Miedo

Ante el peligro, el hombre reacciona manifestando ansiedad o miedo. El miedo -un mecanismo aportado por la selección natural de las especies- sensibiliza frente a cualquier amenaza o contingencia negativa. Por decirlo a la manera de Sigmund Freud, el miedo avisa al Yo para que tome las medidas pertinentes. Con las elecciones catalanas ocurre algo semejante.

Ante las autonómicas, el nacionalismo tiene miedo. No se fía -digan lo que digan las encuestas- de las urnas. Es consciente de que la gestión de la pandemia ha sido deficiente. Cosa que puede tener consecuencias electorales negativas. Quienes se han visto obligados a cerrar el negocio, quienes han perdido el trabajo o no reciben ayudas, quienes han padecido la muerte de algún familiar en las residencias, quienes sufren el vaivén de una política anti Covid-19 que cede o no a determinados intereses en función de la capacidad de presión del sector; todos ellos, y algunos damnificados más, así como los que desconfían de un Govern que incumple sus criterios de desescalada anunciados solemnemente en sede parlamentario, ¿votarán de nuevo a JpC y ERC? Ante la duda -miedo-, el nacionalismo lanza el globo sonda del aplazamiento electoral, o sube el tono de la guerra civil -que se disimula en público- que mantienen JpC y ERC, o arremete contra Amazon para congraciarse con el electorado «botiguer», o se rinde frente a algunos profesionales para retener votos.

En cualquier caso, conviene reparar en un detalle que conduce a una conclusión. El detalle: en lo que llevamos de precampaña, ni JpC ni ERC han elaborado una hoja de ruta hacia la independencia. Lo volverán a hacer, dicen. Pero, ¿qué y cómo? El miedo a las consecuencias de determinada hoja de ruta -intervención del poder político y judicial-, ¿frena determinadas pautas de comportamiento ensayadas hace tres años? La consecuencia: las elecciones autonómicas -digan lo que digan- se plantearán en clave populista con el objetivo inmediato de alcanzar el poder.