«Fue el regalo de cumpleaños que me hizo ETA»
ATENTADO DE ROSAS
La explosión de un coche bomba ante el Hotel Montecarlo mató al mosso Santos Santamaría
ETA preparó en el sur de Francia el atentado de Rosas con dinamita robada en Grenoble
El bus que se encontraba junto al coche bomba, frente al Hotel Montecarlo de Rosas (Gerona)
Eran las 22.56 de un sábado. Lo que siguió a la explosión fue silencio. Solo 20 minutos antes, el inspector Alfons Sánchez –entonces sargento, jefe de la unidad de investigación de los Mossos en Rosas (Gerona)– se encontraba preparando el 'briefing' frente a ... la pizarra de la comisaría, cuando lo avisaron: amenaza de bomba frente al Hotel Montecarlo. Aquella noche había un refuerzo de efectivos de varias unidades para atajar la delincuencia en una zona de ocio de un municipio cercano. Un despliegue de ARRO, seguridad ciudadana y también investigadores de paisano. Todos se unieron al dispositivo ante el posible atentado. Dos meses antes ya habían interceptado dos mochilas bomba ante la subdelegación de Defensa en Gerona. «Por aquella época Cataluña, especialmente zonas turísticas, era objetivo de ETA. No lo dudamos, salimos todos a una», recuerda, 22 años después. Desalojaron el hotel, apartamentos turísticos, restaurantes y desplegaron un perímetro de seguridad. Cuatro minutos antes de la hora que marcó el diario 'Gara', explotó un Ford Escort con más de 50 kilos de dinamita.
La onda expansiva tumbó a Sánchez que, ya en el suelo, se cubrió la cabeza como instinto para protegerse de la metralla. «Después del estruendo se produjo un silencio abismal que no se puede describir», apunta. Luego comenzaron a sonar las alarmas del resto de coches y vio un autobús en llamas. En décimas de segundo, avisó por radio. Ninguno de los turistas, cerca de 200, había resultado herido, gracias a la rápida actuación de la Policía catalana para evacuarlos. «Cuando colgué, escuché: 'Ambulancia, ambulancia', eran los compañeros que estaban al otro lado. Uno estaba herido, fue desgarrador», rememora. Era Santos Santamaría, un mosso de 32 años, al que alcanzó un amortiguador del coche bomba. El trozo de metralla se le incrustó en el abdomen y lo mató.
Coches destrozados tras el atentado en Rosas
«Ese fue el regalo de cumpleaños que me hizo ETA. Mi hijo me llamó el día 16, me dijo: '¡Felicidades, papá! Mañana nos vemos' y ya no lo vi más», cuenta el padre de Santos, del mismo nombre. No estaba de servicio, pero aquel 17 de marzo de 2001 se presentó voluntario para ayudar a sus compañeros. Se encontraba a 100 metros del coche bomba. «La explosión fue antes de la hora anunciada, le dio de lleno una pieza y lo destrozó». Un atentado «indiscriminado y cobarde contra un hotel donde se alojaban jubilados y turistas franceses», sostiene el progenitor del mosso, que apunta que los agentes «se jugaron la vida para evitar una tragedia».
«Suerte de aquel dispositivo extraordinario por el que contamos con más efectivos y que pudimos desalojar a tiempo», recuerda Sánchez. Ya era de madrugada, cuando desplegó a todos sus agentes para obtener indicios para la investigación posterior. «Cuando comprobamos que en otros apartamentos no había muertos ni heridos –la onda expansiva no solo destrozó el autobús que había ante la fachada del hotel y que hizo de parapeto, sino que arrasó los cristales de las ventanas, que se clavaron como cuchillos en las paredes de las habitaciones–, y que tampoco había un segundo vehículo bomba, rompimos a llorar». La sensación fue de «rabia e impotencia», explica el inspector. «Perder a un compañero en una situación así marca mucho».
La memoria
Los responsables de aquel atentado fueron condenados por la Audiencia Nacional: 75 años para Aitor Olaizola Baseta y Eider Pérez Aristizabal, integrantes del comando Sugoi, a los que detuvieron nueve días después de haber aparcado el Ford Escort cargado de dinamita ante el Montecarlo, y otros 67 años para Ainhoa Múgica Goñi. Fue ella quien les entregó el coche, «ya preparado con el explosivo» –reza el fallo– que había robado en Tarbes (Francia) un mes antes.
Destrozos en una de las habitaciones del Montecarlo tras la explosión del coche bomba
«Yo estuve con la familia en ese juicio, éramos cuatro las víctimas y decenas de 'kale borrokas' para apoyar a los asesinos», explica José Vargas, presidente de la Asociación Catalana de Víctimas de Organizaciones Terroristas (Acvot). «Se reían de nosotros», cuenta y así lo corrobora José María Fuster-Fabra, que representó a los Santamaría. «Te clavaban la mirada y te sonreían. Ponían la mano, incluso, haciendo el gesto de la pistola, muy disimuladamente, para que no los echasen de la sala». Era algo «habitual» durante aquella época, cuando simpatizantes de los terroristas se desplazaban a los juicios, frente a la soledad de las víctimas.
«En este país, las víctimas siempre hemos sido ninguneadas»
José Vargas
Presidente de Acvot
«Nosotros no teníamos a gente que viniese a apoyarnos», sostiene el abogado, que recuerda como algo excepcional que en el caso de Santos, sí estuvieron presentes mandos uniformados de los Mossos. «En este país, las víctimas siempre hemos sido ninguneadas», reprocha Vargas, superviviente del atentado de Hipercor. Los familiares de Santos se sienten «unos privilegiados por el mantenimiento de su memoria», aunque su padre lamenta «el olvido hacia el colectivo de víctimas» y también que en una «sociedad civilizada se puedan justificar actos así».
Una semana antes del atentado, el consejero catalán de Interior, Xavier Pomés, se había reunido con mandos de los Mossos en Gerona, entre los que estaba el sargento Sánchez, para abordar la lucha contra ETA. «Alfons, ¿recuerda la conversación que tuvimos el viernes pasado? Pues ha llegado el día», le dijo aquel 17 de marzo ante el Montecarlo.