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Todas mis tardes en Mercadona

«Salvo en mi casa –yo trabajo a unos férreos 19 grados– y la barra de Nobu sólo en Mercadona puedo estar bien, especialmente en el pasillo que a un lado tiene la nevera de fiambres y curados y al otro la de los quesos y sus sucedáneos»

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El pasillo más frío de Mercadona

Yo soy uno que por las tardes va a escribir al Mercadona de la calle Berlín. Dejo a mi hija en la academia de Mugendo y sólo en este supermercado puedo esperar a que termine sin morir asfixiado en los demenciales bares del alrededor y ... sus temperaturas africanas. Pero el drama no son sólo estos bares, a fin de cuentas insignificantes y desgraciados. Junto con la barra de Nobu, Mercadona es uno de los pocos establecimientos de mi ciudad que respeta el pacto civilizado. El aire acondicionado funciona como si fuéramos ciudadanos respetables de un país avanzado y no como en la mayoría de los buenos y buenísimos restaurantes de Barcelona, que nos tratan como a una tribu de caníbales precolombinos. Salvo en mi casa –yo trabajo a unos férreos 19 grados– y la barra de Nobu sólo en Mercadona puedo estar bien, especialmente en el pasillo que a un lado tiene la nevera de fiambres y curados y al otro la de los quesos y sus sucedáneos. Además, me mece como un arrullo estar entre comida que jamás me llevaría a la boca. En estos escasos quince metros, entre la refrigeración general y la de los productos, se da la temperatura que corresponde al genio creativo. Fluyen las ideas y cristalizan las metáforas. El verano en tercera persona. Barcelona no tan miserable, no tan tacaña.

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