la nada nadea
El manicomio coreano
De lejos parece la foto carné de un alumno mofletudo en la orla de su promoción. Pero te acercas la portada del diario y es el retrato del tirano adolescente, de seis metros por cuatro. A diez grados bajo cero, a la intemperie durante horas, la ingente masa exhibe un dolor tan profundo que se diría que los hombres han perdido el destino y las mujeres las entrañas. Se agitan y desmayan con plasticidad de película muda. Lo principal del comunismo es que te vuelve loco.
Al Querido líder le atribuían el control mental del clima; es natural que, al faltar, los termómetros se desplomen. Les han contado a los hambrientos desquiciados que las coronas de flores de la larga comitiva fúnebre son muestras de condolencia de dignatarios de todo el orbe. Un grito se repite una y otra vez al paso de los restos del monarca estalinista: ¡Llévanos contigo! Se ha decretado que el amor de su pueblo es infinito, como infinito será el duelo, por mucho que el tercer monarca de la dinastía, el único obeso de Corea del Norte, releve al finado en el mando absoluto. El mando de los sentimientos, de la cultura (ay) y de la magia marxista-leninista. El mando del mundo, de la realidad toda.
Embalsamarán a Kim Jong-il y, como antaño sucediera con la serpenteante cola del mausoleo de Lenin, en la Plaza Roja de Moscú, un pueblo privado de electricidad pero protegido por armas nucleares, matará las tardes revisitando a su verdugo, desparramándose ante la momia, declarando fidelidad eterna. El comunismo arrebata la razón como ninguna otra forma de totalitarismo, y sin embargo… Y sin embargo, cuando la pesadilla termine, los mismos desolados súbditos que gritaron al unísono su desgarro esperarán no aparecer en las imágenes manicomiales del funeral, memorizarán efectivos insultos contra el hoy querido líder y, de vez en cuando, se convulsionarán igual que en estos días, embargados por la emoción de un pasado inventado de disidencia.
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