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Sergi Doria - Spectator in Barcino

Picasso en la ciudad crepuscular

Ese espíritu constructivo brilla por su ausencia en la Cataluña actual. Padecemos unos dirigentes que han quebrado la convivencia, diezmado la economía y engañado a su gente

Panorama nocturno del paseo Colón desde el hotel The Serras, el edificio del número 9 que albergó el estudio de Picasso en 1897: «Aquí pintó ‘Ciencia y caridad’, su primera obra maestra», advierte Emmanuel Guigon, director del museo Picasso. Una cena conmemora la estancia del pintor en la Barcelona de 1917, motivo de la actual exposición en la calle Montcada.

El chef Marc Gascons y el enólogo Quim Vila han recuperado los sabores del artista. Sobre los manteles, panes con dedos -la conocida foto de Doisneau-, la sepia al natural es la «Jibia» de 1914 dibujada a lápiz de plomo; alcachofas y foie remiten a la mujer cubista con alcachofa de 1941-; un bogavante a la brasa a «El bogavante en el cesto» (1965). Vila describe alcoholes picassianos. Además del «Anís del mono» del bodegón de 1915, una absenta con hinojo celebra la escultura homónima y una copa de Tío Pepe, el aperitivo del artista. Vinos: el afrutado «Côtes de Rousillon» y el Sauternes de los postres.

Guigon no quiere adelantar más detalles «gastrosóficos»: prepara una magna exposición sobre «Picasso y la cocina» a inaugurar el 25 de mayo de 2018.

Vayamos ahora al Picasso que arribó la verbena de San Juan a la Barcelona de 1917 con su novia, Olga Khokhlova. Acompañaban a los ballets rusos de Diaghlilev. En julio, sus amigos catalanes -Utrillo, Reventós, Canals- le dieron un banquete de bienvenida en las Galerías Layetanas en cuya librería trabaja Salvat-Papasseit, impulsor de la revista vanguardista «Un enemic del poble». A pesar del espectacular paseo gastronómico, Gascons subraya que Picasso era austero, poco amante de la sofisticación culinaria: «¡Que quiere que le diga! A Olga le gusta el te, los pasteles y el caviar. ¿Y a mí? Yo prefiero la botifarra con mongetes», declaraba el pintor.

Entre los once óleos realizados en aquellos meses barceloneses -Picasso nunca descansa- Olga con mantilla, el caballo corneado, el carismático Arlequín y una vista desde el hotel Ranzini del paseo Colón con una bandera española en el balcón. La exposición del museo Picasso reúne fotografías inéditas: la pareja en los bancos del paseo y en los tinglados del muelle; el pintor, bastón en mano, con uno de los leones del monumento a Colón; Picasso con su madre doña María, su hermana Lola y sus sobrinos en la casa familiar de la calle de la Merced número 3.

Picasso se marchó de Barcelona en noviembre de 1917. La ciudad se sumía crepúsculo social. Los pistoleros comenzaron a recibir encargos siniestros. En el año de la Revolución Rusa -golpe de estado bolchevique para ser exactos- la burguesía catalana que se enriqueció gracias a la neutralidad española vislumbraba el final del chollo que les convirtió en proveedores únicos de una Europa con las fábricas paralizadas por la Gran Guerra. Era el momento de reducir plantillas y responder a las protestas con lock-outs; en agosto del 17 estalló la huelga general promovida por la UGT y la CNT.

El catalanismo quiso protagonizar la turbulenta coyuntura: la Lliga Regionalista de Cambó había convocado en julio una asamblea de parlamentarios al margen del Congreso de los Diputados. La reunión, prevista en el ayuntamiento, se acabó celebrando en la Ciudadela: se pretendía conseguir la autonomía de Cataluña y la convocatoria de cortes constituyentes. Ante la disolución de la asamblea por la guardia civil siguiendo órdenes del gobernador, los diputados salieron a las calles y encabezaron manifestaciones en la Rambla…

Un siglo después, la evocación de aquellos hechos puede ofrecer algún paralelismo con la desgraciada cronología del Procés. Pero conviene destacar una diferencia fundamental. Aquel era el catalanismo de Cambó y la Mancomunitat de Prat de la Riba: «Había el deseo de que Cataluña entrara de prisa en el gobierno de España la mayor parte de los catalanistas se habían convencido, por fin, que su fuerza política no estaba en las doctrinas del particularismo, sino en la realidad viva de la pujanza catalana», escribió Amadeu Hurtado.

Ese espíritu constructivo brilla por su ausencia en la Cataluña actual. Padecemos unos dirigentes que han quebrado la convivencia, diezmado la economía y engañado a su gente con una independencia «low cost». Y ahora -con dos mil quinientas empresas fuera de Cataluña- aducen que no calcularon bien. Diciembre pinta mal para la ocupación hotelera; se duda de la seguridad jurídica de Cataluña. Tanta manifestación asusta a los turistas. La única protesta pendiente debería reclamar a los pirómanos de ERC y Junts per Catalunya por qué mintieron; por qué fueron tan frívolos; por qué tan depredadores sentimentales; por qué… Si tuvieran la dignidad de la que tanto blasonan, los independentistas se quitarían el lacito y pedirían cuentas a esa panda de embaucadores. Mientras tanto, el crepúsculo se cierne sobre la Barcelona de 2017.

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