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ÚLTIMAS TARDES CON AGOSTO

Anotaciones de un ciudadano en agosto.

Playa de la Costa Brava. Espigón rocoso, barcas de pescadores. Sobre una tarima, jóvenes con velo ejecutan la danza del vientre. Percusiones y arena, cual «haima» sahariana. Melodías arábigas, con toda esa sensualidad que tiene su epicentro en los ... ombligos dorados. Entre el público, expectación. A alguien se le escapa una reflexión sobre el mestizaje. Que los inmigrantes magrebíes brinden su arte a la tierra de acogida resulta aleccionador. Pero todo es un espejismo. El optimismo, ay, siempre prematuro. Acabada la primera danza, las bailarinas se quitan el velo en la pausa: sus ojos son azules y hablan catalán... Frustración intercultural. Ninguna de ellas es árabe. Chicas del Ampurdán con inquietudes universales. El comentarista ingenuo del mestizaje mira a su alrededor. Entre los espectadores, ningún joven magrebí. Desencanto. Una mujer, al comprobar que todo ha quedado en simulacro de integración cultural, deja ir su sarcasmo: «Tocamos su música y bailamos sus danzas... encima les hacemos la pelota con la que está cayendo...» El comentarista ingenuo describe al día siguiente a un amigo el episodio. «Siempre ocurre lo mismo: se integran al principio, pero cuando llegan el imam los llama al orden y las muchachas acaban dejando la escuela». El amigo le cuenta que una chica de diecisiete años, marroquí, que habla perfectamente el catalán, sacó las mejores notas en su Instituto: tenía posibilidades de obtener una beca y seguir estudios superiores, pero su padre se opuso.

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