Spectator in barcino
París-Barcelona (Hidalgo-Colau)
En París y Barcelona mal gobiernan alcaldesas paralelas; dos alcaldesas unidas por el buenismo políticamente correcto que disfraza la incompetencia
Barcelona
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Iniciar sesiónCarestía de la vida, acceso a la propiedad siempre más difícil, barrios y calles empantanadas por obras interminables, suciedad rampante, soledad individual y familiar o polución alarmante… La criminalidad callejera se ha convertido en un cáncer social grave». Podría ser Barcelona, pero es París; aunque ... ambas (y tristes) realidades son intercambiables. Lo documenta Juan Pedro Quiñonero en una de sus crónicas magistrales: 'París, la capital malquerida por los parisinos'. La Cité Lumière está fundida. Pierde 10.000 habitantes al año y el 64 por ciento de su población se lee un libro de Adrien Pepin: 'Guía para marcharse de París'.
Cuenta Quiñonero que en 1962 la capital gala tenía 2,79 millones de habitantes… El censo de 2021 ha bajado a 2,19 millones.
La diáspora atraviesa las clases sociales. El corresponsal de ABC coteja las estadísticas con quienes las padecen. La propietaria de una tienda en Belleville de «todo a un euro» no había conocido tanta inseguridad en el medio siglo que regenta el negocio. Un piloto de vuelo que adquirió un lujoso piso en el mítico Saint-Germain-des-Prés abomina del servicio municipal de recogida de basuras: «Levantarte en un barrio carísimo, con la basura por recoger, hasta última hora de la mañana, me parece un atraco». Si a eso le añadimos los ubicuos homeless entenderemos por qué el realismo poético del 'clochard' que Jean Renoir inmortalizó en 'Boudu sauvé des eaux' ya no hace puñetera gracia a una añosa vecindad asqueada por la degradación de su ciudad.
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París, la capital malquerida por los parisinos
Juan Pedro Quiñonero
Barcelona siempre quiso ser París, aunque fuera en miniatura: Campos Elíseos-Paseo de Gracia. La burguesía conservadora, catalanista que tuneó con galicismos la lengua para distanciarse del castellano, opuso el proyecto radial de Rovira i Trias a la cuadrícula de Cerdà: soñaban con una Barcelona 'París del Migdia'. De haberse salido con la suya, la urbe de hogaño sería de las más congestionadas y contaminadas del mundo.
«Siempre nos quedará París», susurraba Bogart a Bergman en la 'Casablanca' de la Segunda Guerra Mundial. «Siempre nos quedará París» , repetimos en el siglo XXI de la guerra de Putin. Para Bogart y Bergman la frase despertaba una fragancia proustiana: un amor que la nostalgia vuelve a representar. En su interpretación actual, siempre nos quedará París para comparar las desgracias: los atentados islamistas, la delincuencia que no cesa, la suciedad, la vivienda inalcanzable, el coste de la vida desbocado, los impuestos lacerantes, el envejecimiento, la okupación y la marginalidad como forma de vida.
Desde 2015 la Ciudad Condal pierde habitantes: el 1 de enero de 2022 se contabilizaron 16.000 barceloneses menos que el año anterior con la natalidad más baja desde 1939 y casi una cuarta parte del censo mayor de 65 años.
En París y Barcelona mal gobiernan alcaldesas paralelas. En la primera ciudad de Francia manda Anne Hidalgo de la facción izquierdista de un Partido Socialista al que enterró en las presidenciales con menos del 2 por ciento de los votos. Quedaba atrás aquel 30 de marzo de 2014 cuando esta gaditana se proclamó la primera alcaldesa de la historia de París, cargo que revalidó en 2020.
Barcelona padece a Ada Colau, también la primera mujer que ocupa la alcaldía de la historia de Barcelona y lideresa carismática –hay poco banquillo– de Barcelona en Comú. Es el comunismo que no osa decir su nombre disfrazado de ecologismo y feminismo: esa tomadura de pelo que es la 'nueva política' progresista.
Colau ganó la alcaldía el 13 de junio de 2015 a un Xavier Trias que no se tomó la molestia de currarse una mayoría alternativa (andaba entonces ocupado en otra tomadura de pelo: el proceso independentista). Cuatro años después, en 2019, Colau revalidó el cargo con solo 156.157 votos (diez ediles), los ocho del PSC y tres concejales con los que Manuel Valls quiso evitar el triunfo de la Esquerra del bronco Ernest Maragall.
París-Barcelona. Hidalgo-Colau. Dos alcaldesas unidas por el buenismo políticamente correcto que disfraza la incompetencia. Desconozco cómo reaccionó la gaditana a las críticas por su fiasco electoral; Colau hace pucheros cuando le silban.
Suponemos a una Hidalgo fiel al jacobinismo unitarista que no tolera a quienes pretenden centrifugar la República. Colau siempre echa un cable al separatismo: aprobó en pleno municipal un pacto por la «amnistía y autodeterminación»: como le sobra tiempo para destruir Barcelona, se permite incluir en el orden del día asuntos que no le competen.
Feminista y bisexual, según presume, no se significa por apoyar las protestas de las mujeres iraníes contra el velo asesino de los ayatolas… Pero prohíbe las pantallas para ver a la Selección en el Mundial de Qatar por ser una dictadura que viola los derechos de las mujeres y el colectivo LGTBI.
Nada nuevo. Antes de Qatar ya prohibía las pantallas: los vítores a España le molestan tanto como la iniciativa privada.
París-Barcelona. Hidalgo-Colau. O viceversa.
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