EL OASIS CATALÁN
Los nacionalistas y la Constitución
Al nacionalismo catalán, la Constitución le interesa lo justo. Se acata, porque no queda otro remedio. Se cumple, o se cumple a medias, o no se cumple, en función del interés o la correlación de fuerzas
MIQUEL PORTA PERALES
Conmueve la devoción que el nacionalismo catalán manifiesta por la Constitución. Cosa que hemos comprobado estos días a raíz de la reforma que incluye la estabilidad presupuestaria en la Carta Magna. Ahí está Duran Lleida lamentando la ruptura del pacto constitucional, Artur Mas quejándose porque « ... nos están sacando del espíritu de la Constitución» o Sánchez Llibre preocupado al percibir que la reforma implica un «planteamiento letal» que conduce a una «Constitución más débil». O a Joan Ridao deplorando el «golpe de Estado constitucional» que supone la reforma. Como se aprecia, los nacionalistas sufren por la Constitución. Con el ánimo de reducir la pena y el dolor que les embarga, propongo un par de ejercicios a su alcance.
En primer lugar, una declaración de lealtad constitucional. En segundo lugar, una práctica política que incorpore la aplicación de las sentencias del Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional. Podrían empezar, por ejemplo, por la cuestión de la lengua en la escuela tal como solicita el TSJC. Al nacionalismo catalán, la Constitución le interesa lo justo. Se acata, porque no queda otro remedio. Se cumple, o se cumple a medias, o no se cumple, en función del interés o la correlación de fuerzas. Pregunta: ¿alguien cree que quienes ahora se rasgan las vestiduras ante la reforma aprobarían hoy la Constitución de 1978? Serias dudas, al respecto.
¿A qué viene el llanto ante la reforma constitucional? En estos días, el nacionalismo catalán ha vuelto a entonar el «no nos quieren» y ha hablado, otra vez, de choque de trenes y de aumento de la desafección. Pues bien, la «defensa» del pacto constitucional por el nacionalismo catalán es la expresión de un tacticismo que juega la carta de una supuesta marginación de la cual se obtienen réditos políticos y electorales. Quede claro que quien se «margina» —mucho teatro— es aquel que lo ha decidido previamente con unas exigencias —el nacionalismo lo sabe— imposibles de asumir.
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