Muere Josep Maria Espinàs, el escritor todo terreno
Cultivó todos los géneros, fue fundador de Els Setze Jutges y escribió la letra del himno del Barça
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Iniciar sesiónJosep Maria Espinàs (1927-2023) hizo de la escritura un «pequeño observatorio» como el título de la sección que mantuvo en El Periódico de Catalunya. Escribió su primera novela a los quince años, entre clase y clase de los Escolapios. Espinàs quedaba cada sábado ... con sus compañeros de Bachillerato y confrontaban lo que habían escrito acerca de un tema prefijado. Su primer artículo ganó el premio de ser publicado: «No estoy seguro que viendo mi nombre impreso pensara que iba a ser escritor. Lo que quería era escribir, que no es lo mismo».
En su libro 'El meu ofici' ('Mi oficio') que publicó en la editorial La Campana que fundó en 1990 con Isabel Martí, Espinàs establecía su decálogo. La literatura que permanece es la céntrica, no la excéntrica. Esa vocación «céntrica» de sesenta años en la literatura catalana sumará 34.000 páginas y tres generaciones de lectores de muy diversa condición cultural.
Espinàs fue un todo terreno en el sentido literal de la expresión. Cantante con Els Setze Jutges' para impulsar la Nova Cançó con Raimon, Serrat, Llach o María del Mar Bonet. Entrevistador televisivo con el programa 'Identitats'; editor, activista cultural, autor de literatura de viajes, novelas de género, prosa autobiográfica y artículos -uno diario en 36 años distribuidos en el Avui y El Periódico- que ocuparían once mil columnas: «Nunca me he sentido diferente cuando cambiaba de género: mi vida de escritor ha sido una navegación hecha con una única barca», confesaba en el prólogo de la antología periodística 'Una vida articulada'.
Espinàs cargaba la pipa antes de teclear la frase. Sus escritos podrían componer un dietario. El oficio de escribir ponía a prueba las más sólidas convicciones: «La certeza es la muerte del pensamiento, y la autocrítica del lenguaje, el primer paso para mejorarlo», afirmaba.
En 'Relacions pariculars', Espinàs rescata vivencias con los autores que admiró: Espriu, Foix, Sagarra, Pla, Cela y Delibes. Colaborador del semanario Destino, sitúa a Delibes como modelo estilístico. El vallisoletano destila un «léxico vivido, lleno de color, descriptivamente fiel a unos personajes auténticos y de un hablar preciso y sonoro...» Ello no obsta para que Espinàs vindique el catalán como lengua literaria cuando Delibes le propone adoptar la lengua de Cervantes. Pla es otro maestro de lo inteligible. De entre los prosistas catalanes, Espinàs subraya al autor del 'Quadern gris' como «el que está hoy más presente por su Obra Completa y porque fue un escritor que hacía lectores». En el volumen 26, el ampurdanés califica a Espinàs de autor complejo: «Sonaba a elogio, pero en aquellas novelas de cuando tenía veinticinco años, yo no aspiraba a ninguna complejidad ni trascendencia. Era solo un aprendiz de narrador, sin inquietudes existenciales, sin interrogantes metafísicos, desconocedor de los mitos clásicos. Ara me califican, como elogio, de sencillo. No sé si he ganado o he perdido».
En 1954 Espinàs camina con Cela por el Valle de Arán: una foto inmortaliza al gallego portando al catalán a hombros. Cela era una factoría de la escritura y lo proclamaba sin rubor: «Yo soy la General Motors en pequeño». Espinàs no paró nunca de escribir: un oficio como el del ebanista que fabrica en serie muebles excelentes, aunque reconocía que la cantidad no está bien vista en un escritor: «Parece que los expertos pidan a todos los creadores que practiquen el restreñimiento y solo produzcan obras de primera clase».
En sus diecinueve «viajes a pie» por Cataluña, Castilla, Andalucía, Galicia, País Vasco, Valencia y Mallorca, Espinàs aplicó su método. Llegar a un pueblo y sentarse con aire distraído junto a un lugareño, prender la pipa y pegar la hebra de las cosas, en apariencia, intrascendentes para cazar al vuelo las preciadas anécdotas que explican la vida. Espinàs priorizaba la anécdota sobre la categoría: «Quien haya visto una categoría que levante la mano», advertía.
Aparte del catalanismo del que siempre hizo gala, nunca quiso significarse en un clan ideológico o escuela literaria: «Me salvó no leer los autores que tocaban en cada época», ironizaba. Abominaba del experimentalismo y de la pompa intelectualoide: «Se permiten el lujo impertinente de ser puristas y practicar una literatura de minidosis», alegaba.
En sus libros de postrimerías, el escritor octogenario dedicó un capítulo a los epitafios. Si la muerte «es el momento de saber callar» no tenía sentido un enfático epitafio o dedicar unos versos al difunto que ya no puede protestar: «Yo, afortunadamente, no tendré ninguna clase de epitafio. Seré enterrado en una tumba en cuya lápida solo figuran estas dos palabras: Familia Espinàs».
Ni adjetivo, ni título, ni oficio, ni fecha. Lo cantaba Brassens, su músico predilecto: en «la fosa común del tiempo».
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