Shambhala
Camarasa lía a Bitbase: más ruina a la vista
Los restaurantes catalanes también se han cansado de trabajar. Se han cansado de tratarnos bien. Dan por supuesto nuestro dinero pero les importa un bledo nuestro bienestar
Artículos de Salvador Sostres en ABC
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Iniciar sesiónCamarasa ha traspasado el local al empresario Tito Bosch y al dueño de Bitbase, Álex Fernández. Marc Taribó ha intentado enredar, sin suerte, a media Barcelona y al final estos dos son los inocentes que ha caído. Hay que felicitarles por el nuevo nombre que ... van a poner al local, Sotelo, en homenaje a José Calvo Sotelo, asesinado por la República. Ahora sólo falta que la avenida Pau Casals vuelva a llamarse General Goded, asesinado por Lluís Companys.
Los tres problemas que han llevado a Camarasa a la suspensión de pagos han sido la fatuidad y poca inteligencia del emprendedor, el alto precio del alquiler del local, y sobre todo que a pesar de que la zona es buena, o muy buena, la distribución de los metros cuadrados es muy desgraciada, con tres plantas por debajo del nivel del suelo. La primera es agradable pero para acceder a las otras dos hay que bajar mucho y no es sexy ni práctico.
El dueño del inmueble hace bien en subir el precio tanto como pueda, pero no es inteligente pagarlo. Es verdad que el capitalismo, en sus extremos más sucios, necesita de manos inocentes sin demasiadas luces, o que tengan dinero de sobra para dedicarse a negocios de los que no tienen ni idea. Hay que reconocerle al propietario la habilidad de haber encontrado a dos de ellos de modo consecutivo.
Camarasa fue ofrecido a Ferran Ferra (Fleming, Casa Petra, El Escocés, entre otros) por 106.000 euros de traspaso y un alquiler de 25.000 euros. Y aunque se sintió tentado por la zona, cuando examinó las características del local, rechazó la oferta. El señor Ferra es de Lérida y a un leridano cuesta mucho engañarlo. Tienen un sentido del humor muy pegado a un terruño ingrato, a una climatología adversa y a una historia áspera, muchas veces amarga, marcada por la desoladora fealdad del paisaje y por una avaricia justificada por la miseria. De esta mezcla que para muchos sería devastadora, el leridano saca su carácter, su perseverancia, se aferra a cada euro como si fuera el último y sus negocios acaban funcionando. Ferran Ferra pertenece a esta tradición y tras su pose calimera, como de pobrecito, esconde una auténtica fortuna, entre los jamones Juan Manuel, sus bares y sus restaurantes. 'Vés-li al darrerre'.
El nieto de los Camarasa lo intentó pero no podía ni soñar en marear a uno como Ferran. Sin embargo, y hay que reconocerle el mérito, no se desanimó y encontró a Fernández y Bosch y el traspaso se ha acabado haciendo por 160.000 euros, que es bastante más de lo que no quiso pagar el anterior candidato a pringado del año. He sido duro con Marc Taribó porque lo que ha pasado yo lo vi desde el principio y sentí pena por la familia. Pero he de reconocer que en este último quiebro ha estado bien. Si me hubiera hecho caso antes se habría ahorrado la vergonzosa -y onerosa- suspensión de pagos y el disgusto de sus padres, pero ya se sabe que el trayecto más peligroso de España es el que hay entre un boleto de lotería premiado y el proyecto empresarial que ha decidido impulsar su dueño.
Barcelona es una ciudad agradable, una de las más agradables del mundo por sus características generales, y hemos tenido grandes restaurantes y bares que han marcado tendencia. Pero llevamos un tiempo atrofiados en el exceso de excedente, robando a los clientes, maltratándolos. Nadie parece satisfecho: ni los empresarios, que se quejan de tener que pagar mucho al personal; ni el personal, que con lo que gana no puede comprarse un piso; ni los clientes, cada vez más despreciados.
La avaricia leridana de Ferran Ferra –por contar la historia entera– está bien para que un verdulero con pretensiones no le tome el pelo, pero todos sabemos que en sus locales se racanea con la calidad, los productos en la cocina se pesan con el plato para determinar el precio y hay menos camareros de los necesarios, de modo que ni ellos pueden dar un buen servicio ni los clientes podemos ser atendidos en tiempo y forma. Está bien ser leridano, está bien haber superado las condiciones adversas y mirar en qué gastas cada euro, pero usar tu beneficio contra el prestigio de tus trabajadores –que quedan mal porque siendo menos de los que tendrían que ser no les da la vida– y contra el bienestar de tus clientes no es hacer negocio: es hacer piratería, y esto es importante decirlo porque cuando lo que se puede hacer bien, se hace mal, y deliberadamente, todo se devalúa, también la vecindad. Fleming, por ejemplo, en Doctor Fleming, podría ser el mejor restaurante de su zona si su propiedad se lo tomara en serio a sus clientes en lugar de querernos exprimir como si fuéramos ganado.
Más allá de Fleming, es gravísima la crisis con el aire acondicionado y de lo mal que en general ha funcionado este verano en Barcelona. Un aire acondicionado que no estabilice la sala a 21 grados es un insulto a los clientes, una apabullante falta de consideración y de respeto. Y la falta de recursos de la casa no puede ser una excusa cuando te están cobrando por lo menos 70 euros por persona. ¿Quién os habéis creído que sois para cobrarnos 70 euros, o más, sin tener vuestro local en condiciones? ¿Qué pensaríais de nosotros si pagáramos con moneda falsa, o la mitad de lo que la factura marca? ¿En qué momento creísteis que nuestra comodidad no era importante?
Éstas son las preguntas que ha de responderse no sólo un restaurante concreto sino en su conjunto la restauración en Barcelona, que lleva un tiempo agrediéndose a sí misma con una dejadez causada, sin ningún tipo de duda, por esa suficiencia tan catalana –tan catalanita, si se me permite– de celebrar Champions antes de ganarlas, de presumir de estilo, de superioridad moral y de cansarse siempre de trabajar. Cansarse de pelear por lo que uno quiere, cansarse de servir, cansarse de hacer las cosas bien, pero nunca de cobrar, nunca de exigir, nunca de quejarse. Dar por descontado lo que recibes y vivir como asqueado por tener que dar algo a cambio. Hay una catalanidad que se expresa de esta manera y que no es ajena al destino trágico de Cataluña, a su desarticulación política y al ridículo que suele hacer cuando colectivamente quiere medirse ante el mundo. Los restaurantes catalanes también se han cansado de trabajar. Se han cansado de tratarnos bien. Dan por supuesto nuestro dinero pero les importa un bledo nuestro bienestar. Todo el día hablan del respeto a los derechos de los trabajadores, del respeto al medio ambiente, de sus huertos ecológicos que no nos pueden importar menos, y cada vez el plato llega con más retraso a la mesa, y es de una calidad peor, y es más maleducado el camarero que te lo sirve, que por supuesto no tiene ningún escrúpulo -ni ninguna vergüenza- en interrumpir la conversación con larguísimas explicaciones que nadie le ha pedido, que nada aportan al cliente y que sólo redundan en la vanidad del cocinero. Y hace más calor, y más.
Ni el local de Camarasa puede ser rentable a 25.000 euros, ni los restaurantes de Barcelona tratan bien a sus trabajadores, ni sus trabajadores tratan bien a sus clientes. Ni los aires acondicionados funcionan ni nos interesa la historia de la payesa que ha cultivado esta acelga. No nos interesa en absoluto. No nos ha interesado nunca. No es que no queramos saberla. Es que queremos no saberla. ¡Cállese de una vez, déjeme comer en paz, y pare ya de robarnos!
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