Un escritor que se explica
Siempre, siempre el escritor habla de sí mismo, aunque no sea poeta lírico. Al tratar de los demás y de todo lo demás, la primera persona late como sujeto agente, y es bueno que así sea. En realidad, la bibliografía de todo autor es manifiesta e imprescindible autobiografía. Pero en ocasiones el escritor -poeta, novelista, dramaturgo, ensayista- siente la necesidad de aparecer como el más nítido personaje de lo que escribe, y comienza sus memorias, y nos las ofrece como indudable obra de creación. Este es el caso, ahora mismo, de José Luis Giménez-Frontín. Barcelonés de 1943 y de expresión literaria en castellano. En plenitud de vida y de obra, nos invita a un nuevo libro suyo: «Los años contados», que ha publicado Bruguera.
No es necesario presentar el autor, aunque sí complacerme en recordar que goza de dos Premios Ciudad de Barcelona: por su poemario «Las voces de Laye», 1981; y por su novela «Señorear la tierra», 1991. «Réquiem de las esferas» le valió el Premio Esquío de Poesía en 2006. Todo esto, y más obra escrita, que añadir a su espléndida tarea como Director, durante quince años, de la Fundación Caixa de Cataluña, entre otras actividades de indudable relieve cultural. Pero en modo alguno vengo a resumir «Los años contados». Vengo a llamar la atención sobre la necesidad de que se lean tales memorias -acertadísimo título- que, igual que lo demás de sus escritos del autor es indudable obra de creación.
Necesidad de lectura por cuanto resulta importante ver de la pluma de J. L. Giménez-Frontín cómo fueron tales años, los que el autor vivió y -«Laus Deo»- sigue viviendo y compartiendo con sus más o menos coetáneos. Al componer sus memorias, un escritor tan lúcido como J. L.Giménez-Frontín lleva a cabo la tarea de contar no sólo por complacencia propia e incluso del lector, sino como contribución muy singular de memoria histórica. A los coetáneos con los que compartió experiencias, el texto les llevará igualmente a rememorar, aunque incluso a algo más importante: a un cortejo de recuerdos -los del autor y los del lector contemporáneo-, cortejo del que obtener una visión más amplia que la de uno mismo. Leyendo «Los años contados» se ve mucho mejor lo que fueron algunos de tales años que también fueron los míos. J. L. Giménez-Frontín es más joven que yo, coincidimos en muchas cosas, pero otras las sabré mejor porque las leo de pluma ajena. Las memorias pueden ser, y en este caso lo son, reveladoras para generaciones futuras. El recuerdo de los demás ayuda al propio siempre y cuando quien nos ofrece el suyo lo hace con honesta veracidad, sin narcisismo, obediente a un deseo de servicio y logrado afán de arte. Así lo ha hecho Giménez-Frontín.
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