Barcelona, sin toque de queda e impotente para contener los botellones masivos
Cataluña plantea ahora un toque de queda para ciudades de más de 20.000 habitantes
La primera noche sin confinamiento se salda con 4.100 desalojados, 2.000 de ellos en las fiestas de Gràcia
Corrillos en las plazas, jaleo con los decibelios por las nubes, desmadre cuando alguien aparece con una guitarra y decenas de personas se arrancan a cantar 'La vida es un carnaval' de Celia Cruz, alcohol a paletadas, agentes de la Guardia Urbana convertidos ... en improvisados camiones-escoba… En realidad, la Barcelona sin toque de queda se parece bastante a esa otra Barcelona que hasta hace un suspiro se recogía cada noche, o por lo menos lo intentaba, entre la una y las seis de la madrugada.
Y no porque la decisión del TSJC de levantar el confinamiento nocturno en la mayoría de ciudades catalanes haya traído un plus de descontrol, que también, sino porque hace meses, más o menos desde que decayó el estado de alarma, que la ciudad encadena fines de semana de botellón, aglomeraciones e impotencia a la hora de hacer cumplir las restricciones vigentes.
Un escenario que no ha hecho más que agudizarse con la llegada del verano y que llevó ayer a la Generalitat a pedir de nuevo el toque de queda para los municipios de más de 20.000 habitantes con un índice superior a 125 casos diagnosticados por cada 100.000 habitantes. Un nuevo intento por mantener el confinamiento nocturno tras la negativa del TSJC con el que el ejecutivo catalán busca evitar una posible sexta ola y, al mismo tiempo, poner coto a la escalada de botellones y juergas sin control.
Dos agentes de la Guardia Urbana patrulla en una de las plazas de Gràcia
Ahí están, sin ir más lejos, las fiestas de Gràcia, tradicional punto caliente del estío barcelonés que, tras un año de descafeinado barbecho, han recuperado este año viejas sensaciones. Para bien, sí, pero también para mal. «Estaba claro que la cosa se iba a acabar desmadrando, no hay más que ver lo que ha pasado en la ciudad últimamente», señala un vecino de la Travessera de Dalt, frontera superior que delimita el barrio y en la que empieza el generoso despliegue de la Guardia Urbana.
Un poco más abajo, en la calle Fraternitat, una imagen resume a la perfección lo que está pasando estos días en las fiestas y, por extensión, en casi toda Barcelona: mientras que dentro de la calle, en un espacio perimetrado, vecinos y visitantes permanecen disciplinadamente sentados ante un escenario habilitado para actuaciones musicales, justo detrás del mismo se apiñan y arremolinan decenas de personas sin distancia. Las restricciones, en este caso, no van por barrios, sino por calles, y bastan un par de pasos para adentrarse en un caótico bochinche de cánticos, brincos y euforia desparramada de cualquier manera. «Mira que yo hace días que ya no llevo la mascarilla por la calle, pero ha sido ver esto y ponérmela», reconoce Álvaro, un veinteañero del vecino barrio del Guinardó.
Los controles para acceder a las calles decoradas son prácticamente infranqueables, los visitantes respetan el sentido único de visita e incluso hay quien se toma la molestia de reservar entrada para las actuaciones, pero en cuanto se abandona el itinerario oficial, el de las 21 calles engalanadas para la ocasión, desaparecen las medidas de seguridad, se esfuman las mascarillas y el sentido común comienza a cotizar a la baja. «Prefiero no meterme ahí dentro, que vete tú a saber», le comenta un joven a su acompañante mientras intentan esquivar el gentío que se acumula, ya de madrugada, en el cruce de Travessera de Gràcia con Xiquets de Valls. «No tiene sentido que se controle el aforo en las calles y luego des cuatro pasos y sea todo un desmadre», añade una vecina del barrio.
«Hay algunas cosas que no nos han gustado, ha habido puntos, no sólo en Gràcia sino también a algunas plazas de Ciutat Vella, donde ha habido saturación, donde ha habido consumo de bebidas alcohólicas, que quiero recordar que no es que esté prohibido por la pandemia, es que está prohibido siempre», subrayó ayer el teniente de alcalde de Seguridad de Barcelona, Albert Batlle, a la hora de valorar la primera noche sin toque de queda en la ciudad.
De botellón en botellón
Una jornada «un poco más movida», en palabras del propio Batlle, que se saldó con 4.100 desalojados, 2.000 de las calles de Gràcia y otras 2.100 de playas de la ciudad. Por poner la cifra en contexto, la madrugada del jueves, con el toque de queda aún vigente, las fuerzas policiales desalojaron del barrio de Gràcia a 1.300 personas. En junio, en otro de los periodos en los que el toque de queda no estaba vigente, se llegaron a contabilizar 6.500 desalojados de botellones en un solo día, cifras que evidencian la magnitud de un problema que el Ayuntamiento de Barcelona no sabe cómo atajar.
En el horizonte esperan las fiestas de Sants, lo que, unido al trasiego de una ciudad en la se han repetido imágenes de botellones en zonas como el Born, las inmediaciones de Arc de Triomf o la plaza del Macba, ha llevado al Consistorio a reforzar la presencia policial, con unos 650 agentes el fin de semana y 1.000 entre semana. Vecinos de otros puntos calientes como la Barceloneta, crispados ya por meses de incivismo, dudan que la llamada al civismo de Batlle surja efecto y exigen al Ayuntamiento que cierre las playas por la noche para evitar más aglomeraciones.
El auge de botellones ilegales también ha llevado a la patronal del ocio nocturno Fecasarm a reclamar que se autorice de forma inmediata la reapertura de los locales nocturnos al aire libre hasta las 3.30 horas. Según la asociación empresarial, la desaparición del toque convierte al ocio nocturno legal en «la única solución a los botellones y fiestas ilegales». «Si ya eran incontrolables, sin el toque de queda aún lo serán más», denuncia Fecasarm. En el mismo sentido, el Gremio de Restauración de Barcelona reclama que bares y restaurantes puedan abrir hasta las 2 de la madrugada.