimen de Lardero.
Los dos episodios parecen haberse diluido en esa «nube» que le hace olvidar desde que salió de la cárcel. La abogada de la acusación, Alicia Redondo, quiso recordárselos:
- ¿Esto ya lo ha hecho en otras ocasiones? Asesinar a otra persona.
- No voy a contestar.
Relato de un crimen
Un supuesto perrito
Era Halloween. Álex jugaba en un parque de Lardero; iba disfrazado con una peluca caoba, una túnica blanca y el rostro pintado. Almeida le convenció de que subiera a su casa para ayudarle a cuidar un perrito que supuestamente tenía.
Lascivia
Tras desnudarle parcialmente, le obligó a practicarle una felación; luego lo inmovilizó por la espalda, le hizo presa con el brazo sobre el cuello y apretó hasta causarle la muerte por asfixia.
Intentó deshacerse de él
Ya sin vida, cogió al pequeño en brazos y salió a las escaleras con la intención de bajarlo hasta el garaje del coche y deshacerse del cuerpo. No lo consiguió. Fue sorprendido por vecinos y policías que buscaban al menor, incluidos sus padres.
Tras su declaración, llegó la de cinco agentes de la Guardia Civil. El secretario y el instructor de las diligencias, del Grupo de Delitos contra las Personas de la Comandancia de Logroño, desmontaron la versión retorcida de Almeida y detallaron la «elevada violencia» con la que estranguló a Álex. Fue tan extrema que le causó moratones en la boca, en la encía y en el labio, producto de la asfixia desde atrás, con el brazo, subiéndolo, incluso hacia arriba.
Fiscalía y acusación evidenciaron en su interrogatorio la envergadura del acusado, más de 90 kilos, frente a la estatura y el peso del pequeño, que no tuvo ninguna posibilidad de defensa, según explicaron los agentes. Sus compañeros del puesto de Villamediana, los primeros que llegaron, dejaron claro que Almeida ni olía a alcohol ni se tambaleaba, pese a que su abogado recurrió una y otra vez a las cinco litronas vacías en la cocina.
Almeida, aburrido a ratos y desafiante en otros momentos, se sabe abocado a no volver a pisar la calle.
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