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Salvador Sostres - Todo irá bien

El origen del mal

«Se trata de que nuestros hijos aprendan la mínima urbanidad de sentarse adecuadamente en una mesa, y de la metáfora que ello encarna y representa»

Imagen de los menores comiendo en la calle S.S.
Salvador Sostres

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Los tesoros se esconden en los lugares más impensados y Casa Arturo está donde hasta Islandia -la calle- pierde nombre. Acompañado por el implacable calor de ayer, que no llegó a ser tan africano como pronosticaron esta colección de afectadas señoritas que son la mayor parte de meteorólogos, crucé la estación de Sants y las absurdas explanadas que tiene delante y detrás. En la parte trasera, en la plaza de Joan Peiró y bajo una especie de degradante cobertizo, puntualmente a las 14h, los monitores de un casal de verano tuvieron la indigencia y la crueldad -como se aprecia en la fotografía- de hacer sentar en aquel suelo caliente y atroz a los pobres niños que tenían a su cuidado; y allí les hicieron comer.

Es un atentado contra la infancia enseñar a los niños a comer en el suelo. Ya sólo falta que coman del suelo. Son unos irresponsables los padres que dejan que a sus hijos les humillen de este modo, y a la vista de todo el mundo. La escuela y los monitores merecerían toda clase de multas e inhabilitaciones. Comer o no comer -Montalbán hace decírselo a Carvalho- es cuestión de dinero, pero comer bien o comer mal no es cuestión de dinero, sino de cultura. Y no hay nada más bajo que comer en el suelo, como los perros.

Luego nos preguntamos de dónde sale esta juventud deshilachada y soez, que parece extranjera en cualquier espacio civilizado. Sale de estos lamentables casals, de estos monitores de piercing y tatoo, de las escuelas que les contratan, y de los padres que permiten que sus niños sufran semejantes linchamientos. Tomé algunas fotografías de la penosa escena porque creí que si simplemente la explicaba, algunos lectores no me creerían.

No se trata de que cada niño vaya a diario a almorzar a Casa Arturo, o ya subiendo un poco por Numancia, a Via Veneto. Se trata de que nuestros hijos aprendan la mínima urbanidad de sentarse adecuadamente en una mesa, y de la metáfora que ello encarna y representa. Se trata de que nuestros hijos -y cuando digo «nuestros hijos» no lo digo como un clasismo sino que me refiero a los hijos de cualquiera que aún crea que vive en una ciudad y en una sociedad civilizada- entiendan que si saben comportarse en una mesa saben comportarse en cualquier parte, que la higiene es fundamental y que antes de comer han de lavarse las manos, y que no se puede de ninguna manera hacer absolutamente nada que comporte sentarse en el suelo, salvo atender alguna emergencia.

Bajo el sol de ayer, que sin ser africano era vertical e inquebrantable, los niños almorzando parecían un regreso al tercermundismo de la España de la posguerra, donde la comida era negociable, si es que había. Como una puerta trasera de las vergüenzas del desarrollo, daba francamente lástima ver a aquellos niños que ya de tan pequeños estaban siendo instruidos en la vulgaridad, en la calamidad, y lo que es peor, en el error. No supe identificar el nombre del casal, pero llevaban todos una camiseta verde con el dibujo de una piña negra y amarilla y la inscripción en letras mayúsculas del nombre «Casal Mir», que no supe encontrar concretamente cuando lo busqué luego en internet. Fue igualmente clamoroso que una pareja de agentes de la Guardia Urbana pasara justo por delante y no llamara la atención a los crueles monitores por lo que les estaban haciendo a aquellos pobres niños.

Alguien le llamará a esto «libertad» o «experiencia»; otros exaltarán las inexistentes virtudes de comer al aire libre o se escudarán en la lamentable excusa de que «nosotros no somos tan ricos como tú y hacemos lo que podemos». La libertad no es hacer tus necesidades por las esquinas, ni proclamar la jornada de los esfínteres sueltos, ni mucho menos comer en el suelo. La libertad es guardar la compostura y enseñar a guardarla, pedirle a Dios que bendiga los alimentos y a las personas que los han preparado, saber usar los cubiertos desde pequeño, cultivar la sobremesa y la conversación también desde la edad más temprana, y procurar que tus hijos sean, por su elegancia y por la nobleza de sus actos, portadores de la esperanza de un mundo mejor. Esto es la libertad y no el espanto envuelto en papel de plata de aquellos niños indefensos ante la barbarie. Si unos monitores con los brazos tatuados y un anillo colgándoles de la nariz -o de cualquier otra parte- han de decidir lo que es la libertad, la destrucción de Occidente está asegurada.

Sobre las experiencias, es cierto que cada cual se procura las que quiere, pero abusar de este modo de la inocencia de unos niños, para con toda la alevosía, y toda la maldad, inocularles el veneno de la grosería y la mediocridad me parece un atentado contra el que les autoridades tendrían que actuar. Y si realmente tienes tan pocos recursos que no puedes permitirte unas sillas y unas mesas, y tratar con dignidad a tus alumnos, no tiene ningún sentido que hagas la parodia del cuidador cuando en realidad estás maleducando y por lo tanto perjudicando a estos niños.

Después de comer, los monitores se pusieron, delante de los niños, sentados en corro, a liar sus cigarrillos y a fumarlos. Es como si mis padres, en lugar de presentarme a Juan Tapia como regalo de mis 20 años, me hubieran pasado el contacto del dealer de la hija de los del segundo primera, que ya entonces era un putón, y acabó fatal.

No hace falta ser rico para hacer por tu hijo algo más, mucho más que llevarle a este lamentable casal. Para condenarlo a semejante mugre -mugre física, mugre moral- no hay que ser pobre de dinero, sino de todo lo demás.

============C04 Tit SB 32 (139404326)============

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