El juez que critica la «dictadura de lo políticamente correcto» alejado de sumarios
En las páginas de 'En busca de la irrealidad', los personajes de José María Asencio cargan contra la «verdad oficial» y defienden la libertad de pensamiento
El juez José María Asencio
«A medida que pasan los segundos, el tiempo va haciendo mella en el recuerdo, en los detalles de aquel frágil encuentro […]. Y olvidas. Y vuelves a olvidar. Hasta que, temerario, osas retar a las invencibles fuerzas del inmediato futuro. Y vences. O al menos ... crees hacerlo. Porque aunque ellas continúen con su incesante avance, tú habrás conseguido congelar tu memoria en forma de letras. Y de ese modo podrás volver a visitarla cuantas veces lo necesites, idéntica a como la viste por primera vez». Estas líneas las suscribe el juez José María Asencio (Alicante, 1988) en su novela 'En busca de la irrealidad' (Ecu Narrativa).
Alejado de sumarios y del género negro que acostumbran a abrazar los juristas cuando se adentran en el mundo literario, ha dedicado cuatro años a escribirla. Páginas llenas de idealismo, existencialismo y, sí, también romanticismo. Empezó a darles forma en París y las acabó en Barcelona, uno de los escenarios donde transcurre la obra. El principal, el «denostado» -lamenta- barrio del Raval, en el que vive su protagonista, Manuel, y donde él mismo residió durante un tiempo.
Asencio admite que, igual que el Henry Chinaski de Bukowski, también hay parte de él en su personaje -«negarlo sería una quimera»-. Se trata de un joven escritor que, tras un paseo nocturno, entra en un estado en el que, en algunas ocasiones, es incapaz de diferenciar el sueño de la realidad -«mis ojos son míos y verán lo que quieran ver»-. Junto a él, su grupo de amigos, artistas de diferentes ramas, que desde la comodidad de un sillón, disertan sobre el sentido de la vida, la inmortalidad o el arte. Parte del trasfondo de la obra: una crítica a la «dictadura de lo políticamente correcto», explica el juez a ABC.
«Es una defensa de la libertad de expresión, pero no solo en un sentido, porque hoy en día parece que únicamente se tenga libertad para expresar la verdad oficial, y eso es lo que combaten los personajes», subraya. Personajes que defienden el derecho a «poder decir lo que les plazca sobre cualquier tema, siempre que no se ofenda gravemente a nadie».
«Ofendidos por todo»
Ya fuera de la novela, el togado reprocha que, hoy en día, «parece que vivamos en el mundo de los ofendidos por todo» y recuerda que, «para vivir en sociedad hay que aceptar lo diverso, incluso congratularse de que existe». Así lo plasma en otro de los pasajes de su obra que señala que la ofensa, siempre que sea jocosa y constructiva, debe aceptarse.
Advierte sobre la «peligrosa homogeneización de una sociedad en la que se denosta a los maestros y la libertad de pensamiento». Y de ahí a las redes sociales. «La mayoría de nuestros jóvenes viven en un mundo paralelo inexistente, donde interactúan, pero nadie se llama por teléfono o timbra al piso de abajo. Eso es una sociedad artificial», señala.
El juez defiende la crítica y «a quienes tienen un punto de vista diferente al oficial. No porque sea el mío, sino porque están en su perfecto derecho. Hablamos de democracia», concluye.