Sergi Doria - Spectator In Barcino
La decadencia es monolingüe
De nada sirve que Pere Aragonès García se enorgullezca de sus abuelos andaluces mientras la Generalitat regatea horas a la lengua castellana en la enseñanza pública

La anécdota ilustra la estulticia nacionalista. Noviembre de 2009. Una delegación de Cooperación y Solidaridad de Nicaragua visita el Parlament. La cámara contrata a dos intérpretes para la traducción al castellano del discurso en catalán de David Minoves, director de la Agencia Catalana ... de Cooperación. Las intervenciones de los nicaragüenses se vierten también al catalán para los diputados que lo pidan… Nadie lo pide (ni lo necesita).
PSC, ICV-EUiA, PP y grupo mixto protestan: el castellano es también lengua oficial en Cataluña. «Los idiomas oficiales no se tendrían que traducir entre sí cuando todos los entienden», denuncia el socialista Joan Ferran. Rafael Luna, del PP, considera incongruente pagar a dos traductores de dos lenguas que los diputados conocen. Luis Postigo, de ICV-EUiA, lamenta el gasto de mil euros en plena crisis económica.
El presidente del Parlament, Ernest Benach, blande los «derechos lingüísticos» de los diputados: el catalán es la lengua propia del Parlament. Su compañera de partido, Marta Rovira, hoy fugitiva de la justicia, va más allá. La comisión nicaragüense pertenece a la etnia miskito y no utiliza el castellano como lengua habitual. Visita el Parlament para conocer el modelo de normalización lingüística y aplicarlo en su país…
La prepotencia nacionalista –la todavía soberanista CiU, la independentista Esquerra– viene de tres décadas de imposición monolingüe. Como las buenas intenciones jalonan el camino del infierno (el catalán perseguido), desde el minuto uno de la Transición se juzgó al castellano lengua impropia: como con Franco con el catalán, pero al revés.
La contestación al Diktat monolingüe tardaría en llegar. Acomplejado por las mayorías convergentes, el PSC toleró la marginación del castellano. Siguió la inmersión escolar, el desprecio a la cultura catalana en castellano y el monopolio nacionalista de TV3, televisión pública devenida en cadena privada del independentismo.
La irrupción de Ciudadanos en la política catalana y luego el fin de la hipocresía social a que obligó el proceso secesionista han acabado quebrando la hegemonía lingüística de la que se jactaba Benach.
A aquellos polvos que trajeron estos lodos alude Iván Teruel (Gerona, 1980) en '¿Somos el fracaso de Cataluña?' (Lince). Este profesor de secundaria, licenciado en Filología Hispánica, revive la llegada a Cataluña de sus mayores de Jaén para guarecerse en el empinado territorio inmigrante de Las Pedreras de Gerona.
Al desprecio de clase, Teruel añade el rechazo etnolingüístico que hogaño expresa el Grup Koiné de la imputada Borràs: «La utilización de una inmigración llegada de territorios castellano hablantes como instrumento involuntario de colonización lingüística», reza el manifiesto 'Per un veritable procés de normalització lingüística a la Catalunya independent'.
La Filología Hispánica que el autor cursó en la Universitat de Girona, con Mariàngela Vilallonga de inquisidora máxima, ofrecía, en los tres primeros años, doce asignaturas en catalán y solo seis en castellano: «De hecho, incluso los profesores de Filología Hispánica renunciaban a hablar en castellano cuando debían impartir alguna asignatura común», apunta. Sus objeciones al sectarismo se diluían en la «espiral de silencio» de la Cataluña nacionalista.
De su experiencia como profesor de Secundaria Teruel destaca que «la mayoría de docentes se expresaba siempre en catalán en el centro, incluso entre los castellanohablantes de origen».
Hasta que advino el 'procés' se autocensuró por un malsano instinto de conservación: «Mostraba cierta prevención a la hora de publicar según que reflexiones, condicionado en todo momento por un temor que siempre planeó como una sombra; el convencimiento de que mostrar abiertamente, en una red social, mi pensamiento, mi oposición al poder nacionalista, podía perjudicarme en un entorno, el mío, que parecía ser una reproducción a escala de la sociedad ideal que había pretendido modelar el nacionalismo a los largo de los últimos cuarenta años».
En 2015 Teruel publicó 'El relieve del tiempo', libro de microrrelatos que presentó por Sant Jordi en la Biblioteca de Figueras. Al leer el título, una de las conductoras del acto «dijo, en catalán, con cierto retintín: 'Ah, mira, este está escrito en castellano'». El tonillo ratificaba «el extrañamiento del castellano en un acto público, presentándolo como una anomalía o un exotismo, dignos de mención en un encuentro cultural como aquel».
La diputada Anna Grau vindicaba en el Parlament la Catalunya-Cataluña que el nacionalismo aborrece: «He hecho esta explicación en catalán porque me ha apetecido, pero cuando me dé la gana hablaré en castellano, porque las personas libres hablamos en catalán o en castellano según nos da la gana, en el Parlamento de Cataluña y en todas las instituciones de esta gran tierra».
La Cataluña plural, refrendada por la pujante Barcelona editorial, capital del libro hispanoamericano, pasa por el reconocimiento sincero de su condición bilingüe. De nada sirve que Pere Aragonès García se enorgullezca de sus abuelos andaluces mientras la Generalitat regatea horas a la lengua castellana en la enseñanza pública.
Impugnación de la realidad. Monolingüismo de invernadero. La decadencia.
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