Montserrat busca niños cantores
La escolanía de la abadía barcelonesa, una de las más antiguas de Europa, sufre un brusco descenso de aspirantes durante la pandemia, que pone en riesgo un proyecto de siete siglos
Pep Gorgori
El padre Efrem de Montellà, prefecto de la Escolanía de Montserrat, apaga la tablet con la que estaba tomando notas en la reunión que acaba de terminar. Antes de atendernos, se excusa: «Miro el móvil un momento, por si hay alguna urgencia». Acto ... seguido, nos ayuda a planificar las fotografías: «Los de Orquesta están aquí, en la sala, y ahora deben de estar montando el espacio, pero en cuanto oigáis que empiezan a tocar ya se puede entrar. En las aulas de Lenguaje Musical no encontraréis a nadie, están en la sala de ensayo, que hoy tienen que grabar un vídeo; y en el patio veréis que están los de Educación Física». Su tarea, pues, es tan estresante como la de un director de cualquier otra escuela. La diferencia es que él viste hábito benedictino y la institución de la que es responsable lleva setecientos años formando músicos.
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La Escolanía de Montserrat es un coro masculino de voces blancas. El primer documento conservado que acredita su existencia es una factura, gracias a la que sabemos que en 1307 los niños cantores ya vestían una saya similar a la que lucen aún hoy en los oficios. Durante todo este tiempo, la Escolanía ha sobrevivido a toda clase de crisis: plagas, pestes, hambrunas, guerras, dictaduras, desamortizaciones… y ahora le ha tocado el turno a la Covid. «Hemos notado un frenazo importante» en el número de aspirantes, admite el padre Efrem. Si normalmente cada año entran diez o doce niños, en 2020 fueron solamente cinco. En 2021 van por un camino similar, y empiezan a preocuparse: por uno o dos años malos no pasa nada, pero si se mantiene la tendencia, en breve la Escolanía tendría la mitad de cantores.
Un lugar en la historia de la música ibérica
La preocupación tiene que ver con la calidad de la música en los oficios litúrgicos, pero va más allá. Durante todos estos siglos, la Escolanía de Montserrat ha sido una cantera de talento musical a un nivel que sobrepasa de mucho las fronteras de Cataluña. De aquí han salido grandes compositores, intérpretes y musicólogos. La lista es tan extensa que cualquier intento de resumirla en unos pocos nombres sería inevitablemente injusto, pero, por escoger a dos compositores de épocas diferentes formados en esta escuela, podríamos hablar de Joan Cererols (siglo XVII) y nuestro contemporáneo Bernat Vivancos. A ellos, podríamos añadir al actual director honorario de la Orquesta y Coro Nacionales de España y titular de la Orquesta del Liceo, Josep Pons.
Vivancos no ahorra elogios a la Escolanía cuando rememora su paso por ella: «Para mí fue providencial, algunos de los años más felices de mi vida. Aquello era un paraíso». En la misma línea, el joven y multipremiado organista Joan Seguí afirma: «Es una oportunidad única. Como niño, poder hacer música a nivel profesional desde los ocho años y dedicándole tanto tiempo cada día, una edad en la que eres una esponja, te permite avanzar mucho más rápido». El tenor Roger Padullés recuerda: «Tuve la suerte de participar en giras por Francia y Canadá y cantar en una producción en el Liceo. Son cosas que te marcan mucho a esa edad».
La clave es compaginar la formación musical y la formación general en un engranaje que incluye también el canto litúrgico y, por supuesto, el desarrollo personal de un niño. De Montellà precisa que «la Escolanía básicamente es un coro litúrgico, cuya misión principal es cantar en Montserrat». «Como son niños de entre 9 y 14 años, necesitamos una escuela; y como las familias viven lejos, debemos tener una residencia», añade. Una compleja cuadratura del círculo que siete siglos de historia ayudan a alcanzar.
Formación integral
En los pasillos de la Escolanía se respira música, aunque en realidad en el centro se imparten estudios reglados desde cuarto de Primaria a segundo de ESO, que es cuando los chicos suelen cambiar la voz. «Somos un centro integrado en el que la música y la enseñanza general se imparten dentro de un mismo currículum», aclara el monje. Al terminar, tienen -en teoría- la misma formación que en una escuela ordinaria. Ahora bien, con clases de aproximadamente diez alumnos, el rendimiento es a menudo superior al que se logra en centros más masificados.
Por lo que respecta al equipo docente, De Montellà asegura que «la comunidad siente la Escolanía como una parte del monasterio, ya que de los mil años de historia de Montserrat, la Escolanía ha estado aquí setecientos , pero aparte de los dos monjes que son sus máximos responsables, « el profesorado es laico , y de hecho, hay más profesoras que profesores», como en cualquier otra escuela moderna.
Metamorfosis
Un rótulo en la puerta de la sala de profesores nos confirma que estamos en un centro educativo normal y corriente, y que aquí los niños siguen siendo niños. Son unas instrucciones detalladas para evitar las irrupciones impulsivas en este espacio: primero, llamar a la puerta; segundo, esperar respuesta; tercero, entrar cuando se les indique, etc. Es decir, que los escolanes también pueden dar bastante guerra.
Eso sí, cuando el reloj marca la una menos cuarto suena una campanilla y empieza la transformación. Todos los niños bajan a la sala donde se visten con la saya y la sobrepelliz propias de la liturgia. Se cambian el calzado, mayoritariamente deportivo y de colores llamativos, por unos sobrios zapatos negros. La ropa litúrgica tapa en un momento una profusión de prendas de toda índole, incluida alguna camiseta del Barça. El oficio no entiende de personalismos, y en pocos minutos los escolanes son todos iguales.
Mientras se transforman, el director del coro dirige el calentamiento. Les va haciendo cantar primero una nota, después un pequeño intervalo, y ejercicios más complejos cada vez. Cuando están a punto, cincuenta niños diferentes que se comportaban cada uno a su manera minutos antes han pasado a vestir idénticos y tener una sola voz. La metamorfosis impresiona. Es el momento de salir a la nave de la basílica y entonar la Salve y el Virolai. Así cada día, una vez a la una en punto y otra a las siete de la tarde, y con retransmisión por internet.
Vivancos destaca que «en la Escolanía están haciendo mucha música y sobre todo cantando cada día muchas horas, delante de centenares de personas, incluso miles, en una edad que es crucial en la formación». El tenor Roger Padullés recuerda, además, que la exigencia es alta «Odiló Planas y el padre Ireneu Segarra nos hacían leer a vista partituras muy variadas, incluyendo por ejemplo a Hindemith, de manera que en mi carrera profesional nunca ha sido una dificultad excesiva aprender obras nuevas, incluso las más complicadas».
Por si fuera poco con los oficios, están los conciertos, que se aprovechan para complementar la formación general : «Hacemos unos diez o doce al año, y cada vez que salimos organizamos una visita cultural en el lugar al que vamos, para que conozcan el mundo, que sepan lo que hace la gente y que sepan lo que hicieron los que hubo antes que nosotros, de modo que al cabo de cuatro años de estudios, los niños pueden haber hecho cincuenta visitas culturales, cosa que ya es de por sí un bagaje», señala Efrem de Montellà.
Residencia, no internado
Al caer la noche, los cantores se retiran a dormir: «Estos niños son de familias que viven lejos, de modo que tenemos que tener una residencia, pero no es un simple servicio de hotel donde comer y dormir, sino que intentamos que contribuya a su desarrollo como personas».
Con todo, desde 2004 la Escolanía ha dejado de ser un internado . Los muchachos se marchan con sus familias el viernes por la tarde y regresan el domingo, de modo que duermen dos días a la semana en casa, y además los padres pueden ir a visitarlos en cualquier momento y quedarse los domingos por la tarde con ellos en Montserrat.
El contacto con las familias, por tanto, es constante, y de ahí que a la hora de seleccionar a los futuros escolanes se tengan en cuenta varios factores. El primero es la voz y las aptitudes musicales, porque «la selección la hacemos en función del coro», explica De Montellà, pero además les tiene que gustar hacer música y también la idea de vivir en Montserrat. «La otra condición -añade- es que los padres vean la Escolanía como algo bueno para sus hijos. Cuando una familia se interesa, los hacemos venir varias veces para que conozcan bien el proyecto» porque «tenemos que ganar todos: el niño, la familia y la Escolanía».
Pese a ser un colegio privado, el precio es más propio de la enseñanza concertada, e incluye todas las prestaciones que aquí se dan. Además, hay ayudas para familias con niños con aptitudes musicales, pero que no pueden costear los estudios. Lo importante es que nadie con capacidades se quede fuera, aseguran.
La vida después de la Escolanía
Al cambiar la voz, los escolanes tienen que dejar el centro. Habrán pasado entre cuatro y cinco años viviendo en Montserrat de lunes a viernes, y proseguirán sus estudios de ESO en el centro de donde procedían o en el que sus padres consideren conveniente. «Se adaptan bien, y no suelen tener dificultades», asegura De Montellà.
Dos preguntas son inevitables. ¿Se dedican todos a la música? Vivancos lo aclara: «De mi curso éramos once, de los que cuatro nos dedicamos a la música; el resto son un médico, un ingeniero, un maestro…». Eso sí, los que se dedican a la música pronto se dan cuenta de que la familia llega muy lejos: «Te encuentras antiguos escolanes por todo el mundo», dice Seguí. La otra pregunta es: ¿Vuelven muchos para hacerse monjes? El padre Efrem de Montellà se ríe. «Es uno de los prejuicios que solemos encontrar», admite. «Y la verdad es que no. A lo mejor uno cada cuarenta años, pero no es habitual».
Lo que sí es habitual es que entre los antiguos escolanes haya una sensación de que la estancia en Montserrat les marcó la vida, para bien. El director de orquesta Josep Pons lo resume así: «Aunque pueda parecer lo contrario, Montserrat y la Escolanía son sinónimos de una visión amplia hacia el mundo, hacia el conocimiento profundo, hacia el hacerse preguntas en todo momento y debatir, y hacia la tradición, el estudio y el ejercicio del arte como centro y parte esencial de nuestra formación».
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