BARCELONA AL DÍA
El cambio de hora: ¿hacia dónde?
Con el cambio de hora uno debería ponerse contento por la mañana y tristón por la tarde-noche. Ahora bien, si hay una universidad inglesa que dice que hay que deprimirse, pues así será
e. rodríguez marchante
La de hoy es la otra mañana rara, rara del año... Ambas suelen coincidir en domingo y durante ellas uno no sabe si ha dormido más, menos, si desayuna tarde o temprano, si tiene que adelantar o atrasar el reloj, si la comida familiar de ... todos los domingos a las dos en punto es hoy a la una o a las tres... Una mañana caótica y absurda, junto a aquella primaveral en la que también hubo que mover hacia algún lado las manillas del reloj... ¿Hacia qué lado?... Pues, hacia el contrario.
Como es lógico, estos cambios de hora se hacen, como todo últimamente, para ahorrar. Cambiamos el reloj una hora más o menos y ahorramos (o dejamos de gastar, que no sé si es exactamente lo mismo) millones de euros; merece, pues, la pena estar una mañana o dos con la brújula de Pocholo. Existen, al parecer, algunos otros inconvenientes además del extravío y el desconcierto: según ciertas investigaciones en universidades inglesas, estos cambios bruscos de horario producen trastornos de tipo emocional (te deprimen), de tipo corporal (te engordan) y de tipo médico (te infartan).
La depresión tiene que ver, claro, con la luz del día, pero aconsejo ahora al lector que no intente comprender si hoy pierde o gana una hora de luz natural... Si mira hacia la tarde-noche, creo suponer que pierde esa hora de luz y, por lo tanto, se entristece; pero, en cambio, si mira hacia la mañana, lo que hace es ganar una hora de luz, pues, hasta ayer mismo, quien tuviera que llevar a los chiquillos al colegio sabrá que a las ocho menos cuarto de la mañana daba miedo la calle de puro oscura, y en cambio, a partir de hoy, a esa hora puede incluso que vea algún rayo de sol. En consecuencia, con el cambio de hora uno debería ponerse contento por la mañana y tristón por la tarde-noche. Ahora bien, si hay una universidad inglesa que dice que hay que deprimirse, pues así será; claro, que lo más probable es que allí sea de noche antes, ahora y después, y lo del rayo de sol sea algo que ocurre en el póster jamaicano del dormitorio.
Lo de cómo una simpe vuelta a las manillas del reloj puede engordar a un inglés, como es lógico, lo ignoro, pero tengo la impresión de que no ha de ser más que una excusa: como cambian la hora, me «atizo» de pastelillos de jengibre. Y en cuanto a los infartos, sí se ve con claridad que, en ese desbarajuste y confusión horaria de los primeros días, cualquiera que no haya estudiado en un colegio suizo irá a sus citas y reuniones o muy tarde, o muy pronto, y con los pelos como si hubiera metido los dedos en el enchufe. Y de ahí al infarto sólo hay una hora de reloj.
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