20 años del crimen de silvia y aurora
Las 55 horas de vértigo para acorralar al asesino de Bellvitge
La pisada de unas deportivas con sangre de una de las víctimas fue crucial para condenar a Pedro Jiménez por torturar y matar a dos policías en prácticas, Silvia y Aurora. Fue el 5 de octubre de 2004, mañana hace 20 años
La familia de Silvia pide justicia y que sucesos como éste «no se repitan jamás»
Pedro Jiménez, asesino de Silvia y Aurora, custodiado por los Mossos d'Esquadra
Un lavabo encharcado en un mítico bar de Barcelona llevó a los Mossos d'Esquadra hasta una prueba clave para desmontar la coartada del asesino de Bellvitge, Pedro Jiménez. Un cliente de La Oca avisó al encargado del local que, al levantar la ... tapa de la cisterna para ver cuál era el problema, encontró una bolsa. En su interior: una navaja tipo mariposa y unas zapatillas. A punto estuvo de tirarlo todo a la basura, pero haber visto en la tele la noticia del asesinato de dos agentes en prácticas en Hospitalet, esa misma mañana, le hizo alertar a la Policía Nacional, por lo que un 'zeta' recogió el calzado y el arma para entregárselos a los investigadores del Cuerpo catalán, a cargo de las pesquisas.
Esas zapatillas eran de una de las víctimas. Su asesino se las había llevado del piso del barrio de Bellvitge donde perpetró el crimen. Aunque Jiménez negó ser el autor, una mancha de sangre en el calzado y sus pisadas en el inmueble fueron los indicios clave para condenarlo. Aunque hubo más.
Aquel 5 de octubre de 2004, a las diez de la mañana, una mujer alertó a Emergencias tras divisar humo en un piso de su edificio, el 7º 2ª de la Rambla de la Marina. Al llegar, los bomberos tiraron la puerta abajo y, en sendas habitaciones, encontraron los cadáveres de dos mujeres. «Estaban espantados, sus caras hablaban por sí solas», recuerda ahora quien dirigió la investigación, el subinspector de los Mossos Xavier Sellart. Las víctimas habían sido vejadas, torturadas y apuñaladas.
En el inmueble había cuatro focos de incendio: en tres habitaciones, donde las llamas no se propagaron por falta de oxígeno –estaban cerradas– y en el comedor. Entre las primeras cosas que los Mossos vieron en el piso: un uniforme de gala de la Policía Nacional. Las víctimas eran dos agentes en prácticas, Aurora, que ese mismo día cumplía 23 años, y Silvia, de 28. Activada la comitiva judicial, comenzó la recogida de indicios. Entre éstos, una factura de compra de un teléfono móvil, emitida el día anterior en una tienda de la calle Industria de Barcelona, a nombre de Pedro Jiménez García. «Entonces no sabemos quién es. Si el novio de una de ellas, si es un agente...», rememora Sellart. Poco después, Instituciones Penitenciarias resolvió la incógnita: Jiménez era un recluso de permiso, que cumplía condena en Brians por delitos sexuales. «Todo encaja y nos ponemos manos a la obra con esa línea de investigación».
Identificado un sospechoso, los Mossos se centran en localizarlo y en recabar pruebas para comprobar si se encuentra tras el crimen de las policías. Mientras tanto, Jiménez, de 35 años, a quien han captado las cámaras de un videoclub al abandonar el piso de las víctimas y también las del metro, ya ha llegado a casa de una de sus hermanas en El Prat. Lleva ropa de mujer y su actitud es extraña. La acompaña a la escuela de su hijo pequeño, donde ella tiene una reunión y luego se desplaza para comer en casa de su otra hermana, donde muestra mucho interés en ver las noticias. Por la tarde, acuden juntos a una entrevista de trabajo que le ha concertado servicios penitenciarios. La reunión con un empresario es en el bar La Oca, de Francesc Macià. «Allí le dice a su hermana que tiene que cambiarse. Llevaba unas deportivas azules y al salir del lavabo volvió con unos zapatos negros que ella le había enviado a la cárcel», detalla el mando. Acabada la reunión, en la que no se cerró ningún acuerdo, Pedro Jiménez se despidió, y fue a visitar a un capellán de otra prisión, La Modelo, tal y como tenía previsto.
Durante aquellas horas, los investigadores consiguen la autorización judicial para 'pinchar' el teléfono que consta en el recibo localizado en el piso. «Se le podía haber detenido en muy poco tiempo, pero el error de un miembro del equipo lo puso en alerta», explica Sellart. Uno de los agentes llamó al móvil y preguntó: «¿Eres Pedro?». «Sí. ¿Eres policía?», contestó el aludido. Su interlocutor lo negó, pero tras la reciente compra del móvil aún no había dado el número a nadie. «Ese error nos condicionó y él empezó a jugar. Estando de permiso, tenía que haber pernoctado en un centro, donde no se presentó la noche anterior, así que llamó y dijo que iba para allí. Pero no lo hizo por el camino habitual para ver si lo seguíamos. Efectivamente era así. Nos detectó, no llegó al centro y lo perdimos».
«Lo que me daba miedo, como responsable de la investigación, es que volviese a actuar. Era una bomba de relojería y un peligro público tenerlo suelto por el centro de Barcelona. Activamos a más de 200 agentes», apunta el subinspector.
Al día siguiente, los Mossos, para mitigar el riesgo y tratar de obtener información sobre su paradero, hicieron «una puesta arriesgada»: desvelar quién era el sospechoso de haber matado a Silvia y Aurora. En paralelo, había que localizar a presos con los que había compartido celda, durante sus 20 años en prisión. Fue así como llegaron hasta un exrecluso, Marcos, que residía en Maqueda (Toledo). Hasta allí, por indicación de los Mossos, se desplazó la Policía Nacional. A la llegada de los agentes, el individuo les explicó que ya había alertado a la Guardia Civil después de que Jiménez lo llamase para pedirle ayuda. Se negó, pero lo puso en contacto con un traficante, Mustafa Kemal, que aceptó refugiarlo en su casa, en el gerundense barrio de Vila-roja. Lo recogió en el extinto bar Cosmos, de Las Ramblas, y de ahí, en coche junto a la mujer y los tres hijos de Kemal, llegaron a la casa.
Tras conocer la localización, con la preceptiva orden judicial, la Policía catalana vigilaba el domicilio para detener a Jiménez cuando, de repente y sin previo aviso, agentes del Instituto Armado traspasaron el cordón y entraron en la casa. Jiménez, alertado por el barullo, huyó por un bosque cercano. A punto estuvieron de volver a perderlo. Finalmente, un mosso y un guardia lo detuvieron, 55 horas después del crimen y, por supuesto, quedó custodiado por la Policía catalana. El primero en hablar con él fue Sellart. «No se hundió. Dijo que no tenía nada que ver y que era el chivo expiatorio de unos traficantes. Mentía con mucha tranquilidad. Aseguró que había estado en el piso, pero que no las había matado». Jiménez indicó que había acudido a la vivienda a recoger un paquete, por orden de un traficante de cocaína al que no pudo pagar. La reunión se había producido, tal y como verificaron los investigadores, pero nadie lo mandó a casa de Silvia y Aurora.
Violador reincidente
El ticket de compra de un móvil que apareció en el piso de las víctimas llevó hasta Pedro Jiménez, un recluso de permiso
La mañana de aquel martes, el individuo bajó del metro en la parada de Bellvitge, a unos 200 metros del piso de las víctimas y actuó como había hecho hasta entonces. Buscó a una chica joven a la que asaltar. Sobre las 8.30, se encontró con Silvia, que después de acabar su guardia en la comisaría de Castelldefels y pasar por una panadería, entraba en el portal. El individuo la amenazó con una navaja por la espalda y así llegó hasta el piso. Lo corroboró una vecina, que escuchó una discusión entre un hombre y una mujer sobre las llaves.
Dentro estaba Aurora, durmiendo. «Creemos que las engañó, diciéndoles que no iba a hacerles daño, que sólo quería robar», sostiene el subinspector. Jiménez primero habría atado a Silvia, para lo que empleó algunas prendas y también un cinturón, en cuya hebilla localizaron su huella. Después habría hecho lo mismo con Aurora, a la que llevó a otra habitación, la de su compañera. También las amordazó, para evitar que pudiesen pedir ayuda. Después las agredió sexualmente –aunque la sentencia sólo consideró probada una de las violaciones, gracias al hallazgo de su ADN en el cuerpo de la víctima– para, finalmente, matarlas a puñaladas. ¿Por qué? «Es muy probable que tras revisar el piso y ver el uniforme de policía se sintiera en peligro, por lo que también provocó el incendio», indica el jefe de las pesquisas. Jiménez ya había perpetrado otros ataques similares. Entre ellos, el de una menor de 16 años cuando se instaló en casa de una hermana durante otro permiso penitenciario. La abordó en las escaleras del edificio, y la obligó a entrar en el piso, donde la violó.
Huellas «muy claras»
El fuego que provocó para tratar de quedar impune tras matar a Silvia y Aurora fue insuficiente ante el trabajo metódico de los investigadores. Pese a que en el piso había pisadas de bomberos y sanitarios, los Mossos las cotejaron todas con sus respectivos calzados. Descartadas, quedaron sólo unas pocas, «muy claras y muy marcadas», las de las zapatillas de las que Pedro Jiménez se despojó en el bar La Oca. «Eran huellas muy oscuras, porque contenían sangre», detalla Sellart. Un estudio de las lesiones de la suela confirmó que se trataba de las mismas que se llevó del inmueble, y en las que luego se encontró sangre de una de las víctimas. «Confirmamos así que cuando salió del piso ellas ya estaban muertas», apunta el mando, desmontando así por completo su coartada. Fue, además, la prueba clave por la que acabó siendo condenado, tras repetirse el juicio, a casi 94 años de cárcel, de los que tendrá que cumplir íntegros 40.