SPECTATOR IN BARCINO

Laporta y compañía (más que un club)

El Barça era un punto de encuentro para el antifranquismo y el lema despertó simpatía en la sociedad: simpatía transversal, por encima de partidismos políticos

Almuezo de los presidentes del Real Madrid y FC Barcelona antes del partido de Copa del Rey efe

Sergi Doria

Barcelona

Que la vida iba en serio, algunos lo descubren demasiado tarde. La paráfrasis de Gil de Biedma le viene al dedillo a quienes no reconocen que el Barça no volverá a ser joven. Entendamos como juventud la ausencia de culpa y, si el destino se ... tuerce, la pertinaz atribución de la culpa a los astros. O al franquismo. O al Real Madrid. O a la Federación. O a los árbitros. O al mal estado del terreno de juego. Siempre quedará una O para excusar al «más-que-un-club» por no culminar los objetivos deportivos que su millonario presupuesto contemplaba.

A la muerte de Josep Maria Espinàs se recordó su autoría del himno azulgrana, estribillo integrador que el club, alineado sin pudor con el secesionismo, hace tiempo que contradice.

Se conoce menos la autoría de «El Barça és més que un club». Javier Coma acuñó el lema cuando trabajaba de creativo publicitario y se hizo público en 1973, bajo la presidencia de Agustí Montal. Justo hace cincuenta años. El Barça era un punto de encuentro para el antifranquismo y el «més que un club» despertó simpatía en la sociedad: simpatía transversal, por encima de partidismos políticos, recordaba Coma. Tiempos en los que la lengua catalana caía bien en Cataluña y el resto de España. Cuando Barcelona era la capital de la modernidad frente a un Madrid gris y funcionarial. En el Barça de los 14 años sin Liga, los socios creían que todo lo malo -desde el fichaje de Di Stefano por el Madrid al penalti de Guruceta- se debía al Régimen y sus apéndices falangistas en la Federación (el «españolista» Pablo Porta) y el Colegio de Árbitros (el «antibarcelonista» José Plaza).

José Luis Núñez, que nunca permitió que Convergencia manoseara el Barça, cultivaba también esa cultura de la queja que coronaba un topónimo: el Madrit (con t final). La conspiranoia iba más allá de las fronteras españolas. No solo se «regalaban» las ligas al club merengue; tampoco se le reconocía la media docena de copas de Europa que había ganado hasta el momento. Todo aquello, aseguraban los devotos del contubernio, fue debido a las malas artes de Santiago Bernabeu y Raimundo Saporta (este, en el baloncesto).

Se fue Núñez, pasó Gaspart e irrumpió el Elefant Blau con Joan Laporta, Jan para los amigos, de portavoz. Prometió levantar alfombras, pero no hubo nada. Con él llegaron Sandro Rosell, Ferran Soriano, Josep Maria Bartomeu… El primer Laporta lució un barcelonismo «desacomplejado» cual presunto albacea de la herencia de Cruyff. Pero, como lamentaba Coma, su lema del «Més que un club» acabó en proclama nacionalista: «Y ya no se sabe muy bien si también se usa y abusa del mismo como una hipotética plasmación del espíritu independentista y secesionista. Está claro que ahora se le otorga significados que no coinciden con los propios de su alumbramiento», declaraba en 'Voces de ahora' (2013), volumen de entrevistas que firmó su hija, Silvia Coma.

A Sandro Rosell, hijo de uno de los fundadores de Convergència, debemos una reflexión que ilustra la impostura de la burguesía independentista: «Votaría sí en un referéndum, pero de ganar la independencia, me iría de Catalunya»; a Ferran Soriano lo tenemos en el Manchester City después de presidir el fiasco de Spanair; con sus onerosos fichajes, Bartomeu transformó el Barcelona en Bancarrota… En plena efusión separatista, Laporta -¡al Loro!- retornó a la presidencia.

Aunque esquive el caso Negreira, la sombra del cambalache quiebra la tradición victimista del Barça. La primera intervención de Laporta al estallar el escándalo fue decir que no era casualidad que esto salga cuando el equipo va líder. También lo atribuyó al «antibarcelonismo» de Javier Tebas, presidente de La Liga. El viejo y conocido recurso de «el demonio son los otros».

«No es culpa de los astros, caro Bruto. Es culpa nuestra que vivamos siervos», escribió Shakespeare en 'Julio César'. La servidumbre voluntaria consiste en tolerar al mando de la nave a la gente equivocada. Los dirigentes que surgen del voto son los ojos de la sociedad que han de gestionar; si lo hacen mal es que sus votantes estaban ciegos: sucede en la Cataluña nacionalista, en la Barcelona de Colau, en el «más-que-un-club».

Cuando estudiaba en los Maristas lo echaron por entrar en el despacho del profesor para birlar los exámenes. Militó en dos partidos fantasma: Partit per la Independència, cuyas deudas sufragó Félix Millet (Àngel Colom dixit). Y Democracia Catalana que le permitió calentar un asiento de concejal en el ayuntamiento.

Al verdadero Laporta muchos lo han conocido demasiado tarde: no quieren ver que el vendedor de crecepelos se está quedando calvo.

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