Jordi Puntí: «La realidad no es literaria»
Seis años de suspense, viajando de Barcelona a Nueva York, desviándose hacia París y fotografiando los patos de Central Park el mismo que J. D. Salinger pasaba a mejor vida. Seis años escribiendo y reescribiendo, buscando voces y dando forma a una novela cuya primera ... piedra se puso en 2003, cuando Jordi Puntí (Manlleu, 1967) se presentó a la beca de creación literaria Octavi Pellissa con un sucinto resumen argumental: «la historia de un hombre que no para de moverse y de repente se queda quieto».
Seis años desde que ganó la beca y unos cuantos más desde que empezó a ejercitar su músculo literario con los libros de relatos «Pell d´armadillo», «Animals tristos» y «Set dies al vaixell de l´amor». «Siempre había escrito cuentos, y con el paso a la novela te encuentras con un descontrol que has de aprender a domesticar», explica Puntí sobre los seis largos años que ha tardado en dar por terminada su primera novela, «Maletes perdudes» (Empúries; Salamandra en castellano).
Cuatro voces en una
En ella, Puntí tira del hilo de ese «hombre que no para de moverse y de repente se queda quieto», para reconstruir la historia de Gabriel, un transportista de mudanzas incapaz de asentarse y que de buenas a primeras se esfuma del mapa. Solo que quien habla no es Gabriel, sino su descendencia, cuatro hijos de madres y nacionalidades diferentes -Christof, Christophe, Christopher y Cristòfol, viven, respectivamente, en Frankfurt, París, Londres y Barcelona- que deciden aunar esfuerzos para encontrar a su padre.
Así, «Maletes perdudes» brinca entre el tiempo el espacio, del Mayo del 68 al Aeropuerto del Prat y de la Casa de la Caritat al Londres de los ochenta para dar forma a lo que su propio autor ha bautizado como «una novela transnacional». «Me atrae la idea de apartarme de este mirarse el ombligo y romper los esquemas habituales de una sociedad catalana que un poco ensimismada», explica.
Vidas pequeñas
Esa misma idea de romper esquemas es lo que le ha llevado a convertir en protagonista indirecto a alguien que, como Gabriel, podría ser «una reacción a esa figura del héroe antifranquista». «Quería explicar la vida pequeña de todos aquellos que tuvieron que trabajar mucho y no tenían tiempo para las intrigas política; los antifranquistas cotidianos y pasivos», explica Puntí.
Y todo para acabar pergeñando un relato que, según el autor, no deja de ser «una novela de aventuras». Estrafalarias y curiosas, sí, pero aventuras al fin y al cabo. «Todo tiene un punto muy inverosímil que se convierte en verosímil gracias a la manera de explicarlo -explica-. Muchas veces se confunde la realidad con el realismo, y la realidad no es literaria; lo que es literario es una mirada realista sobre la vida. La literatura consiste en convertir en algo verosímil aquello que no lo parece».
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