ERC admite que su «descontrol» interno hace imprevisible el acuerdo con el PSC
La decisión del Supremo sobre la amnistía no afecta a las negociaciones para la investidura
«Mientras unos dan la cara, otros están dispuestos a sabotearlo todo para luego poder volver», señalan en alusión a Junqueras
Dimite un alto cargo de la Generalitat entre acusaciones de guerra sucia en el seno de Esquerra
El viceconsejero de la Generalitat, Sergi Sabrià, ayer al anunciar su dimisión
Las negociaciones para la investidura en Cataluña siguen su curso, sin que «incidentes» como el de la decisión del Tribunal Supremo de dejar fuera del perímetro de la amnistía el delito de malversación estén afectando las conversaciones. Siguen avanzando, de manera trabajosa, sí, pero ... avanzando. Ahí, las dificultades no vienen por la decisión del Supremo sino por la fractura interna, descarnada, visible, por la que atraviesa ERC, tal y como admiten a este diario dos fuentes de la dirección consultadas, ninguna de las cuales se atreve a estas alturas a hacer un pronóstico sobre las dos únicas alternativas posibles: o un acuerdo con el PSC que propicie la investidura de Salvador Illa como presidente o la repetición electoral el 13 de octubre.
«Ninguna novedad con respecto a lo del Supremo. Era lo esperado. No afecta en nada», apuntan en ERC, donde admiten que, en el momento actual, «no hay ningún indicio de que las negociaciones vayan a decantarse hacia un lado u otro. Todo está muy verde». Otras voces dentro de la formación admiten a ABC por contra que el único acuerdo posible es con los socialistas, y que se acabará consumando. En lo que sí hay coincidencia es en señalar que «el partido está dividido». «Está a la vista de todos», admiten en el seno de la formación, donde se reconoce que la imagen de organización cohesionada, jerarquizada, lejos del asamblearismo que la definió antaño, ya no es tal. Episodios como el de la guerra sucia interna en relación a los carteles denigratorios asociando a los hermanos Maragall con el alzhéimer no hacen más que acrecentar la imagen de un partido que se ha «descontrolado» en un momento crucial.
De fondo, los recelos, cuando no guerra abierta, entre el sector agrupado tras la secretaria general, Marta Rovira, que desde Ginebra controla el partido y las negociaciones, y el sector que podría definirse como 'junquerista'. El tono agrio con el que unos y otros se refieren a quienes no están en su bando es la demostración más palpable del quebranto interno. «Mientras unos dan la cara, otros parece que solo están dispuestos a sabotearlo todo para luego poder volver», apuntan fuentes internas en alusión a Oriol Junqueras, ahora en una posición ciertamente incómoda, con cerca de 1.000 militantes y cargos en su contra, pidiendo su renuncia y en favor de una renovación profunda.
En este sentido, las mismas fuentes apuntan que las posiciones de unos y otros parten de prejuicios que llevan larvándose desde hace años: «Unos ven en Rovira a una 'hooligan' nacionalista de Vic, los otros ven a los más proclives a un pacto de izquierdas como unos entregados al españolismo». Para desesperación del PSC, y pese al optimismo con el que afrontan el momento, es esta quiebra interna lo que hace que la negociación sea ahora mismo imprevisible. Al respecto, los socialistas catalanes mantienen un mutismo total desde hace semanas, y la dirección ha dado una orden tajante de cero filtraciones, de no hacer nada que pueda incomodar a ERC, donde en los días posteriores a las elecciones del 12M sentó muy mal la suficiencia con la que los socialistas dieron por hecho el acuerdo tripartito.
Con dificultades, pero las negociaciones avanzan, aunque la pretensión trasladada por Rovira en el sentido de no apurar hasta el 26 de agosto –fecha límite para evitar la repetición electoral– y cerrar un acuerdo antes de acabar julio se adivina imposible. «Lo que quiere ERC es no acabar hablando con una pistola en el pecho y el cronómetro en la mano», apuntan en el partido, que señalan a otra virtud al hecho de no apurar plazos. Ante un posible veto de la militancia al acuerdo, «habría cierto margen para una contrapropuesta».
En este escenario, cualquier gesto adquiere trascendencia, sin que implique que sea decisivo. Así se lee el encuentro en Waterloo del líder de Junts, Carles Puigdemont, y Junqueras. «La reunión fue bien, pero no porque allí se acordara nada, por ejemplo en relación a una lista única en octubre, tal y como desde el entorno de Junts se propaga, sino porque después de años de fractura personal se recuperó la relación», se apunta en ERC. «Y la recuperación de la relación es importante porque eso se transmite a la organización», añaden.
Nada es definitivo, y mientras Junts sigue presionando a ERC, tentándola con una lista única en la que los republicanos, Puigdemont al margen, podrían copar los puestos de salida –además de poder colocar a muchos cargos en caso de que el independentismo recuperase el Govern–, en el campo socialista siguen trabajando en una oferta sobre financiación que la dirección republicana, y sus militantes, puedan asumir. El «descontrol» interno en ERC hace que cualquier pronóstico sea ahora como lanzar una moneda al aire.