spectator in barcino
El viejo estribillo de Perón
Cada uno con su matiz -izquierdista, derechista o nacionalista- sigue el viejo guion del populismo que hunde sus raíces culturales en América Latina
Barcelona
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Iniciar sesiónAdivinen el autor de la frase: «Lo que me están haciendo es para preservar su poder, son los mismos… Lo que quieren es hacerme daño y que no pueda trabajar para vosotros… Si renunciara a mis creencias, si aceptara quedarme en casa, la persecución acabaría ... de inmediato». La podría suscribir Pedro Sánchez, cualquier cabecilla podemita: Monedero, Colau, Iglesias, Montero, Belarra, Echenique; o el independentismo que habla de «represión» y «causa general».
Solución al acertijo. El autor es Donald Trump investigado por su golpe sedicioso: el 6 de enero de 2021 su gente 'very special' asaltó el Capitolio jaleados por el expresidente que no reconocía la derrota en las urnas.
Cada uno con su matiz -izquierdista, derechista o nacionalista- sigue el viejo guion del populismo que hunde sus raíces culturales en América Latina y que Carlos Granés ha diseccionado en un monumental ensayo: 'Delirio americano' (Taurus), genealogía del populismo en sus diversas variantes, desde José Martí a los espadas bolivarianos pasando por líderes programáticos como Juan Domingo Perón, Fidel Castro o Hugo Chávez.
El militar argentino, que hizo de su versión del corporativismo mussoliniano un lacrimógeno culebrón, con Santa Evita de los Descamisados en los altares de la momificación mitológica, legó el «peronismo» que hoy sigue aquejando a Latinoamérica y que asoma su hocico, como el cerdo busca trufas, en la izquierda española y el separatismo catalán del «lo volveremos a hacer».
El populismo que inventó Perón, apunta el antropólogo Granes (Bogotá, 1975), agita un cóctel de «autoritarismo, personalismo, liturgia fascista, mentira descarnada, cinismo, performance, sentimentalismo, melodrama, antiimperialismo, nacionalismo, proyecto continental, contacto con las masas, progresismo social, igualitarismo, redistributivo, división de la sociedad, respeto por las elecciones democráticas e irrespeto por las instituciones liberales». Presten atención a los dos últimos ingredientes del tóxico mejunje. Al populismo se le llena la boca de democracia directa, pero en esa retórica, aderezada en Latinoamérica con la teología de la Liberación y el buen salvaje de Rousseau -léase indigenismo-, se agazapa la dialéctica del enemigo de Carl Schmidt: ideólogo del totalitarismo para quien las instituciones del «decadente» estado de derecho liberal podían ser pisoteadas -eso hizo Trump- por la masa, (léase pueblo, léase gente).
Una vez colonizada la educación, los medios de comunicación degradados en altavoces de la propaganda y ocupado el espacio público llega el momento de la consigna castrista que desemboca en la purga de los «contrarrevolucionarios» (el caso Padilla y todo lo que vino después): «Dentro de la revolución, todo; contra la revolución, nada».
La fórmula de Perón sigue vigente, subraya Granés: «Insistir hasta ganar legítimamente unas elecciones para después destrozar la democracia desde dentro hasta pervertir todos sus procedimientos e instituciones». Fórmula peronista que recauchutó Chávez y que inspiró a Iglesias y Cia. en los laboratorios neocomunistas del 15 M.
Los dicterios contra la justicia son comunes en Trump, el separatismo catalán y la «judicialización» que denuncia Podemos. Hay fuerzas ocultas que solo quieren hacer daño al pueblo y cuyos esbirros merecen el «escrache» que Iglesias bautizó «jarabe democrático». El fundador de Podemos, observa Granés, «recurrió a todos los trucos del populismo latinoamericano para labrarse una carrera política en España, introdujo el escrache en la Universidad Complutense de Madrid, con el fin de impedir a políticos de otros partidos defender sus ideas». Porque, para el populismo que tanto blasona de democracia, las opiniones contrarias son «provocaciones»: en los campus de las universidades catalanas como la UAB la muchachada independentista ataca las carpas de la asociación constitucionalista S'ha acabat: su violenta sinceridad anticipa cómo hubiera sido la Cataluña de las leyes de transitoriedad del 6 y 7 de septiembre de 2017.
Otro acertijo. «Nosotros el pueblo, hemos sido explotados y oprimidos sistemáticamente por unas élites corruptas, subordinadas a poderes foráneos…»
¿Podemos? ¿Marine Le Pen? Hugo Chávez, cosecha de 1999. Los populismos «crean afiliación tribal a través de colores y símbolos o montando espectáculos revolucionarios (marchas con antorchas, plebiscitos ilegales, cadenas humanas, gestos amenazantes, banderas descomunales, escraches reales o virtuales, juicios populares, comandos paraestatales, performances callejeras en contra de las instituciones representativas) que transgreden en juego democrático», subraya Granés. España y Europa se han «latinoamericanizado», alerta el ensayista: «La retórica populista daba barra libre a todo el que quisiera sentirse oprimido por algún poder»; en España, la «buena gente» vampirizada por los insaciables mercados.
«Nosotros» (las víctimas) contra «ellos» (el victimario): he aquí el argumentario de la extrema izquierda (Podemos y Comunes) y del independentismo catalán: «Organizaron un simulacro separatista que fue, al mismo tiempo una performance sediciosa y un indisimulado golpe de Estado. No solo las tácticas populistas y el uso incendiario y fraudulento de las redes sociales y la información fueron indispensables en todo ese proceso; también el discurso victimista e identitario», concluye Granés.
Viejos estribillos de Perón que algunos todavía tararean. Y lo peor: demasiados los siguen creyendo.
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