Usar bien un apellido

Tras más de cuatro décadas de carrera desde que Karajan la descubrió cuando ella tenía tan solo 13 años, Anne-Sophie Mutter es uno de esas personalidades cuyo apellido pesa lo suficiente para permitirse algunos lujos. Y ha decidido aprovechar para apadrinar jóvenes talentos de su elección. Pero no lo hace simplemente apoyando sus estudios, o imponiendo sibilinamente su contratación, sino de la manera más sencilla y honesta posible: subiendo con ellos al escenario. En Barcelona, Mutter se presentó con un cuarteto encabezado por ella misma y con tres jóvenes: una violinista, un violista y el violoncelista español Pablo Ferrández.

Es cierto que el cuarteto es una formación que requiere de mucho tiempo de trabajo para hallar un sonido puro y equilibrado. Eso lo tenemos claro en España, que con los Quiroga, los Casals y muchos más nos hemos convertido en una verdadera tierra de cuartetos. Pero también lo es que vale la pena escuchar cómo una diva de la talla de Mutter se pone a trabajar con estos muchachos, en un formato en que el lucimiento está mal visto.

El resultado es bueno, aunque diste mucho, como decíamos, del sonido de formaciones más estables. Era muy evidente, por ejemplo, el decalaje, en términos de cantidad y no tanto de calidad, entre la primera violinista (Mutter) y la joven promesa (Choi). En cambio, el binomio Mutter-Ferrández funcionó a la perfección: tenemos un talentazo del chelo que nos va a dar muchas alegrías. La lectura de los cuartetos de Haydn (Op. 20/1) y Beethoven (Op. 18/2) fue excelente y rigurosa. Con unos tempos bastante acelerados, al gusto de la Mutter, pero con una ejecución impecable.

Mención aparte merece el estreno en España del sexto Cuarteto de Widmann, dedicado a la violinista, y que es al mismo tiempo un homenaje a Beethoven y una mirada a la contemporaneidad. Las texturas, la orquestalidad, y la mirada entre irónica y nostálgica al pasado brindaron una excelente segunda parte a un público numeroso que, por desgracia, hizo notar su presencia con toses, móviles y algunos otros ruidos, aparte de varios aplausos a destiempo. Prefiero no imaginar qué pasó por la cabeza de Mutter, tan germánica ella, al escuchar ese otro concierto que tuvo lugar no sobre el escenario, sino en el patio de butacas.