A vueltas con la censura

Pues así estamos. Tampoco la cosa merecería más comentario de no ser por el doble rasero aplicado por quienes se erigen en jueces supremos, en una especie de dioses paganos que se arrogan la máxima función de decidir lo que está bien y lo que está mal para su plebe.

Hace unos días, en la sección de Cartas al Director, una lectora de Barcelona, María Sánchez Reyes, denunciaba la hipocresía de la inmersión lingüística: «Artur Mas, José Montilla, Oriol Junqueras, Xavier Trías, la impar Rahola y un largo etcétera, nos explican las maravillas sin fin de la inmersión mientras llevan a sus vástagos a centros sin inmersión». Y continuaba: «Vamos, que la inmersión es algo maravilloso, pero para los hijos de los demás».

Lo mismo se puede aplicar a los conceptos de censura y libertad de expresión. Yo digo lo que es o no es libertad de expresión. Y en Barcelona, mostrar a un torero en la fachada de un edificio en obras, en las marquesinas de la estación del AVE o en las banderolas que anuncian un congreso internacional es algo tan dañino que puede hacer temblar los cimientos de una sociedad manejada sin pudor por una política hipócrita.

Tan hipócrita, que a la vez que el Parlament prohibía en julio de 2010 las corridas de toros en territorio catalán, blindaba los «correbous» como algo consustancial a la cultura y las tradiciones catalanas. Cosas de esta política que tanto confunde todo eso de la censura y la libertad de expresión.