Barcelona se echó a lacalle para frenar la intervención militar en Irak
El civismo marcó la participación en la protesta pacifista de la capital catalana, que consigue un récord de participación sin registrar incidentes
BARCELONA. El lema oficial de la marcha era «Parar la guerra es posible» pero los cientos de miles de personas que ayer abarrotaron el centro de Barcelona apostaron masivamente por el escueto «no a la guerra» para expresar su rechazo a la intervención militar en ... Irak. A pesar del habitual baile de cifras entre las diversas fuentes oficiales -el Ayuntamiento, que apoyaba la marcha, cifró la participación en 1,3 millones de personas, mientras la Delegación del Gobierno situó la participación en 350.000 personas- lo cierto es que el «no a la guerra» convirtió la marcha de ayer en la más concurrida de las celebradas en la capital catalana.
Los dos kilómetros de trayecto entre el Paseo de Gracia y la Plaza Tetuán seguían colapsados cuando, una hora después del comienzo oficial de la manifestación, la actriz Carme Sansa leyó el manifiesto contra la intervención militar en Irak. En un ambiente festivo, los manifestantes anónimos invadieron el espacio tradicionalmente ocupado por los habituales en estas convocatorias, partidos políticos, sindicatos y organizaciones no gubernamentales. Las pancartas y banderas políticas quedaron muy atrás en la marcha, relegadas por pancartas caseras.
Esto no impidió, sin embargo, que el Gobierno y Estados Unidos, Aznar y Bush, se llevaran la peor parte en muchos de los lemas coreados por la multitud. El apoyo del Ejecutivo de José María Aznar a la postura liderada por Estados Unidos pasó factura al PP con esloganes como «Digamos no a Aznar, no a esta guerra», sin olvidar las referencias al desastre provocado por el hundimiento del «Prestige».
Castellers y hamburguesas
Al margen de las críticas al Gobierno, la manifestación de ayer se convirtió, en muchos de sus tramos, en una fiesta. Así, en pleno colapso del Paseo de Gracia, una agrupación de castellers optó por relajar al personal levantando un castell frente a la puerta de la mayor tienda de la más famosa multinacional española de ropa, coronado por una «einxeneta» agarrada con fevor a una pequeña pancarta contra la guerra. Impasibles, las cámaras de televisión y los fotógrafos que ocupaban las cinco gruas montadas para la ocasión en la confluencia entre Paseo de Gracia y Gran Vía seguían atentas a la lucha entre las cabeceras de la marcha por avanzar contra la marea humana que seguía subiendo para incorporarse a la manifestación.
Mientras unos metros más arriba la furia «anti-yankie» aparejada al «no a la guerra» no impidió que muchos de los adolescentes-manifestantes aprovechasen el parón para adelantar la merienda en el paradigma de las cadenas de «fast-food» norteamericanas, que en un alarde de prudencia, optó por bajar a media altura la persiana del local. Más o menos a la misma altura a la que se incorporó a la marcha Marina Rosell, quien al parecer ha abandonado ya sus tareas de «escudo humano» en Irak, anónima de nuevo entre la marea humana.
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