Hazte premium Hazte premium

Juan Carlos Girauta - Análisis

¿De dónde somos?

«Era mi ciudad. Pero dejó de serlo. Pasear o salir a cenar era bañarse en miradas de odio, insultos y riesgo físico»

ABC

Juan Carlos Girauta

Durante años dediqué incontables horas de mi tiempo a la misma inutilidad: reivindicar en mil programas de radio y televisión, allí, la catalanidad como algo completamente distinto del catalanismo (que aún existía, aunque agonizante) y por supuesto del nacionalismo catalán. Un mínimo de buena fe intelectual por parte de mis contertulios les habría obligado a aceptar tan discreta obviedad. Pero eran una disciplinada tropa; estuve siempre solo frente a ellos. Eso no me arredraba; confiaba en que el público sí distinguía entre vecindad civil e ideología. Me equivocaba.

Advertía a la tropa del daño que estaban infligiendo a la cultura catalana, empezando por su lengua, ya irremediablemente ideologizada. Lo acaba de afirmar con orgullo el novelista Jordi Cabré : «No es lo mismo decir democracia en catalán que decir democracia en castellano». Ahí lo tienen.

No había pues espacio donde converger. La Cataluña pública llevaba decenios empeñada en convertir una ideología en un hecho de la naturaleza. Con todo, la vida privada seguía siendo en Barcelona tan amable como siempre, y yo seguía sintiendo la ciudad como una especie de prolongación de mí ser, en una agradable evocación perpetua -no necesariamente consciente- de todas las etapas de mi vida. La Diagonal donde nací y viví hasta los veintisiete; me veo en las fotos, con tres años, sosteniendo un «palmón» de Pascua frente a la puerta de casa. Los parques de mis noviazgos; aquí se lo dije. Los grandes cines que tanto frecuenté y que han ido desapareciendo o trocándose en multicines. El bálsamo del Barrio Gótico . Era mi ciudad. Pero dejó de serlo. A mediados de septiembre de 2017, el ministro Zoido tuvo el acierto de ponernos protección a los diputados de Ciudadanos que vivíamos en Cataluña. Hizo bien: a las dos semanas, la convivencia estaba rota. Pasear o salir a cenar era bañarse en miradas de odio, insultos y riesgo físico. Al año y medio lo acepté: los nacionalistas tenían razón, yo no era catalán, ya no existía tal cosa como una catalanidad no nacionalista .

Había roto con amigos de infancia, comprendí que no podía acudir a una cena de promoción de los jesuitas o a una fiesta sorpresa. No era bienvenido por los que hablaban; solo por los que callaban. Y yo suelo responder. Hoy soy un toledano feliz . Debí largarme mucho antes. Los recuerdos de casi toda mi vida habitan un lugar que ya no existe.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación