Javier de las Muelas celebra los 25 años del Speakeasy
El empresario vindica la cooperación entre Barcelona y Madrid donde ha abierto un Dry Martini en la modernista Casa Gallardo
Javier de las Muelas: «Internet es un caballo de Troya»
Barcelona
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Iniciar sesiónUna ciudad que se proclama cosmopolita tiene en los bares y comercios su ornamento más llamativo: «El bar es como un plató. Tan importante es el de un pueblecito como el American Bar del hotel Savoy de Londres. Es también un lugar de liturgia ... sea en una parroquia o una catedral, la seña de identidad de unas ciudades que van perdiendo establecimientos», advierte Javier de las Muelas.
La lista de clausuras, cada vez más prolija, ha dado paso a franquicias impersonales. En 1996, cuando comenzó la hemorragia de la memoria barcelonesa, De las Muelas adquirió el Dry Martini a su maestro Pere Carbonell. Dos años después, en el almacén de la coctelería, inauguró el Speakeasy, homenaje a la ley seca que rigió en Chicago y Nueva York entre 1920 y 1933. Anexo al Dry Martini, al Speakeasy se accede por una discreta puerta y un estrecho pasillo repleto de cajas de botellas con rumores de cocina para desembocar a una trastienda propicia para la confidencia. De las Muelas destaca las mesas del local: «Como soy un enamorado de Munich encargué a un carpintero una mesa que él realizó de un tronco: la destinamos a Casa Fernández en vísperas de los Juegos Olímpicos y al final acabó aquí», explica.
Para desarrollar esa liturgia de contraseñas y complicidades al abrir el Speakeasy convocó a un grupo de personas que actuaban, cada una de ellas, como ingredientes de un cóctel: Jordi Estadella, Teresa Gimpera, Núria Ribó, Ia Clúa… Desde las ocho de la tarde hasta la madrugada y de acuerdo con la denominación de esa ágora en penumbras, se hablaba de todo: desde los Beatles a la música militar. Lo único prohibido era hablar de política e invitar a políticos. Los tertulianos bebían Dry Martini, al que a partir de 2001 se acompañó de patatas con huevos fritos. Para el anfitrión, coleccionista de todolo que se apellide Martini, el cóctel homónimo actuaba de atrezo: «Mis martinis eran de agua», confiesa.
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Además de dar bien de comer y de beber en sus establecimientos, Javier de las Muelas aplica la estética a todos los órdenes de la vida. Y su ciudad, Barcelona, la Gran Hechicera de Joan Maragall y su nieto Pasqual, no está lo bien vestida que debiera. «Los barceloneses tenemos que arreglarnos, ponernos guapos, 'fer goig' como se dice en catalán», afirma.
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