shambhala
Una batalla tras otra: por qué Feijóo volverá a fracasar
Pedro Sánchez lleva siete años ganando. La insistencia de la derecha en el desprecio, en la brocha gorda, en el insulto; el empecinamiento grandilocuente, y tan vanidoso, en una estrategia que hasta ahora ha sido perdedora, es poco probable que lleve a resultados diferentes
Artículos de Salvador Sostres en ABC
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónUna batalla tras otra', protagonizada por Leonardo DiCaprio y 'Reclutas', una serie de Netflix. Una apología de la debilidad subyace en ambas, una debilidad que en lugar de nacer y morir en su retrato, y explorar su culpa, se convierte en la denuncia de tanta, ... tanta injusticia. La exaltación victimista frente a una imaginaria conspiración de la extrema derecha supremacista es el gran tema del cine norteamericano. Mulatos, negros, mujeres, homosexuales. En cada película o serie te toca uno de cada, y todos los argumentos giran alrededor de esta temática. Y no de un modo propositivo, positivo, constructivo, como 'Invictus'. Justo lo contrario: siempre como una ataque a otro, como una cuenta pendiente, como un navajazo. Hay mucho más interés en insultar al enemigo inventado que en resaltar la propia virtud. Hay mucho más interés en perpetuar el negocio del agravio que en resolverlo y avanzar. Hollywood parece la prensa catalana durante el proceso independentista: hasta para anunciar el tiempo había algo que se le debía a Cataluña y que conseguiría si se separaba de España, pero lo que de fondo se buscaba es que la supuesta deuda quedara sin saldarse para que muchos pudieran continuar haciendo en el agosto en el tenderete de reivindicarla.
La intelectualidad estadounidense está en horas bajas, abrumada por su presidente, al que tanto despreciaron y ha demostrado ser mucho mejor que ellos. Mejor en la ambición, mejor en los acuerdos con distintos, mejor en la paz. No es que los actores sean de izquierdas y Trump de derechas, no son las opiniones, no es tan esquemático. Es más hondo, más doloroso. Este cine, pésimo, y sus muy malas ideas, nacen de la impotencia, de una derrota muy íntima. Se creían realmente mejores que Trump y se han visto como unos patanes reflejados en su espejo. Y entonces, en lugar de reaccionar con hombría, admitiendo su error, explicando que se habían equivocado, y por qué, y dando nuevos pasos en la correcta dirección, se inventan hermandades secretas que mueven los hilos y crean contextos justificativos hasta para el terrorismo, como sucede en 'Una batalla tras otra', una lamentable película que además es larguísima. Da pena ver cómo actores, directores y escritores se arrastran en este ridículo histórico. Todos nos equivocamos a veces. Y ha de formar parte de nuestra obra, y de nuestra grandeza, la humildad con que pidamos perdón y continuemos creando.
Lo peor de los hombres es el daño que hacemos cuando sabemos que estamos equivocados y nos da pereza reconocerlo. En este enconamiento está lo más mezquino de nuestra condición. El debate deja de ser noble y rebuscamos en lo sucio con la única intención de herir al adversario, convertido en enemigo. El arte americano está en este momento de extrema bajeza. Siempre hubo un izquierdismo pero ahora no tiene límites en su revanchismo arrinconado.
No pasa nada si te equivocas. Es mejor si aciertas, pero errar a veces suele ser humano. Vivimos vidas de imperfección. Yo me he equivocado muchas veces y algunos errores han sido algo más que errores. Han sido derrotas, y estructurales. Y cuando me he dado cuenta lo he reconocido y he tratado de hacerlo mejor. Mi derrota más apabullante fue creer en la independencia y además de un modo supremacista. Es decir, creer que Cataluña no sólo tenía que ser un Estado independiente porque era una nación, y toda nación ha de ser libre, sino porque los catalanes éramos mejores que los españoles –más inteligentes, más cultos, más modernos– y nos iría mucho mejor sin ellos. Y poco a poco me di cuenta de que no era cierto: lo primero que descubrí fue que los catalanes éramos peores, mucho peores que la idea tan romántica que los nacionalistas teníamos de nosotros mismos. Lo segundo fue que si una nación es una voluntad colectiva de destino, ni bajo la visión más benévola podía considerarse que Cataluña lo fuera, porque nadie tarda más de tres siglos en alcanzar su destino. Y si según la contabilidad oficial del independentismo, Cataluña lleva desde 1714 ansiando su «libertad», es que realmente no la ansía. Y lo tercero que descubrí fue España, más allá de mi educación nacionalista, pequeño-burguesa, muy resentida. La descubrí en muchos amigos nuevos, en viajes que dejaron de ser siempre a París, a Londres o a Nueva York y empezaron a ser a Andalucía, a Galicia, al País Vasco, a Extremadura y a La Rioja, entre otros.
Y oye, tuve que pagar un precio, por supuesto que tuve que pagarlo, porque todo esto sucedió a partir de 2010, que es cuando empezó el proceso independentista, y mis amigos de siempre me vieron como a un traidor y tuve que esforzarme mucho por no perderlos; y lo que a partir de aquel momento me empezaron a decir en la calle tampoco fue fácil de escuchar; pero ni me escondí, ni hice ver que no me había dado cuenta de mi error, ni traté de hacer ver que no había cambiado. Asumí mis contradicciones, las expliqué y despacio, y no dejé de contestar preguntas sobre por qué unos años había escrito que hablar español en Cataluña era de pobres. Cargué con lo mío, con todo lo mío, porque es mi manera de ser yo, y mis partes mejores y mis partes peores hemos llegado juntas, reconocidas y redimidas hasta aquí. Ni me siento más débil cuando hablo de mi pasado, ni me sentiría más fuerte si lo ocultara o tratara de disimularlo. Si hubiera permanecido en él, sabiendo que estaba equivocado, tal vez me habrían ido mejor los negocios, pero ése no sería yo.
Y aunque es penoso tenerlo que decir, y sé que voy a amargar la lectura de muchos en este punto, estos empecinados de la película y la serie, empecinados en negar la realidad, y en extremarse cada vez de un modo más horrible en su negación, me recordaron a los que desde hace más de siete años creen que son mejores que Pedro Sánchez. A los que están tan persuadidos de esta superioridad que dan por descontado que su opinión se va a traducir por arte de magia en resultado electoral. No es que los socialistas tengan razón, ni que el presidente no sea un trilero, ni que los problemas que señala la derecha no existan. Pero Sánchez es mejor político que todos los demás juntos. Es más hábil, más duro de pelar, más letal, más hijo de puta que los que cada día le dan por acabado, y si contáramos las veces que desde 2018 alguien ha dicho que al sanchismo le quedaban dos telediarios, nos saldrían más apocalípticos que niños desnutridos o muertos en Gaza, esos a los que el día de la celebración de la paz vimos en las calles, alegres, multitudinarios, bien lozanos. La clase política española es poco profesional, tontorrona, y no le resiste medio asalto al presidente. Más allá de la consideración moral que merezcan sus añagazas, más allá de sus casos de corrupción, y los de su familia, es el único que sabe manejar los tiempos, cambiar según le convenga el tema de conversación y hacer que sus adversarios caigan del modo más cateto en las trampas que les pone.
Pedro Sánchez lleva siete años ganando. La insistencia de la derecha en el desprecio, en la brocha gorda, en el insulto; el empecinamiento grandilocuente, y tan vanidoso, en una estrategia que hasta ahora ha sido perdedora, es poco probable que lleve a resultados diferentes. Ni siquiera en el PP hay nadie que dude que lo de Feijóo y su equipo es un drama, pero continuamos sin admitir el error porque creemos que nos volvería débiles, y por lo tanto continuamos sin poder mejorar; e insistimos en unos argumentos que si bien al principio eran totalmente ciertos, a medida que se han ido forzando, retorciendo -porque al no reconocer el error, el enconamiento todo lo desdibuja- se han ido volviendo más irreales. Ni la economía española es una catástrofe ni ésta es la percepción que tienen de ella la mayoría de los españoles. Hacer creer que en un país como el nuestro no se vive bien, y ya no digamos que se vive mal, o que estamos amenazados por hordas marroquíes que quieren violar a nuestras hijas y degollarnos a nosotros es ir mucho más allá de los conflictos puntuales que podamos tener con una cierta inmigración ilegal y descontrolada, no mayoritaria; y hay que estar fuera de la escena para creer o decir que empaña nuestra alegría diaria.
España tiene problemas y la derecha razonable suele plantear cuando gobierna soluciones razonables a estos problemas; pero es dar las vueltas del perro pensar que Pedro Sánchez está acorralado, superado, o que va a anticipar las elecciones, o que no va a presentarse a las siguientes, o que va a ser desalojado del poder si el PP continúa haciendo lo que lleva haciendo hasta ahora, y con quien lo lleva haciendo, como empiezan a aventurar las encuestas. Y no será que la realidad y yo no llevemos tiempo avisando.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete