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Futilitarismo parlamentario

Han cambiado las tornas, y son ahora los delincuentes quienes hacen las leyes en el Congreso de los Diputados

Alberto Rodríguez perderá condición de diputado por la agresión a un policía EFE

Santiago Mondéjar

Una de las expresiones que más fortuna han hecho en el universo paralelo de la política es la de la 'construcción del relato'. A fin y al cabo, tal y la RAE nos indica en segunda acepción, en relato es un cuento. Aunque la venerable institución no prescriba que deba ser 'contado por un idiota, lleno de ruido y acritud, y sin que signifique nada', ésta parece ser la modalidad favorecida por un buen número de nuestros representantes y sus adláteres, que, a falta de ideas con las que hilvanar su retórica, declaman ocurrencias aderezadas con fingida indignación y genuino histrionismo, a partes iguales . El resultado es una previsible liturgia futilitaria con que la que el orador intenta que la reputación de su adversario sea aún peor que la suya propia, a fuerza de lo cual se induce tal abulia en el votante, que los oradores se ven obligados a redoblar la apuesta subiendo la intensidad y la frecuencia de la crispación, en un vano afán por arañar unos miles de votos en este o en aquél caladero.

Ahínco éste con el que todo cuanto consiguen sus señorías es que aumente el número de votantes que dejan de creer que su voto sirva para algo: el edificio democrático, que es tan costoso de erigir como barato demoler, se erosiona cada vez que el debate político se inclina hacia a la mezquindad, y se manipula al electorado anegando el parlamento con ruido que solo deja oír y ver a los que más gritan y gesticulan . Pero cabe poca duda de que la política deja de ser tal; cuando nuestros representantes son incapaces de ir más allá de los clichés y los guiños que regalan a su hinchada particular, fomentado el nihilismo en quienes no viven de y en la burbuja de la Carrera de San Jerónimo.

El problema de tan penoso estado de cosas, es que, parafraseando a Chesterton, el descreimiento lleva a votar cualquier cosa, dando lugar a que personajes como el diputado Alberto Rodríguez obtengan una poltrona parlamentaria a la que se aferran sin importarles un ápice el daño que se le haga a la institución, contribuyendo así no sólo a corroer el sistema democrático, sino a fomentar una selección natural inversa merced a la cual los menos aptos despuntan sobre el resto, gracias a su inmunidad al pundonor les otorga una ventaja competitiva.

En «El sistema del Dr. Tarr y el profesor Fether», Edgar Allan Poe imaginó una institución mental en la que los orates internaban a sus cuidadores, a los que sometían a terapias estrafalarias. Si los que dan apoyo a un convicto se hubieran salido con la suya, de modo y manera que Rodríguez lograra mantener su acta de diputado, en contra de un dictamen judicial firme, hubiera sido bien difícil evitar que hubiese quienes empiecen a dudar de que tal vez sea el caso de que, al igual que en el relato de Poe, han cambiado las tornas, y son ahora los delincuentes quienes hacen las leyes en el Congreso de los Diputados.

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