Spectator in Barcino

Cuentos de Navidad

Dickens me lleva a uno de sus más sabios lectores, el amigo Carlos Ruiz Zafón. El año de su muerte, maldito y pandémico junio de 2020, vio la luz 'La ciudad de vapor' que agavillaba sus relatos hasta entonces dispersos

Detalle del manuscrito original de 'Cuentos de Navidad' de Dickens, expuesto en Nueva York (EE.UU.) en 2009 Efe

Copa de vino al trasluz, Malleolus (majuelo en latín) de Emilio Moro. Viñas viejas de suelos pedregosos en Pesquera del Duero. Olor a frutos negros, barrica de roble francés, voluminoso y maduro en boca, reza la nota de cata.

Suena el violoncello de Sainte-Colombe, ... también ante una copa de aterciopelado vino, que Jordi Savall tañía en 'Tous les matins du monde'. El ritual lector: releer 'La Nochebuena del poeta' de Pedro Antonio de Alarcón, relato de 1855 que no deja de conmoverme. Un poeta de provincias -trasunto literario del autor- acaba de llegar a Madrid para vender sus historias en los periódicos. A medida que pasan las horas, la multitud se va retirando a sus hogares y le deja frente a la soledad. Acuden ecos de la copla que entonaba la abuela en su pueblo natal: «La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más».

Las escenas de infancia y juventud transitan como fotogramas en la memoria. Se pregunta si ha valido la pena lo que sacrificó hasta esta Nochebuena solitaria en una pensión… Piensa, también, en su porvenir, cuando pase a engrosar la fúnebre nómina: «Y me quedé dormido… como pude quedarme muerto».

«La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va», villancico español que Cyril Connolly recoge en 'El sepulcro sin sosiego', otra de mis lecturas reincidentes. Año 1942 en un Londres devastado por las bombas de la Luftwaffe. En su morada de Beford Square, Connolly comienza a escribir un dietario en el que congrega sus afrancesados referentes literarios. Con Pascal, Baudelaire, Flaubert. Proust, Montaigne construye el refugio cultural que le ha de proteger de la hostilidad ambiental. No puede impedir que le asalte la nostalgia que convoca en todas sus traducciones («ennui», «cafard»). El 24 de diciembre de 1942 cita en español el villancico acompañado de una anotación: «Nochebuena: Harto de todo. Cafard en pleno invierno».

Otro sorbo de vino. La bodega se remonta a 1891 cuando nació el fundador, Emilio Moro. Tres generaciones han mimado trescientas hectáreas de viñedos. Viejos, como los libros predilectos.

Año 1945. Josep Pla -entonces José Pla- recose artículos de 'Destino' en 'La huida del tiempo', cuyo hilo conductor es el paso de las estaciones. Atosigado por la cartilla de racionamiento, el ampurdanés se permite, aunque sea sobre el papel, un generoso ágape navideño. El gallo ha de haber cumplido diez meses: «Cocinado a la manera de Olot, a la cazuela con un relleno de tocino abundante -al objeto de poner, con la grasa, un poco de humor en la dureza natural de la ancianidad- es una de las cosas mejor resueltas que puede darse». Si optamos por el relleno, Pla recomienda ciruelas de Agen, trufas (lavadas y cepilladas de hongos), lomo de cerdo, salchichas o piñones.

Para que un país no caiga en la intolerancia agresiva -estamos en posguerra- debe cuidar su coquinaria: «Tan importante como su literatura, su arte y su concepción del mundo, es su cocina y su bebida, todo está mutuamente condicionado», observa.

'La huida del tiempo' se acabó de imprimir el 22 de diciembre de 1945 en los talleres gráficos Alfa de Casanova, 113. «La Navidad es terminal», concluye Pla. El momento del balance le remite a Dickens. Leo sus 'Cuentos de Navidad', una preciosa edición de Mondadori de 2012: traducción de Nuria Salinas e ilustraciones de Javier Olivares. El año entrante se cumplirán 180 de la 'Canción de Navidad' del mezquino Scrooge y sus tratos con los Espíritus. Pero hay más Dickens navideño: el cuento de duendes 'Las campanas' que anuncia el final del año; las hadas de 'El grillo del hogar'; la historia de amor de 'La batalla de la vida'; el fantasma de 'El hechizado' que cierra con un deseo que suscribiríamos en estos tiempos de alzhéimer: «Señor, preserva mi memoria».

Dickens me lleva a uno de sus más sabios lectores, el amigo Carlos Ruiz Zafón. El año de su muerte, maldito y pandémico junio de 2020, vio la luz 'La ciudad de vapor' que agavillaba sus relatos hasta entonces dispersos. En el titulado 'Leyenda de Navidad' rinde homenaje a Dickens con un Scrooge redivivo en el abogado barcelonés Escrutx. Cada Nochebuena invita a algún infeliz a su torre del Barrio Gótico y le ofrece una opípara cena que riega con añejos caldos: «Al filo de la medianoche, cuando las campanadas repiqueteaban desde la catedral, Escrutx servía dos copas de absenta y retaba a su invitado a una partida de ajedrez. Si el aspirante vencía, el abogado se comprometía a cederle toda su fortuna y propiedades. Pero si perdía, el invitado debía firmar un contrato según el cual el abogado pasaba a ser el único propietario y ejecutor de su alma inmortal…».

La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va. Y este cronista brinda por seguir aquí.

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