Si algo caracteriza al nacionalismo catalán –añadan el catalanismo fulminado por el «proceso»- es la cultura de la queja. También conocida como victimismo. Una cultura centenaria. Casi milenaria.
Ya en el siglo XIII, los catalanes se quejaban de los abusos y actos ilegales –los ... agravios- de los que eran víctimas y exigían la reparación o enmienda. Jaume Desfar, jurista, consejero del rey, en 1350 resolvía los agravios de los nobles. Hasta tal punto se quejaron que en la corte de Martín I (1409) se constituyó una representación, formada por nueve parlamentarios designados por el Rey y por nueve braços (representantes de las cortes catalanas), que recibió el nombre de Jueces de agravios. Con el tiempo –pongamos por caso el Decreto de Nueva Planta de 1716-, algunas ciudades, entre las cuales estaba Barcelona, elevaron un Memorial de Agravios a las Cortes de Castilla reivindicando la abolición de dicho Decreto.
El detalle que retener: el Decreto de Nueva Planta –como dijo el historiador Jaume Vicens Vives y también el recordado economista Ernest Lluch- limitó el poder de la oligarquía e implementó un programa de reformas y modernización que impulsó el esplendor de Cataluña. Al respecto, nuestro historiador concluyó que el Decreto significó el «desescombro de privilegios y fueros que beneficiaron insospechadamente a Cataluña, no sólo porque obligó a los catalanes a mirar hacia el porvenir, sino porque les brindó las mismas posibilidades que a Castilla en el seno de la común monarquía» (Aproximación a la historia de España, 1952). Pierre Vilar: con los Decretos de Nueva Planta, «se suprimió lo que quedaba de un Estado medieval» (Breve historia de Cataluña, 2011). ¿Agravios? ¿Qué agravios? Privilegios.
Privilegios –mal calificados de agravios- que continuaron reivindicándose con el Memorial de Greuges de 1760 dirigido a Carlos III o la Memoria en defensa de los intereses morales y materiales de Cataluña (1885) dirigida a Alfonso XII a la manera de los agravios de las antiguas cortes catalanas. Y en eso estamos todavía: los agravios del Parlament, del PSC, Junts, ERC, los Comunes, la CUP y Aliança Catalana. Sin olvidar el último manifiesto de la izquierda nacionalista –título: Pensar la nació des de l' esquerra, de Nexe Nacional- que empieza denunciando la «situación de amenaza existencial» que padece «nuestro pueblo».
Ya lo dijo el crítico Robert Hughes en su ensayo La cultura de la queja (1994): «La queja te da poder. Aunque no vaya más allá del soborno emocional o de la creación de inéditos niveles de culpabilidad. Declárate inocente y ganarás».
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