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Los milagros de James Rhodes

El pianista británico logró llenar el Liceo como ya llenó antes dos veces el Palau de la Música

James Rhdoes, durante una actuación Guillermo Navarro

Pep Gorgori

El pianista británico afincado en Madrid James Rhode s obra milagros. El principal de ellos, seguramente, es haber sobrevivido a las secuelas que dejan unos abusos sexuales como los que sufrió siendo niño, y además haberse atrevido a explicarlo en sus libros. Ayudar a otras personas a lidiar con sus traumas y depresiones es otro milagro, sin duda.

Los abusos impidieron que su carrera como pianista lograra despegar, ya que estuvo prácticamente una década sin poder bajar una tecla, justo en una etapa clave para su formación. De hecho, con una apabullante sinceridad, él mismo se define en sus libros como un pianista «cutre», de modo que llenar auditorios con público encantado de escucharlo es otro milagro en sí, según como se mire. También es un milagro (dicho sea con toda la sorna) que durante años algunos programadores se hayan empeñado en presentarlo como una gran estrella del piano internacional. Flaco favor le han hecho.

Rhodes logró llenar el Liceo como ya llenó antes dos veces el Palau de la Música. Y eso que su concierto coincidió con el inicio, en el Palau precisamente, de la integral de sinfonías de Beethoven dirigida por el también británico John Eliot Gardiner. Como el público de Rhodes poco tiene que ver con el que podría estar interesado en ir a escuchar a Gardiner, las localidades prácticamente se agotaron en ambos recintos. Otro milagro.

Algunas frases, micrófono en mano, bastaron al pianista para meterse al respetable en el bolsillo. En eso sí que es un genio. Dos ejemplos: «Beethoven fue el puto amo de la música» o «Fuck Santiago Abascal» («Que jodan a Santiago Abascal»). Aplausos. Tras un Bach fuera de programa para calentar dedos y su discurso inicial, poca innovación y respeto absoluto a la partitura. Solamente breves presentaciones de la Sonata Pastoral, la Op. 90 y la Waldstein. Al terminar, la sala se puso en pie a las primeras de cambio, algo que el público habitual de la clásica no hace fácilmente. Hubo también menos toses y móviles sonando. Como si las personas que no son habituales de la clásica tuvieran más respeto por ésta que los melómanos.

La noche del domingo hubo todavía otro milagro, del que ni el mismo Rhodes debió ser consciente: Ada Colau fue al Liceo a escuchar un concierto. Quién sabe si a partir de ahora la alcaldesa se va a prodigar en conciertos de otras figuras de la música clásica, o si asistirá incluso a los de la Orquesta Sinfónica de Barcelona en el Auditorio -el equipamiento musical público de la ciudad-. O si se empieza a interesar por la presencia de la música clásica en las políticas culturales de su gobierno.

Si Rhodes logra todo eso, tendremos que ir al Vaticano a reclamar para él un altar.

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