Propuesta de una osadía
HE aquí algo que experimenta quien se siente atraído por la palabra, por su empleo oral o escrito, por cuanto nos permite. Y este «quien» puede que en alguna ocasión crea que le falten palabras para expresar algo. ¿Términos que ignora? ¿O que tal vez ... no existen?
El desconocimiento personal se supera mediante el estudio; el colectivo, a menudo con la creación de neologismos hasta cierto punto afortunados. También, mediante expresiones no siempre felices, pero que sacan del apuro. Entre estos, lo que a menudo leemos en prensa u oímos por radio. «En la manifestación, miles de personas anónimas...», por poner un ejemplo. Ante la obvia imposibilidad de saber y decir cómo se llaman los manifestantes, pues se echa mano de «personas anónimas», se las reduce al anonimato.
He aquí como nos falta un nombre para referirnos a una multitud a la que en cierto modo se quiera personalizar. Claro que bastaría con no añadir a «personas» adjetivo alguno, pero se opta por dejar sin nombre a unas gentes que en modo alguno carecen de él. Limitaciones del idioma, por lo tanto. Por otra parte, también se da el caso de poder gozar de un verbo y de un nombre de clara raigambre latina, pero que nos resultan de casi imposible pronunciar.
Algo semejante a la dificultad de decir lo de «Tres tristes tigres», por la presencía de muy próximo grupos consonánticos con «r». Me refiero a «procrastinar», o sea «diferir, aplazar» y «procrastinación». Difíciles de pronunciar y casi de escribir. Prosodia ajena al espíritu del idioma, palabras que están ahí, enmohecidas por falta de uso, en un rincón del diccionario. Sí, del latín «procrastinare», que también se puede traducir y hemos traducido popularmente por «dejar para mañana», pues quién dirá: «No procrastines», al pensar en aquello de «No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy». Si no fuera por este grupo «pro» y este grupo «cra»...
A tal propósito, un excelente lingüísta como es el profesor Pancracio Celrán ha tenido una buena idea que si no es del todo académicamente correcta, sí podría llevar al uso de tal verbo, de tal nombre. En sus magníficas y aleccionadoras intervenciones en el programa dominical de R.N.E. titulado «No es un día cualquiera», de Pepa Fernández, dicho profesor propuso sencillamente simplificar ese segundo grupo consonántico.
Sería fácil y útil decir «Yo procastino», en vez del casi imposible «Yo procrastino». Habría que ir utilizándolo en prensa y radio. De momento, ignoro si «esta escritura sabia» -como el profesor gusta aludir a sus dominicales discípulos entre los que me aprovecha contarme- se ha dirigido a la Real Academia de la Lengua. Si mediante el uso y el abuso los hablantes modifican el lenguaje incluso hasta la corrupción, ¿por qué la Docta Casa no iba a atreverse a semejante cambio salvador de un vocablo tan bello como útil, sobre todo para quienes, como yo, tendemos a procrastinar en demasía?
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