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La Barceloneta, del sofrito a la fritanga

Arturo San Agustín publica «En mi barrio no había chivatos» , crónica de la degradación turística

El Somorrostro y el paseo martítimo en 1964, en una imagen de Ignasi Marroyo ANC

SERGI DORIA

Oler a sofrito es un ejercicio proustiano que nos remonta al luminoso mediodía de madres o abuelas maridando sabores para brindarnos el mejor arroz a la cazuela. La fritanga es otra cosa: la desagradable mezcolanza de aceites reutilizados que inunda la Barcelona del turismo ... barato. En los merenderos a pie de playa, los que condenó el urbanismo «cool» de los Juegos Olímpicos del 92, se olía a sofritos. Desde que las máquinas arrasaron con los merenderos, toda Barcelona huele a fritanga. Las leyes de costas, explica Arturo San Agustín, «no han podido con los merenderos y los pescaítos fritos que se disfrutan en ciertas playas malagueñas». La Barceloneta no tuvo esa suerte: «Perdieron las sardinas y ganaron las leyes. Algunos periodistas señoritos de Barcelona, entregados ciegamente a eso que aún se sigue llamando diseño, esa frialdad que todo lo confunde, contribuyeron a que los merenderos desaparecieran de la playa». Pasemos listas a las víctimas de aquel asesinato: Casa Paulino, Cal Pinxo, Casa Costa, la Marina, La Aurora, La Venta Andaluza, La Dalia, Costa Azul, El Merendero de la Mari, El Salmonete, La Gaviota…

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