Las contorsiones del independentismo catalán ante la guerra de Ucrania

El movimiento confía en Putin como valedor de una hipotética independencia de Cataluña

Un 'altar' en Barcelona con banderas de Nueva Rusia, la URSS, la II República comunista y la independentista catalana TWITTER

«No podemos negarnos a tener relaciones con Estados que no sean totalmente demócratas. Si algún día declaramos la independencia, no podemos tener el voto en contra de Rusia». Estas palabras de Elisenda Paluzie, presidenta de la Assemblea Nacional Catalana (ANC), pronunciadas a ... primeros de septiembre de 2021 en la Cadena Ser, recogen el sentir mayoritario del nacionalismo catalán, que, adaptando el dicho, defiende que el fin justifica los amigos, si se consigue el objetivo: la independencia de Cataluña.

El intento de alianzas estrambóticas no es nuevo para el nacionalismo catalán. Está demostrada la injerencia rusa durante el 'procés', para desestabilizar un país de la Unión Europea, y también están confirmados los contactos -aunque preliminares- del principal asesor de Carles Puigdemont e historiador, Josep Lluís Alay, con el Gobierno ruso para conseguir el beneplácito de Putin y su ayuda en la causa secesionista.

El independentismo y sus terminales mediáticas se aferran a todas las causas mundiales, si con ello creen que pueden alcanzar la cima. No hace tanto, en enero de 2013, TV3 divulgaba sin rubor la peculiar idea estratégica de un físico que sugería a la Generalitat que ofreciera los puertos de Barcelona y Tarragona a China para que estos pudieran «tener su naval en el Mediterráneo, es decir sus portaaviones y sus submarinos nucleares». Una forma, como otra cualquiera, de compensar la salida catalana de la Unión Europea.

Así, tanto da Rusia que China. Y no importa, a la vez, comparar Cataluña con Escocia, Lituania, Eslovenia o el Tíbet. Todo depende del momento y del rédito político que el nacionalismo pueda sacar de ello. Pero en estas llegó Ucrania y, sobre todo, las dos provincias del Donbass (Donetsk y Lugansk).

El 11 de mayo de 2014 se llevó a cabo un referéndum ilegal en Donetsk y Lugansk, zonas de mayoría rusófila. Ni el Gobierno ucraniano ni la comunidad internacional reconocieron la consulta. La legalidad ucraniana y el derecho internacional establecen que la fragmentación del país la deben decidir todos los ucranianos. Pero los separatistas de Donetsk y Lugansk alegan que su situación es la misma que la de Kosovo, cuyo referéndum, en contra de la legislación serbia, fue aprobado sin embargo por la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Desde entonces, 2014, el Donbass está dividido territorialmente y en una intermitente pero cruel guerra civil.

Si en 1991 el nacionalismo catalán hubiera tomado la bandera de Ucrania, como hizo con Lituania, Letonia y Estonia, por ejemplo, frente al poder derretido de la URSS y el emergente de Rusia; ahora, sus espejos son Donetsk y Lugansk, frente a la débil y poco rutilante Kiev. Pero, claro, defender la independencia del Donbass (en realidad, una anexión a Rusia) es dar apoyo a la idea imperialista de Putin, que tiene una visión historicista del mundo y, por lo tanto, no puede concebir Rusia sin Kiev (la historia de Rusia empieza en la Rus de Kiev del siglo IX). Ucrania no existe, llegó a decir, suavemente, unos días antes de los primeros bombardeos sobre las posiciones militares y estratégicas del país vecino y culpa de su existencia a Lenin.

Así, con la guerra asomando por la ventana de las fronteras del norte y el este de Ucrania, el nacionalismo catalán contorsionó todo lo que pudo su ya de por sí retorcida visión del mundo. El 22 de febrero, ERC, en un comunicado, defendió todas las posiciones posibles. Atacó a la OTAN por querer integrar a Ucrania, lo que justificaría «la presencia de tropas (rusas) en la frontera», pero, a la vez, criticó «la política de Putin de coaccionar con amenazas militares (...) la soberanía de Ucrania, un Estado soberano con todo el derecho a decidir qué alianzas estratégicas prefiere priorizar». ¿En qué quedamos?

En la misma línea se expresó Junts. «Ucrania es un Estado soberano y no se puede amenazar ni cuestionar su existencia», apuntó el partido de Puigdemont en una nota el mismo día 22, pero «el no-respeto al derecho a la autodeterminación es el origen de muchos conflictos que se ahorrarían si se respetara la decisión de los ciudadanos de vivir en un Estado o de formar uno nuevo, en las circunstancias recogidas en los tratados internacionales y sin amenaza del uso de la fuerza».

Ya empezada la guerra, el viernes, Oriol Junqueras se hizo el ucraniano, para equiparar a España con Rusia. Nada dijo de Paluzie y el Donbass. El nacionalismo catalán se apunta a todas las partidas de cartas, pero más que jugarlas aspira a ser el crupier en todas ellas.

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