Illa se instala en un tripartito de facto que gobierna Cataluña
En un Parlament de izquierdas, a diferencia del Congreso, no hay alternativa aritmética al líder del PSC
PSC, ERC y Comuns se centran en el sector de la vivienda, excluir el español, y hacerse con Cercanías y un concierto económico
Illa, entre la desobediencia o el acatamiento en el 25% del catalán

A un año de las elecciones de 2024, Salvador Illa se ha instalado en la Generalitat de Cataluña con la tranquilidad de saber que no hay alternativa en el Parlament que pueda desalojarlo de la plaza de San Jaime. Aunque el Govern está ... formado solo por el PSC, la comodidad con la que gestiona su minoría parlamentaria se debe, principalmente, a que ha consolidado un tripartito de facto con ERC y Comuns. Los tres suman 68 escaños en la Cámara catalana. La mayoría absoluta justa. Tras los tripartitos de Pasqual Maragall (2003-2006) y José Montilla (2006-2010), Illa, tres lustros después, rescata a la izquierda con una fórmula que controla las detonaciones.
La idea de Illa es no repetir los errores que dejaron al PSC bajo mínimos (el lodo les llevó a los 16 y 17 escaños en las elecciones de 2015 y 2017, respectivamente) y aprovechar la resaca del 'procés' para dar un salto al que los socialistas llevan aspirando desde los años ochenta del siglo XX: pasar de los 52 diputados en el Parlament (el máximo histórico de Maragall en 1999; ahora tienen 42). Para ello, la primera corrección del 'neo-tripartito' fue que en el Govern no estuvieran ni ERC ni Comuns. La situación particular de los de Oriol Junqueras (pérdida de la Generalitat) facilitó el trabajo, y estos y los de Jéssica Albiach se conformaron con acuerdos de investidura.
Con dos acuerdos de investidura ambiciosos (más nacionalismo, gracias a ERC; y más intervencionismo público, gracias a Comuns), pero sin actores internos que puedan distorsionar la hoja de ruta marcada por Illa, este tiene pacificado el Govern. Lejos quedan los tiempos del 'Dragon Khan' político que supuso la primera década del siglo XXI en Cataluña. Fueron los años de los tres gobiernos en uno, con presidentes desbordados, compañeros de ejecutivo con ansias de poder, sin coordinación y una oposición, liderada entonces por CiU (46 y 48 diputados, en la dos legislaturas respectivamente; Junts tiene ahora 35), que trabajaba para recuperar «su casa» asaltada por el PSC y con la traición de ERC. El nacionalismo se transformó en independentismo y el catalanismo del PSC se confundió con el nacionalismo, en el que sigue instalado.
Así, Illa solo tiene que alimentar a ERC y Comuns con el cumplimiento dilatado de los acuerdos de investidura. Incluso si no cumpliera con lo suscrito, el líder socialista –que en algunos foros, alejados de la lógica nacionalista del PSC, se plantea como opción de futuro para hacerse con el control del PSOE– tiene una red de protección: no hay alternativa para derrocarlo. Es la gran diferencia con Pedro Sánchez, pues la izquierda no tiene la mayoría absoluta en el Congreso y, aunque ahora es políticamente imposible, la suma de los votos de PP, Vox, Junts y PNV planea siempre como una pesadilla para Sánchez. No ocurre lo mismo en el Parlament y al tripartito se pueden sumar cuatro escaños de la CUP: 72.
Con este tablero de juego, la paz de Illa puede sostenerse sin grandes problemas a pesar de no tener aprobados los presupuestos. La Generalitat trabaja con las cuentas de tiempos de Pere Aragonès (ERC). Una anomalía que se edulcora socialmente simplemente porque, en esto sí, la situación es parecida a la del Congreso. Mientras aterriza Junqueras, tras recuperar el liderato de ERC, y en Comuns ganan tiempo a la espera de ver en lo que queda la esperada batalla que se augura entre Sumar y Podemos, unos y otros sostienen a Illa aprobándole suplementos de crédito. Van dos y se espera un tercero: 4.000 millones de euros.
El primer secretario del PSC controla la propaganda de la acción política de la Generalitat sin tener que compartirla y ERC y Comuns viven rehenes de la falta de alternativa. La mezcla es explosiva pero con un ejecutivo monocolor se reducen las tensiones. La apuesta que les une se centra en actuar en el mercado de la vivienda (Illa ha prometido 50.000 nuevas viviendas), arrinconar el uso público del español (255 millones de euros este año), desgajar Cercanías de Renfe con el compromiso de que los trenes funcionarán mejor y poner en marcha la maquinaria de la independencia financiera con el concierto económico.
Illa disfruta, igualmente, de una tregua de la oposición que encarna Junts. El partido de Carles Puigdemont está inmerso en una crisis de liderazgo que le impide ser visto como alternativa en Barcelona. Resituándose de la apuesta fracasada del 'procés' y aprovechando la debilidad, esta sí, de Sánchez en el Congreso (indultos, amnistía, catalán en el Congreso, inmigración…), Junts sumerge al secesionismo en una constante por sobrevivir. A la espera de que reflote lo que un día fue CiU, Illa apenas sufre los arañazos de Alejandro Fernández (PP) e Ignacio Garriga (Vox), a los que subestima.
Sin embargo, la construcción de este oasis de nuevo cuño (una herencia de Jordi Pujol) genera un espejismo bajo el cliché de que a Cataluña ha vuelto la normalidad. Algo que suena mucho a los tripartitos de antaño y da aire al secesionismo para su rearme. Illa ha dejado de hablar en español, no aplica el bilingüismo en las aulas, estudiantes y profesores constitucionalistas siguen acosados en los campus universitarios, TV3 no ha dejado el modo «puta España», la ampliación del aeropuerto ha pasado a la historia, la mayoría de los ayuntamientos no cumplen la ley de banderas… La normalidad del 'neo-tripartito' de Illa.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete