María Bethânia, gracia y esencia de la canción brasileña, frente a la cámara
La famosa interprete brasileña y muchos personajes de su entorno profesional desfilan ante la pantalla en un recorrido melódico y humano del gran fenómeno humano
JUAN PEDRO YÁNIZ
BARCELONA. María Bethânia compone una facha a medio camino de Indira Ghandi y Lola Flores y además su voz es la más destacada en un país de cantantes y tarareadores de todas clases. Su visita a España, de hace unos meses, es ... la mejor muestra de que su fama hace tiempo que cruzó el Atlántico y llegó al Mediterraneo.
Carrusel brasileño
Como una especie de carrusel o tiovivo de la canción brasileña, el documental «María Bethânia, música y perfume del Brasil» (del director Georges Gachot), que estrena el Verdi barcelonés, hace un rápido balance del estado actual de la canción brasileña, en la que junto a la intérprete por excelencia del canto ultramarino dan la cara, la voz y presencia ante la cámara figuras como una desbordante Nana Caymmi, Miucha, Chico Buarque, Caetano Veloso, Gilberto Gil y otras figuras del amplio movimiento musical que funde y resume aires lusos, acentos del Sertao, la inevitable herencia africana y todas las sugerencias de los grandes grupos de percusión y música electrónica. Nunca el mestizaje musical llegó a tal alto grado, como en los inmensos campos del Brasil, «el gran portaaviones sobre el Atlántico», que decían los geoestrategas de los años 40.
Los diversos elementos que se funden en la pantalla del rápido caleidoscopio han sido mesurados con balanza de precisión. En ocasiones una intemporal María explica al espectadornietecito que las palabras que más salen en la canción brasileña son «sentimiento» y «madrugada»; en otras secuencias letristas y compositores nos explican su parto intelectual para hacer revivir al oyente-espectador la sensación etérea y fugaz. Algún batería o intérprete suele poner el acorde o razonamiento final.. Todos están contentos de comparecer ante la cámara con todos, debe ser un ejemplo de la bonhomía lusobrasileña.
La cámara puede conducirnos hasta la favela o el desmonte suburbial, pero no se recrea en lo deprimente, enseguida brotan el ritmo y la alegría. Todos los tornasoles de la negritud y los enormes vestidos blancos que la envuelven desfilan ante los ojos del espectador. Hay muchas más fiestas y desfiles a parte de los de Carnaval, como se va constatando, de escena en escena.
El familiar lusobrasileño va desfilando y en ocasiones el subtítulo añade en último matiz. Los profundos ojos grises de Buarque ponen una nota de europeidad en aquel festival ultramarino y de regusto colonial.
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