La madre de Yaiza planificó el crimen cuatro meses antes, según las extracciones del dinero que dejó en las cartas de despedida

Es decir, habría planificado el crimen, al menos, desde enero, cuando, según los extractos bancarios, realizó 15 extracciones por un total de 7.000 euros. En los sobres con sendas notas que dejó a sus padres había 6.550, junto con la tarjeta y el código de la misma. Un dato que corroboraría que no mató a la niña por un arrebato, sino que, tal y como sustentan la Fiscalía y la acusación particular, habría existido alevosía. El jefe de las pesquisas, a cargo de los Mossos d'Esquadra, también ha detallado, a preguntas del fiscal Félix Martín, que el escenario del crimen que toparon en la habitación del piso de la avenida Barcelona de Sant Joan Despí era «muy pulcro y ordenado, algo poco habitual». Lo que ha tildado de «escena muy macabra».

En la cama encontraron los cuerpos de madre e hija. Pensaron que ambas estaban muertas, incluso así lo creyeron los técnicos del Servicio de Emergencias Médicas (SEM). En el mismo cuarto, los agentes localizaron varios envases de medicamentos y las cartas de despedida. Pasado un rato, escucharon unos ruidos. Cristina «emitió una especie de sonido». Estaba viva. Los sanitarios, entonces en el domicilio contiguo, atendiendo a la abuela, que fue quien las encontró, la trasladaron entonces al Hospital Moisés Broggi donde, pocas horas después, los Mossos le comunicaron que estaba detenida por matar a la pequeña, de 4 años. «Primero asintió con la cabeza y, cuando le leí sus derechos, la ladeó hacia la izquierda para no mirarme. Fue lo único que hizo», así reaccionó.

La decisión de detenerla se tomó, no solo por las evidencias que los policías localizaron en la escena del crimen, sino también tras tomar declaración al padre de Yaiza, Sergio, que les «puso en antecedentes de la relación tan turbulenta» que mantenían, ha detallado el responsable de la investigación. Las cartas de despedida tampoco dejaban lugar a dudas.

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Aquella mañana, la del 31 de mayo de 2021, Cristina llamó al colegio de su hija para avisar de que no acudiría. Lo hizo a las 8.35. Desde el centro explicaron a la Policía catalana que incluso les costó entender de qué alumna se trataba, porque «la conversación no había sido muy fluida». Dos horas más tarde, la acusada llamó a su trabajo, un centro médico, para indicar que tampoco iría. Minutos antes hizo lo propio, a través de Whatsapp, con varios compañeros.

Nadie, ni sus familiares, compañeros o amigos detectaron que Cristina pudiese sufrir alguna enfermedad mental o que estuviese desconectada de la realidad, ha certificado el policía. Tampoco una dolencia ginecológica, como trasladó a su expareja en lo que, sospecha, fue otra excusa para intentar retomar la relación. «Todas las declaraciones de personas de su entorno nos revelaron que llevaba vida normal y coherente. Sus relaciones, excepto con su expareja que era turbulenta, no tenían ningún indicio de que tuviera un trastorno en ese momento», ha indicado el mosso.

El juicio, en la Audiencia de Barcelona, continuará este jueves con las periciales. La Fiscalía y la acusación particular piden para la acusada prisión permanente revisable.