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Salvador Sostres - Todo irá bien

Queda un mes. Ustedes verán qué hacen

«Todavía soy el mejor plan de mi hija, y es algo que no sé si celebro lo suficiente»

Dos niños hacen deberes durante el confinamiento EFE

Salvador Sostres

Lo que más me preocupaba era mi hija. No es ninguna novedad, claro, pero realmente me preocupaba que se agobiara, que no aguantara un día tras otro en casa, con mami unos días conmigo los otros, sin ver a sus amiguitas ni siquiera poder jugar con Betty. Y mi humor mejoró bastante, por no decir que definitivamente, cuando me di cuenta de que estaba encantada de tener unas pequeñas vacaciones en marzo, de tenerme con ella todo el día y de poder organizarse la jornada a su aire. Somos nocturnos, en casa. Cuando al día siguiente no tenemos que madrugar nos acostamos tarde y nos levantamos aún más tarde. En días de confinamiento, si te levantas sobre las 12, el día no se te hace tan largo -ni tan ordinario-. Maria está simpatiquísima, encantada. Se pone a escribir a mi lado, a veces los deberes y a veces en su iPad, un cuento o algunos párrafos de su diario. Me mira como sintiéndose parte de la misma empresa, como si también el director le hubiera encargado un artículo, y yo la miro a ella y pienso que tal vez se me tendría que haber ocurrido antes. Me da un poco de vergüenza de mal padre haber descubierto tan tarde el gusto de estar con mi hija todo el día, escribiendo, viendo películas, jugando a hacer el burro y ella dice palabrotas y yo hago ver que la riño; me siento un poco mezquino reflejado en su mirada y en todo lo que me he quejado del confinamiento y de que hayan cerrado los restaurantes. Todavía queda alguien en este mundo -ya sé que no por mucho tiempo- que se alegra de pasar junto a mí todas las horas. Todavía soy el mejor plan de mi hija, y es algo que no sé si celebro lo suficiente. No sé si soy enteramente consciente de lo mucho que lo voy a añorar y de lo largas que se me van a hacer las tardes de invierno cuando algunos años pasen y espere y no acabe de sonar su llamada. No sé si soy enteramente consciente de cada día que pierdo o no aprovecho siendo aún el héroe, el padre que todo lo sabe y todo lo puede, teniendo aún el abrazo del bebé, sin idea y sin instinto, sin libros leídos, sin que pesen las vergüenzas, ni la edad, ni supongo que un cierto, inevitable rechazo al padre que en la infancia estuvo tan presente y probablemente no supo medir la distancia a tiempo. No sé cómo me sentiré cuando todo esto me llegue y piense en el tiempo que tuve y desperdicié, en la ligereza con que desaproveché uno y mil instantes. Sufro por la enfermedad, por el contagio, por el miedo a la muerte, por el devastador paisaje que cuando volvamos conoceremos; pero hay algo que no es sufrimiento, y es ansia, y es no saber apreciar lo que vamos a echar de menos, y todo ello dice poco de nosotros, y poco bueno. Mientras vivíamos en la calle me hartaba de oír a los que querían desconectar, a los que necesitaban aire puro, a los que se quejaban de la polución, del tráfico, de la rutina, de estar todo el día trabajando, de no poder parar un instante, de no tener tiempo para ellos mismos -normalmente «ellas mismas», si nadie ha de ofenderse porque lo diga- y me miraban como a un terrorista cuando les decía que tendrían que estar agradecidas por su maravillosa vida y quejarse menos, francamente mucho menos. Ahora no hay tráfico, en lo de la polución debemos de ser unos genios, los que querían desconectar tienen el apagón entero para ellos y desde luego los que querían parar y hallar tiempo para ellos, ahora han de sentirse como en el Cielo. Nos quejamos de no poder estar con nuestros hijos y nos quejamos de tener que estar demasiado con nuestros hijos. Nos quejamos de una cosa y la contraria. Nos quejamos. La vida pasa y nos quejamos. La rutina pasa y nos quejamos. La infancia de nuestros hijos pasa, o más bien vuela, y también nos quejamos. Me gustaría saber, de verdad que me gustaría, si hay algo de lo que no nos hayamos quejado. Me gustaría saber si queda algo sobre lo que no hayamos aún vertido nuestra baba de lamento, lento y tedioso lamento sobre todo y sobre todos acumulado. Resulta que tenemos unos días de silencio y de guardar, resulta que la mayoría estamos sanos, y resulta también que sabemos que todo esto pasará. Bueno, yo no digo que sea fácil, y tampoco es que crea que tengamos que ponernos a bailar, pero una reacción un poco más tranquila, un poco más adulta, un poco más cariñosa, un poco más atenta a la maravilla, que siempre está, y ya no digamos si tienes hijos, me parecería una respuesta más razonable y más justa en el país que pese a todo tiene la esperanza de vida más alta del mundo, en esta España alegre, soleada y tibia que es sin ningún tipo de duda donde mejor se vive -y no hablo sólo de Barcelona-. ¿No saben qué hacer? ¿No saben de qué hablar con sus hijos? Yo no leo, pero supongo que ustedes sí, ustedes que se pasan el resto del año presumiendo de leer, y hasta de releer, que me parece aún más terrible. ¿No saben en qué pensar? ¿No llevan un diario? ¿No dibujan? Porque oigan, si no pintan, si no escriben, si no saben en qué pensar, cuando antes decían que querían tiempo para «ustedes mismas» ¿a qué se refieren? ¿A los chismes de víboras en el gimnasio? Es que, sinceramente, no me cuadra tanta queja siendo España. Si fuéramos África, si fuéramos Gales, si fuéramos Detroit, o Moscú, o Nueva Delhi, yo les entendería perfectamente. ¿Pero en España, se quejan? Incluso en tiempos de confinamiento basta mirar por la ventana para saber que no tiene ningún sentido quejarse. Nos queda un mes. A partir de ahí nos iremos reincorporando lentamente. Nos queda un mes y ustedes verán como lo toman. Ustedes verán qué hacen con lo que queda de marzo y el grueso de abril; con lo que les queda de infancia de sus hijos, con lo que les queda de descanso, de lectura, de pintura o de escritura, o de ponerse a parir como víboras por el chat. Ustedes verán si piensan algo, si se esfuerzan en pensar algo que les sirva para crecer en el desolador panorama que nos vamos a encontrar cuando volvamos a salir a la calle, o encadenan una queja con la otra, la de trabajar demasiado con la de descansar demasiado y así hasta que se queden en el paro y lógicamente también se quejen, supongo que del presidente Rajoy, porque claro, lo que es ustedes, volverán a votar a Sánchez, o a Pablo Iglesias, para acabar de demostrar que han entendido de qué va la vida, y cómo es bueno organizarse. Yo me di cuenta en la mirada de mi hija. Yo me vi un cretino en su alegría. Estamos bien, tenemos el amor y la decisión personal, higiénica y agradecida de la alegría. Tenemos un tiempo que habría podido ser otro, pero también la fuerza y el talento para sembrarlo de acentos de luz coserlo a nuestro modo. Tenemos la vida que nos espera y el reto de sobrevivirla. Tenemos nuestra capacidad de adaptación, nuestra humanidad flexible y maravillosa, y cada día sigue siendo un regalo prodigioso e inmerecido, una caricia de Dios y si no me crees piensa en saltar por la ventana y dime cómo te sientes. Tenemos este día, este día de hoy, los ojos de tu hija de hoy, los juegos de tu hija de hoy, los besos de tu hija de hoy y esta página en que cada día escribo, como si fuera una plegaria, que aunque de repente se hiciera la noche, y nunca más volviera a salir el sol, hemos vivido la historia de belleza, amor y Gracia más extraordinaria que jamás haya sido contada. Tenemos también esta prueba de resistencia, muy menor a las que afrontaron nuestros abuelos, que no sé si habrían vivido tan duro de haber sabido que el futuro que nos ganaban íbamos a despreciarlo, tan engreídos, tan desagradecidos, tan lloricas.

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